El mundo de Liliana
Comentario del nuevo libro de Liliana Colanzi, que el autor leyó en una reciente presentación en Cochabamba.
Adolfo
Cáceres Romero
No
diría el mundo, sino el universo de Liliana. Aunque ella nos habla de Nuestro mundo muerto en un cuento de
ciencia ficción que le sirve de título para su nuevo libro publicado en 2016 por
la editorial El Cuervo.
Al
leer El ojo, Alfredito y La ola, los
tres primeros cuentos de los ocho que componen el volumen, sentí que me
impregnaba -una vez más- del mismo aroma intimista, obsesivo, que emana de los
cuentos de Virginia Woolf. Algo similar sentí al leer Retrato de familia y Rezo por
vos, cuentos de Liliana que están en Vacaciones
permanentes (2010), su primer libro, elogiosamente recibido por la crítica.
Pero
la otra parte de Nuestro mundo muerto,
con Chaco, me sorprendió por su
floración mítica, auténtica y personal; el rescate de los seres cuyas voces
recién son escuchadas en su concepción de la tierra que se resiste a morir a
pesar del asfalto que abre sus entrañas; su tierra, nuestra tierra, sazonada
con la sal de nuestros ancestros. Ese escenario de nuestra América originaria
que fue cantado magistralmente por Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Joao
Guimaraes Rosa y Gabriel García Márquez, ahora se abría a mis ojos, celebrando
el origen de nuestras cosas, nuestros árboles, fuentes, animales, en fin,
nuestra naturaleza, con toda su magia originaria.
No
es fácil llegar a esta resolución si no se vive con la mente puesta en nuestros
mitos, como lo hace Homero Carvalho en varios de sus poemas emblemáticos. Es en
ese intento donde se autentifica Liliana Colanzi, con algo que es
exclusivamente suyo y nuestro, inclusive en el lenguaje que usa. Pienso que
Liliana, a pesar de vivir lejos del país, siempre sintió el clamor de la
sangre. “Para mí -nos dice-, escribir es meditar sobre situaciones o temas que
me interpelan de manera profunda”. Esa interpelación viene de más allá de sus sueños,
de un tiempo que todavía vive en ella.
Desde
luego que también están sus lecturas, sus vivencias en medio de otras culturas;
de ahí que sus cuentos urbanos bordean el misterio, la rutina, no diría de la
vida, sino de lo que somos o nos hacemos, obsesionados con el misterio de
nuestra creación. Expulsados del paraíso, vamos aprendiendo con nuestras
caídas. Aquí recuerdo Rezo por vos,
de su primer libro; magistral en el manejo de la anécdota. Entiendo
perfectamente lo que sigue, cuando ella dice en una entrevista para Brújula,
del diario El Deber de su natal Santa Cruz: “aunque a veces no tengo muy claro
por qué. De hecho, casi nunca tengo claro por qué o hacia dónde voy, hasta que
empiezo. Ese ánimo exploratorio es el que me motiva, tanto para el cuento como
para -en este momento- la novela”.
Y
aquí viene a cuento Chaco. Virginia
Woolf también empezó su célebre novela La
señora Dalloway (1925), con un
cuento que publicó, con el mismo título, tres años antes.
¿Pero
qué es Chaco? Podría decir que es un
vitral de nuestro mundo originario del sur de Bolivia, especialmente de los
departamentos de Santa Cruz y Tarija. Vitral
de la memoria, diría Eduardo Mitre, remitiéndose a sus recuerdos de
infancia. El de Colanzi es de las etnias que aún pueblan nuestro ámbito
territorial. Chaco, que ganó el Premio
Aura Estrada de México, comienza con estas palabras:
“Decía
mi abuelo que cada palabra tiene su dueño y que una palabra justa hace temblar
la tierra. La palabra es un rayo, un tigre, un vendaval, decía el viejo
mirándome con rabia mientras se servía alcohol de farmacia, pero ay del que usa
la palabra ligera. ¿Sabes qué pasa con los mentirosos?, decía. Yo quería
olvidarme del abuelo mirando por la ventana a los suchas que daban vueltas en
el inmundo cielo del pueblo. O le subía el volumen a la tele. La señal llegaba
con interferencia, una explosión de puntitos. ¿Sabes lo que le pasa al que
miente?, insistía el abuelo, esquelético, amenazándome con el bastón: la
palabra lo abandona, y al que se queda vacío cualquiera lo puede matar”.
La
muerte ronda este cuento, de la manera más insospechada, mostrándonos la
extraordinaria capacidad de fabulación de esta escritora. Trama y lenguaje, van
parejos, inclusive con sus giros coloquiales.
Nuestro mundo muerto es un
libro de cuentos único, incomparable, en el que Liliana, estimulada por los
“irisinos” de Edmundo Paz Soldán, nos lleva a la colonización de Marte, con
personajes nuestros, como Choque, el botánico de la colonia. Tenemos para más
con ella, si confiamos en sus motivaciones. Leyéndola nos damos cuenta no solo
de su enorme talento creador, sino también de su voluntad de crecer.
“Estuve
lidiando en los últimos años con algunos problemas médicos -nos confiesa- que
me hicieron experimentar lo frágil que es el cuerpo y la tenue relación que
tenemos con eso que está allá afuera: el insomnio prolongado o una pastilla
diminuta pueden hacer tambalear por completo tu sentido de la realidad. Me
interesó trasladar ese desquiciamiento, esa ruptura epistemológica, a la
escritura. Y eso vino acompañado, también, por un deseo primal de volver a las
fascinaciones de la infancia. De chica pasé algunas vacaciones en Beni, en un
aserradero en el monte, y allá vi y escuché cosas tremendas”.
Anhelamos
que esas cosas tremendas sean sublimadas en nuevas obras, para ventura de quienes
admiramos y seguimos la ruta de sus escritos.
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