jueves, 15 de mayo de 2014

Ficción


Sumándonos a la “onda mundialista”, adelantamos dos de los relatos que aparecen en el libro Domingos por la tarde. Cuentos bolivianos de fútbol –Ricardo Bajo, editorial El Cuervo- que se presentará el próximo miércoles a las 19.00 en el Palacio Chico.


El jugador y la dama


Edgar Arandia Quiroga

Gomerdi sintió que la nauseas de su trasnoche alcohólica le acogotaban y, trastabillando, expulsó un líquido viscoso sobre el cuerpo del arquero. El balón penetró en el arco lentamente y los pocos ebrios que estaban en la tribuna de la cancha del barrio, parecieron resucitar al unísono gritando ¡GOOOLLL!  Algunos perdieron el equilibrio y cayeron sobre los que estaban debajo. Los jugadores de azul fueron en tropel a reclamarle al árbitro por el gol, y los jugadores de amarillo se miraban entre ellos sorprendidos y empezaron a saltar de alegría al ver que el señor de negro, señalaba al centro de la cancha y los hombres de azul -suplicantes- corrían tras él.
Mientras tanto el arquero se limpiaba la cabeza y su casaca maldiciendo a Gomerdi, a quien comenzó a perseguir por toda la cancha. Este se refugió entre sus adictos que le propinaron una tunda al perseguidor. En la cancha los azules le propinaban otra tunda al árbitro y los amarillos salían en su defensa, produciéndose una trifulca de Dios Padre. Eran las cuatro de la tarde y algunas vendedoras llevaban sus manos a la boca exclamando: “¡Llamen a los carabineros, llamen a los bomberos!”. 
Una dama, seguramente la esposa de algún jugador azul, se quitó el zapato con tacón-puñal y agredía a cuantos amarillos podía. De algún lado apareció un perro y otro y otro que participaron mordiendo piernas a diestra y siniestra. Alguien -nunca se supo quién- sacó un revólver y disparó al aire y una paloma cayó sobre la cabeza de la mujer y todos pensamos que había sido herida, por la sangre que le chorreaba por la nariz; todos quedamos quietos y socorrimos a la mujer que luego de unos minutos volvió con más furia a golpearnos, ya no con un zapato taco-puñal, sino con los dos y corría descalza, clavando su zapatos en las cabezas que encontraba. Finalmente, cayó  de rodillas, en el centro de la cancha, agotada y llorosa, levantando las manos  hacia el cielo exclamo.- ¡ Dios mío, líbrame de estos hijos de puta! (1975)


No vale bombazo


Diego Loayza

-           ¿Sueños recurrentes? ¿Qué importa? Si sabes que a mí lo de los sueños ni me va ni me viene. Si no sabemos nada de cómo funciona la mente del hombre; la gente de hoy en día piensa y rumia mucho alrededor de sus sueños, porque está de moda. Porque no soportan su realidad ¿Pero qué sabemos? En lugar de ser… oráculos o… símbolos reveladores o… encuentros paranormales y no sé cuántos, podría tratarse bien de un proceso similar al de la digestión, con el alimento. Alimento… digamos… simbólico. Eso. La mente es un sistema y todo sistema tiene sus desechos ¿O no?
-           O sea, a ver, corregime si no estoy entendiendo; estás diciendo que los sueños son una mierda.
-           Quizás, pensá: un proceso donde todos los símbolos ingeridos en la vida cotidiana se mezclan en una pasta amorfa y antiestética de pensamientos inconexos. Pensamientos que tienen que ser evacuados por la psiquis bajo la forma de imágenes. Pensá: un método de supervivencia del propio cerebro para poder funcionar regularmente en la vida diurna que es la realidad nomás. Pueden ser eso y nada más los sueños. Mirá que teoría acaba de salir de todo esto.
-           Pero no me estás respondiendo.
-           ¿Cuál era la pregunta?
-           ¿Tienes sueños recurrentes?
-           Sí, sí, sí… no es algo de lo que me avergüence. Simplemente no le doy tanta importancia como tú. O sea que…
-           ¡Los sueños, Fermín!
-           Bueno, bueno, es uno nomás, un sueño. Lo he debido tener, más o menos, unas tres o cuatro veces, máximo, desde que salimos del cole. Como verás tampoco es una obsesión… si pensamos que ya son más de veinte años… Ya, bueno, te cuento: en el sueño estoy de arquero, como en intermedio ¿te acuerdas que era arquero?, ¿no ve? Bueno, estoy en una cancha en pleno altiplano. La cancha es tan extensa, tan vasta que no alcanzo a ver el arco de enfrente. Estoy solo en medio de esa llanura seca. El sol está apuntándome como un taladro, quemándome los ojos. Al frente no veo a nadie, el campo está vacío. Al fondo, a lo lejos, se deforma el horizonte, un espejismo de esos que aparecen con el calor, te ubicas ¿no? Yo, sigo atento pero, cuando menos lo espero, veo acercarse a una manada de futbolistas corriendo como toros hacia mí, levantando polvo, a toda velocidad. Frente a ellos está el Padilla, dominando la bola, encarando con todo.
-           ¿Qué Padilla? ¿El Fulvio?
-           Obvio, el Fulvio, corriendo como bestia. De repente está cerquísima, perfilado. Yo grito: “¡No vale bombazo!”. Al cuate, como en los viejos tiempos, le vale un carajo mi recomendación y se concentra en la pelota, carga fuerzas y le pega un bombazo de empeine tan potente que me quedo helado. Antes de que me blanquee, me despierto.
-           ¿Te despiertas asustado?
-           ¿Qué crees pues? Sudando frío.


Luego de la confesión acaeció un breve silencio. Las luces de la ciudad empezaban a encenderse como pupilas indiscretas. Una vez que me fui, él sintió frío y no pudo evitar pensar: en la partida de nuestra madre y quizás en el carácter irresoluble de la soledad. 

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