El Cosmorama
El autor pinta de cuerpo entero una publicación chuquisaqueña de tiempos de Melgarejo.
Omar Rocha Velasco
En pleno Gobierno de Mariano Melgarejo, exactamente en
1865, nacía en Sucre una publicación jocoso/literaria: El Cosmorama. El editor
era Nicanor Serrudo y las editoriales estaban firmadas por “Los RR”, lo que
hace imaginar al propio editor haciendo gala de la parte más sonora de su
apellido.
El nombre de la publicación fue extraído de
reminiscencias griegas y hace referencia a un atractivo “pre-cinematográfico”
muy popular durante el siglo XIX, a saber, un aparato que permitía, a través de
visores y cristales, ver imágenes de ciudades, edificios, personas, monumentos,
batallas, o escenografías fantásticas.
Como es de suponer estos cosmoramas podían deformar la
visión de acuerdo a la perspectiva y la distancia, eran espectáculos muy
acogidos durante el siglo XIX, ya sea en su carácter itinerante o permanente en
tiendas o lugares de comercio.
La publicación asumió el nombre y se convirtió en
metáfora de esos objetos proporcionadores de imágenes. En el texto de
presentación destaca la palabra “morijerar” (a la usanza), que significa
“templar excesos de sentimientos y acciones”, era, imagino, uno de los asuntos
importantes en una época de odios, levantamientos y derrocamientos apasionados.
El resumen de todo esto es la imagen de Belzu postrado
sobre las gradas del Palacio, luego de haber vencido a las tropas de Melgarejo.
Quizá antes de morir tenía una sonrisa dibujada en el rostro porque estaba muy
cerca de recuperar la presidencia.
Sea como fuere, la intención de la publicación era “morijerar
el país (…) sin zaherir a ningún individuo y tomando por arma la risa y el
ridículo”. No se trataba de hacer reír solamente, había una intención
profundamente crítica y patriótica “con la crítica y la risa el pueblo se
moraliza”.
Precisamente esta combinación justifica revisitar estas páginas
volantes tan amarillentas y abandonadas, para complejizar (¿cómo habrá sido ver
desde un cosmorama?) una mirada displicente.
En efecto, durante la segunda mitad de siglo el
romanticismo boliviano transitó por declaraciones de amor, por reafirmaciones
patrias y por clichés de la época altamente cuestionados por las siguientes
generaciones, sin embargo, más allá de esos lugares comunes, bien abiertos los
ojos y las hojas, la estética romántica es mucho más que eso.
El Cosmorama fue un
espacio propicio para ofrecer a los lectores, epigramas, letrillas, parodias y
caricaturas, una especie de desahogo legítimo
de una sociedad enfrascada en la disputa política encarnizada.
Aunque este tipo de poesía era propia de la época, muy
pegada al legado castellano y castellanizante que todavía seguía haciendo
efecto, se trata de un intento ambiguo y paradójico de una búsqueda de lenguaje
propio que no existía y advendría mucho tiempo después.
Dijo Andres á su abogado:
Lo único que Usted practica,
Cada día y de contado,
Es la resta ó sustracción.
El respondió: −Concedido:
Usted á cuenta de esposo,
pasa las noches distraído,
en la multiplicación.
(sic.)
Una de las firmas más destacadas de El Cosmorama fue la
del poeta “Anjel Casto Valda” (sic.), reconocido por generaciones posteriores
como “burlón, regocijado y sano”.
Fue un maestro para la generación de principios de siglo
XX y en 1865 tenía 20 años, buen humor y prometía ser una gran figura literaria.
Además de sus jocosas publicaciones marcó un transcurrir, un ritmo y una
temática.
Por ejemplo, el número siete de la revista lo dedicaron,
casi en su integridad, a textos de homenaje a Manuel María Caballero. Allí los
RR y Anjel Casto Valda publican los poemas que leyeron en “presencia” del
cadáver de M. María Caballero en la puerta del templo San Miguel.
El verso alrededor del cual los demás se organizan
proviene, a su vez, de Ricardo Bustamante, “Esa flor que dio miel al
pensamiento”. Es la imagen de esa flor marchita, seca y deshojada que alguna
vez dio miel al pensamiento y sustituyó al vacío, algo que se puede aplicar a
todos estos abuelos y sus afanes.
Gran gesto/función de las revistas literarias, el “homenaje”
que hace confluir distintas épocas volviéndolas capas versátiles del tiempo.
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