El lenguaje de una nueva civilización
Paola R.
Senseve T.
“Estoy
tan aburrida que podría morir”, escribe la adolescente Genoveva que vive en Culo
del Mundo. Sus días transcurren entre la escuela, su diario y sus profundos
amores: su abuela, su perro, su hermanito y su mejor amiga.
En 98 segundos sin sombra, Giovanna Rivero
se desdobla en la creíble voz de una muchachita que todo lo escribe en un
diario, la máxima expresión de su libertad. Es el único lugar donde puede ser,
sin esconderse, sin medir sus palabras. Ahí se cuestiona, se irrita, se
pregunta y se responde cosas que cuando pasamos de la juventud y más allá,
seguimos haciendo de una forma impura, contaminada por la racionalidad y la supuesta
madurez.
Y son
las palabras, las protagonistas de esta novela. Es más lo que dice y cómo lo
hace, que las historias que cuenta. No pasaría nada, si es que Genoveva no lo
escribiera en su diario, “como hizo la chica Frank”.
Entonces,
nos interna en un universo que existe solo a través del lenguaje: “…como si a
mí la vida de los demás me importara tres peniques. Sí, acabo de escribir
‘penique’”. Genoveva también es una maestra de la
ironía cuando habla con y de las personas que la rodean; así se defiende del
mundo: “Es
fácil ser hombre. Es facilísimo. Abrís la boca y reís.”
En su reseña, Sebastián Antezana apuntó
las páginas que hablan del vínculo que une amor y enfermedad, como las mejores
de la novela. Estoy de acuerdo con él y me animo a afirmar que para una Genoveva
que piensa el amor innevitablemente unido a la enfermedad, a la falta de seguridad
o estabilidad, los límites de la corporalidad tampoco están presentes.
Por otro
lado, un fuerte complejo de Edipo, salpica las páginas de 98 segundos sin sombra, culminando en la máxima de todos los seres
humanos: divorciarse de los padres, no sin antes haberse reconocido en ellos.
Giovanna
también nos descoloca en la lectura manejando imágenes hermosas que parecen situadas
estratégicamente para equilibrar la brutalidad de su texto: “Supongo que cuando
nadie la ve, mamá se escurre completa por esos anillos y cruza a otros lugares,
a otros países, a otras vidas, donde no tiene dos hijos ni un marido
depresivo”.
O la
sola idea del título, de esos 98 segundos
sin sombra, la jugada estética principal, contar el tiempo que transcurre
en las cosas que a Genoveva le parecen importantes y hacer que nosotros,
lectores, respiremos.
Esta es
una historia que atraviesa todas las etapas: el nacimiento, el tedio de vivir,
la enfermedad, la muerte. Una chiquilla, que se desviste de todo, que destruye
lo que requiere un final, que toma lo indispensable y se va con lo que cree que
es amor, para fundar una nueva civilización.
No
dejamos de ser esa adolescente en la medida en que el tiempo pasa y lo real es
lo que vamos descubriendo de nosotros, de lo que somos capaces. Pocas cosas nos
separan de Genoveva, la edad no es una de ellas.
Terminé
de leer 98 segundos sin sombra y me
quedé con la sensación de haber leído a una Giovanna honesta, sin pretensiones
(lo que no quiere decir sin legítimas ambiciones), doliente, que no está buscando
llegar a alguna parte porque está parada en el lugar exacto donde tiene que
estar. Hay que hacerse muy pequeño para ser grande, decía mi abuela; tan pequeño
como una menuda adolescente en Culo del Mundo.
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