“Cenagosas aguas las de los afectos, apacibles y templadas las de la amistad”
En este hermoso texto, la autora reflexiona sobre las muy especiales relaciones que tuvieron Adela Zamudio y Virginia Woolf con sus hermanas.
Virginia Ayllón
A
medida que voy estudiando la vida y obra de Adela Zamudio, un hermoso tema
aparece: la amistad con su hermana Amalia. Tal vez me impacta porque me suena a
otra amistad, la de Virginia Woolf y su hermana Vanessa.
Y
es que a las que se consideran grandes historias de amor prefiero estas relaciones
más bien devocionales, como el fervoroso amor entre Vicent Van Gogh y su
hermano Theo.
La
amistad es un sentimiento sin el apego que complica y confunde las relaciones
de pareja o las familiares. En éstas últimas hay siempre un ingrediente de
“deber”, ausente de la amistad, la que, sin embargo, comparte con aquellas el
compromiso.
No
se entendería la valiente gesta de Antígona sin considerar el amor comprometido
hacia su hermano Polinices. La tragedia de Sófocles no es una historia sobre
leyes, es una sobre los sentimientos. Por eso también es una historia de la
fuerza del amor contra las razones del Estado.
Entonces,
si bien Adela y Amalia, Virginia y Vanessa eran hermanas, en realidad se
quisieron como amigas. Digamos, además, que para quien gusta de la cábala, los
dos nombres de las inglesas comienzan con “V” y los de las bolivianas con “A”.
Mientras
Vanessa era mayor en tres años que Virginia, Adela llevaba a Amalia casi dos
años y en ambas relaciones una de ellas hizo de la escritura su zona de
sobrevivencia, y al hacerlo, tanto Virginia como Adela erigieron su creación
como centrales para la literatura de sus países, para la escritura de mujeres y
para la literatura universal, al menos en el caso de Virginia.
Adela
y Virginia no estaban muy alejadas en el tiempo (la inglesa nació en 1882,
veintiocho años después de la boliviana) pero sí en el espacio, aunque la literatura
las une porque nunca será un dislate hablar de la escritura de la una junto a
la de la otra.
Pero
si Vanessa fue la hermana fuerte y protectora de Virginia, en el otro caso, fue
Adela la que protegió a su hermana, y en realidad a toda su familia.
De
Vanessa, además, se sabe que fue una importante pintora y principalmente una
mujer nada convencional. Algunos pocos datos sobre Amalia parecen indicar algo
similar, una mujer de carácter libre, y dispuesta a buscar y disfrutar los
encantos de la vida.
Virginia
y Adela se parecen en la enjuta mirada de adultas y a veces hasta en la
indumentaria cuyos retratos testifican. En ambas se adivina nostalgia o sufrimiento,
pero se alejan sobremanera en las razones de su pesar.
En
el caso de Virginia, recientes biografías establecen el origen de este
sufrimiento en el abuso sexual que junto con Vanessa habrían sufrido, de parte
de sus medios hermanos. A ello, los biógrafos suman las pérdidas de su madre,
su padre, su hermano y su media hermana.
En
el caso de Adela, los pocos datos que se conocen indican que a su sensibilidad
sobre la situación de la mujer en la sociedad, que le trajo varios problemas,
se sumaron las pérdidas de su padre, su madre, sus dos hermanos y, finalmente
la de su hermana Amalia.
Esto
significó para Adela, a sus 58 años y hasta su muerte, hacerse cargo de los
hijos de Amalia, cumplir el rol maternal y de cuidado de tres adolescentes.
Pero, a diferencia de Virginia, quien pertenecía a una adinerada familia
inglesa de clase alta, Adela tuvo que cumplir tal designio de la vida apoyada
en su salario de maestra.
Ambas,
Virginia y Adela, suelen ser despectivamente consideradas como mujeres “duras”,
ajenas a los quehaceres femeninos comunes y no pocas veces el gesto despectivo
las pone como “intelectuales” y “racionales”.
Al
respecto, Marguerite Yourcenar, recordando su encuentro con “la joven Parca”,
como calificaba a Virginia Woolf, se decía a sí misma: “a menudo reprochamos su
intelectualismo a las naturalezas más finas, a las más ardientemente vivas,
obligadas por su fragilidad o por su exceso de fuerzas a recurrir sin cesar a
las duras disciplinas del espíritu”.
Al
igual que la belga autora de Opus Nigrum,
también creo que Virginia y Adela eran frágiles y vivían sus días asustadas, lo
que no quiere decir pasivas; y los vivieron escribiendo.
Lo
mismo podemos decir de Silvia Plath, Alfonsina Storni o Alejandra Pizarnik.
Estas mujeres no vivieron “felices” (“pavorosa palabra”, decía Adela) y tal vez
ni siquiera contentas; transcurrieron estancias tensas pero sumamente intensas,
para decir lo menos. Quién sabe ello explique algo de su vigorosa escritura
(también para decir lo menos) y no es casual que el suicidio esté en su letra y
en sus vidas. Adela no se suicidó pero hay que leer su poesía (no solo su poema
A un suicida) para reconocer este índice en su obra.
Volvamos
a la amistad. En una carta dirigida a su hermana, Vanessa le dice: “si sólo
estuvieras aquí ahora, encenderíamos un fuego y nos sentaríamos a hablar toda
la mañana, con las faldas subidas hasta las pantorrillas”.
Esta
escena en que dos hermanas conversan es el mejor dibujo de este tipo de
amistad. En su poema Ayer en la tarde, dedicado a Amalia, Adela dice: “Tras un
día caluroso/ vino un fresco anochecer/ y en un sitio delicioso / bajo un
pabellón frondoso / nos detuvimos ayer (…)/ Largo tiempo te escuché, / tu voz
me gustaba tanto…”.
¿De
qué hablaban estas hermanas amigas? Vanessa le dice a Virginia “Con genuino
interés oiría lo que tendrías que decirme y seguramente llegaríamos a
apasionadas esferas (…) hablaríamos de nuestro maravilloso pasado. ¿Por qué no
estás aquí?”, y Adela a Amalia: “Tal vez en algo pensamos/a un mismo tiempo las
dos;/ algo que ambas recordamos…”.
Pero
es seguro que el recuerdo era apenas un tema más del que hablar, e
indudablemente el silencio, la risa y el llanto estuvieron en medio de estas
amorosas escenas.
Quien
mejor ha captado estas relaciones fue, sin duda, el impresionista francés
Renoir, al menos en dos de sus telas. Mujeres hablando y Niñas a la orilla del
mar. Particularmente esta última en la que, de espaldas a dos mujeres jóvenes,
el pintor retrata ese estado de complicidad e intimidad, la apacibilidad del
paisaje, tan a tono con esos corazones tan cercanos.
Roguemos
al cielo santo
que
siempre unidas así,
se
alce a un tiempo nuestro canto,
se
confunda nuestro llanto
y
no te apartes de mí
(Adela
Zamudio)
Existen muchas similares entre ellas, pero a diferencia de Virginia nunca encontré nada sobre alguna pareja de Adela Zamudio
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