jueves, 8 de mayo de 2014

Cafetín con gramófono

El Cosmorama


El autor pinta de cuerpo entero una publicación chuquisaqueña de tiempos de Melgarejo.



Omar Rocha Velasco

En pleno Gobierno de Mariano Melgarejo, exactamente en 1865, nacía en Sucre una publicación jocoso/literaria: El Cosmorama. El editor era Nicanor Serrudo y las editoriales estaban firmadas por “Los RR”, lo que hace imaginar al propio editor haciendo gala de la parte más sonora de su apellido.  
El nombre de la publicación fue extraído de reminiscencias griegas y hace referencia a un atractivo “pre-cinematográfico” muy popular durante el siglo XIX, a saber, un aparato que permitía, a través de visores y cristales, ver imágenes de ciudades, edificios, personas, monumentos, batallas, o escenografías fantásticas.
Como es de suponer estos cosmoramas podían deformar la visión de acuerdo a la perspectiva y la distancia, eran espectáculos muy acogidos durante el siglo XIX, ya sea en su carácter itinerante o permanente en tiendas o lugares de comercio.   
La publicación asumió el nombre y se convirtió en metáfora de esos objetos proporcionadores de imágenes. En el texto de presentación destaca la palabra “morijerar” (a la usanza), que significa “templar excesos de sentimientos y acciones”, era, imagino, uno de los asuntos importantes en una época de odios, levantamientos y derrocamientos apasionados.
El resumen de todo esto es la imagen de Belzu postrado sobre las gradas del Palacio, luego de haber vencido a las tropas de Melgarejo. Quizá antes de morir tenía una sonrisa dibujada en el rostro porque estaba muy cerca de recuperar la presidencia.
Sea como fuere, la intención de la publicación era “morijerar el país (…) sin zaherir a ningún individuo y tomando por arma la risa y el ridículo”. No se trataba de hacer reír solamente, había una intención profundamente crítica y patriótica “con la crítica y la risa el pueblo se moraliza”.
Precisamente esta combinación justifica revisitar estas páginas volantes tan amarillentas y abandonadas, para complejizar (¿cómo habrá sido ver desde un cosmorama?) una mirada displicente.
En efecto, durante la segunda mitad de siglo el romanticismo boliviano transitó por declaraciones de amor, por reafirmaciones patrias y por clichés de la época altamente cuestionados por las siguientes generaciones, sin embargo, más allá de esos lugares comunes, bien abiertos los ojos y las hojas, la estética romántica es mucho más que eso.
El Cosmorama fue un espacio propicio para ofrecer a los lectores, epigramas, letrillas, parodias y caricaturas, una especie de desahogo legítimo de una sociedad enfrascada en la disputa política encarnizada.
Aunque este tipo de poesía era propia de la época, muy pegada al legado castellano y castellanizante que todavía seguía haciendo efecto, se trata de un intento ambiguo y paradójico de una búsqueda de lenguaje propio que no existía y advendría mucho tiempo después.

Dijo Andres á su abogado:

Lo único que Usted practica,
Cada día y de contado,
Es la resta ó sustracción.
El respondió: −Concedido:
Usted á cuenta de esposo,
pasa las noches distraído,
en la multiplicación. (sic.)

Una de las firmas más destacadas de El Cosmorama fue la del poeta “Anjel Casto Valda” (sic.), reconocido por generaciones posteriores como “burlón, regocijado y sano”.
Fue un maestro para la generación de principios de siglo XX y en 1865 tenía 20 años, buen humor y prometía ser una gran figura literaria. Además de sus jocosas publicaciones marcó un transcurrir, un ritmo y una temática.
Por ejemplo, el número siete de la revista lo dedicaron, casi en su integridad, a textos de homenaje a Manuel María Caballero. Allí los RR y Anjel Casto Valda publican los poemas que leyeron en “presencia” del cadáver de M. María Caballero en la puerta del templo San Miguel.
El verso alrededor del cual los demás se organizan proviene, a su vez, de Ricardo Bustamante, “Esa flor que dio miel al pensamiento”. Es la imagen de esa flor marchita, seca y deshojada que alguna vez dio miel al pensamiento y sustituyó al vacío, algo que se puede aplicar a todos estos abuelos y sus afanes.

Gran gesto/función de las revistas literarias, el “homenaje” que hace confluir distintas épocas volviéndolas capas versátiles del tiempo. 

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