Una llamarada verde
La consolidación de cuatro talleres literarios permanentes en Santa Cruz de la Sierra, llevan al autor a reflexionar sobre la valía de esta práctica de incentivo a la creación.
Gabriel
Chávez Casazola
Una
reciente publicación del diario El Deber, firmada por el narrador y periodista
Adhemar Manjón con el título “Crear literatura en Santa Cruz”, ha puesto en
relieve la existencia de cuatro vitales -por activos pero también por
necesarios- talleres permanentes de escritura en la ciudad de los anillos: dos
de ellos de narrativa, impartidos por Magela Baudoin y Maximiliano Barrientos;
y dos de poesía, uno a cargo de Gustavo Cárdenas y Juan Murillo, y otro de
quien escribe estas líneas.
Al
preparar su artículo, Adhemar preguntaba si me sorprendía que hubiera
postulantes tanto para mi taller -nombrado “Llamarada verde”- como para el de
Cárdenas y Murillo, llamado “Poetangas”, teniendo en cuenta “que hace años era
muy difícil que hubiera un taller al año”. Su interrogante me dejó cavilando y
la respuesta fue que me sorprendía y no.
Por
una parte, siempre llama la atención que la poesía no haya perdido vigencia,
después de tantos siglos y en un mundo como el actual, tan estropeado por el
racionalismo y el materialismo. A pesar de los pesares y de muchos de los
propios poetas, que la ensimismaron y encriptaron durante varias décadas, la
poesía sigue viva y cercana. Sus lectores la buscan y saben dónde encontrarla.
Es cuestión de ponerla a disposición, como una fruta madura.
Pero
a la vez no me sorprende que esto ocurra en Santa Cruz, porque es un lugar
donde ahora la poesía sucede. Muchos poetas hemos elegido vivir y trabajar aquí
por la poesía. Hay nuevos y relevantes espacios de lectura, de formación,
iniciativas de difusión, etc., que se remontan -y no es casualidad- a hace
cuatro años, lo que nos muestra que 2013 fue un año de siembra. Pienso en el
postítulo de escritura creativa de la UPSA, dirigido por Magela Baudoin, que
ofrece formación en narrativa, poesía y lectura para escritores; en el Festival
Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos del que somos curadores
Gary Daher y yo con el apoyo de la Feria del Libro; en la Semana de la Poesía
creada por Paura Rodríguez con apoyo del Centro Patiño, la Alianza Francesa y
ahora otras instituciones y empresas; en las lecturas de la plazuela Calleja
que organiza Óscar “Puky” Gutiérrez junto a Patricia Gutiérrez y otros
cómplices… Todas estas iniciativas
tienen ya cuatro años, mientras el taller “Poetangas” ha cumplido tres y “Llamarada
verde” dos y medio.
Eso
sí, es verdad que hay muchas carencias todavía en este rubro en Santa Cruz:
existe muy poco respaldo institucional -léase financiamiento- público y privado
para la literatura; faltan más espacios estables de formación académica y se
echa de menos una mayor difusión editorial y en librerías, aspecto en el que aquí
parecemos más bien haber retrocedido estos últimos años. Ah, y por supuesto,
falta el acompañamiento de la crítica.
Sin
embargo, lo que sobra es gente interesada, entusiasmo y ganas de hacer bien las
cosas. Respecto a “Llamarada verde”, después de 30 meses de trabajo me siento
muy contento con esta experiencia. Siempre he creído que la poesía es un don -luminoso
y a la vez atroz-; un talento que se nos confía a algunos seres y que no
podemos guardar para nosotros mismos sino contagiarlo. Ya había impartido en el
pasado otros cursos de poesía en otras ciudades y otros países, pero este
taller es el más extenso que he desarrollado y en el que he trabajado con mayor
profundidad.
Se
trata de un taller personalizado, ya que tiene solo cinco integrantes, lo que
nos permite dedicar mucho tiempo a la obra de cada quien, y avanzado, porque
sus integrantes aprobaron previamente el módulo de poesía del postítulo de la
UPSA y/o tienen experiencias anteriores de lectura y escritura de poesía. A diferencia
de otros, es un taller centrado en la producción de textos poéticos. También
hay lectura y análisis de textos de autores nacionales e internacionales de
diversas épocas y sensibilidades, pero sobre todo trabajamos en la creación,
revisión, edición y lectura de textos propios. “Llamarada verde” es, pues,
estrictamente, un taller de escritura poética que pronto dará sus primeros brotes,
puesto que este año publicaremos y presentaremos cinco libros de poesía, uno de
cada integrante del taller.
Evidentemente,
y lo anoto por el escepticismo que suelen inspirar entre muchos autores, no
creo que los talleres sean (ni puedan ser) fábricas de escritores, menos aún de
poetas, pero sí espacios válidos desde donde se puede irradiar un compromiso más
riguroso con la literatura. Su existencia permite ampliar los horizontes de
lectura y trabajar con mayor ahínco en el oficio de escritura.
En
un momento de auge para la poesía, como el que se vive en Santa Cruz, y en el
que las nuevas tecnologías tientan a los jóvenes (y no tan jóvenes) a compartir
en las redes el primer texto que se les viene a la cabeza, es indispensable que
hayan espacios de tamiz, de discernimiento y exigencia como lo son, entre
otros, los talleres de escritura creativa.
Me
preocupa ver que algunos autores que están dando sus primeros pasos, habiendo
leído poco o nada y sin haber recibido el acompañamiento deseable de poetas o
editores que los orienten con responsabilidad, sacan a la luz libros que dejan
mucho que desear. Y en lugar de ejercitar la sana crítica, ciertos escritores,
bienintencionados unos y buscadores de prosélitos otros, les reparten palmadas
en la espalda y elogios desmedidos que, en lugar de hacer bien a estos noveles
autores, les hacen daño, pues crean espejismos e incentivan la
mediocridad.
Debemos
ser rigurosos y (auto)exigentes al máximo, sobre todo con los que comienzan a
caminar este sendero. No basta con el interés, el entusiasmo y las ganas de las
que hablaba más arriba. Nada puede haber más peligroso que el voluntarismo y el
activismo sin espesor, sobre todo cuando hablamos de poesía. Ella no es un
divertimento. Es un oficio riguroso y a la vez asombroso, un muy serio juego de
niños. Los talleres de escritura pueden ayudar, entonces, a que estos aspectos
esenciales de la poesía se comprendan mejor. No son más que eso: espacios de
mutuo enriquecimiento en el oficio, pero no son menos. Y esa función que tienen, en algunas circunstancias
personales o colectivas -como en la Santa Cruz de hoy- puede resultar esencial.
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