[La invención de Hilda Mundy]
El origen de Hilda Mundy, o cómo Laura Villanueva pudo haber dado con el nombre que la inmortalizó.
Rodolfo
Ortiz
Cómo no
hubiera deseado proponer el nombre “Hilda Mundy” como punto de partida del
devenir post-operatorio de la Guerra del Chaco. Pasolini a propósito de su
teoría de lo cinematográfico hablaba sobre la posibilidad de apropiación
objetual de los nombres. Bien podríamos imaginar tal apropiación en lo
histórico a partir de las inequívocas palabras de Nietzsche: “Todo lo que es profundo
ama la máscara” o mejor de estas otras que llegan de un manuscrito inédito de
Pessoa: “Toda a gente é a caricatura de’uma única pessôa que não existe”. Un
nombre ruidoso en Londres y un nombre en Oruro, por tanto, no tendrían la misma
capacidad de “concreción objetual”, aunque sí el unísono de lo conjetural. Como
diría Hilda Mundy (no la actriz londinense, sino aquella de la infantería
periodística de Oruro), la desnudez proviene de lo terrible en la vestidura de un
cuerpo. Lo dijo en 1935, evocando a Goya a la manera de un “cocktail periodístico” ofrecido al
director de La Mañana (que en ese
entonces curiosamente eran dos, los hermanos Doria Medina): “…le invito
cubriéndome respetuosamente, sencillamente… cubriéndome tras mi modesto
seudónimo porque considero que la maja vestida de Goya fue mil veces más
exquisita que aquella otra…”.
Voy a referirme en estas líneas a la invención del
nombre Hilda Mundy, o mejor, al derrotero de un “seudónimo” que un día visitó a
Laura Villanueva Rocabado y la vistió hasta su muerte. Un nombre que encubre
quizás algo profundo, quizás algo que no existe, pero que hasta el momento
sabemos se imprimió por primera vez el 23 de julio de 1934.
Habría que precisar que el opúsculo póstumo que se
titula Impresiones de la Guerra del Chaco
se comenzó a escribir el 18 de junio de 1932 y se publicó en Cosas de fondo el año 1989 con la
autoría de Hilda Mundy. No se conocen los originales de este primer libro deslumbrante,
por lo que no sabemos si estos papeles estaban firmados con ese nombre. La
familia Bedregal me comentó que un conjunto de fotocopias que se sacaron del
archivo de Laura Villanueva (robado en 1985 de la calle Goitia) se entregaron a
Julieta Montaño y que fue este conjunto de papeles la fuente directa que luego utilizó
Silvia Mercedes Ávila para la edición de Cosas
de fondo. Los vericuetos del dossier
del CDMAZ-CIDEM son otra historia, pero sí sabemos, y tal el punto de partida
que me ocupa, que la primera aparición impresa de ese “seudónimo” se dio en el
Órgano del Centro Patriótico de Retaguardia de Oruro en 1934.
Pero
indaguemos un poco más acerca de este bello nombre. Hilda Madeline Mundy
(1893-1953) fue una actriz de Marylebone (Londres) que protagonizó junto a su
esposo Billy Caryll escenas desopilantes de melodramas amorosos en
radio-teatros, escenarios y películas de cine. La carrera de esta comediante y
el contexto en el cual desplegó sus pericias verbales resultan por demás
relevantes si convenimos en que Hilda Mundy, la incendiaria y también performer orureña, tenía los ojos y los
oídos bastante solícitos al mundo sajón, y por lo mismo, no es de extrañar que
el variety theater o el music-hall, que Marinetti en 1913 ya celebraba
como la verdadera maravilla futurista, iría a capturar su espíritu, pues allí
aunaban “la caricatura en todas sus formas”, “la impalpable y deliciosa
ironía”, “las ligeras revelaciones del cinismo”, “los juegos de palabras”, “el
absurdo que empuja el alma hasta el borde de la locura” o, más todavía, el
desbordante crisol de elementos donde no estaba ausente el cruce de género
entre las mujeres, si recalamos, por ejemplo, en el suceso memorable de 1932 en
el London Palladium cuando Hilda Mundy personificó a Vesta Tilley (Matilda
Alice Powles), la controversial imitadora de hombres.
Pienso
que no está lejos la posibilidad de que Hilda Mundy (beneficiaria de su propio
carnaval de Oruro) haya conocido este suceso y otros tan característicos de la
cultura popular británica de la época. Sin ir muy lejos, en una columna de “Brandy
Cocktail” alegaba en contra de su género y del otro a propósito de un Remitido
publicado en La Patria: “Creo que de
hoy en adelante firmaré Hildo Mundo, así podré con garantía tachar con más
acritud esta clase de sucesos”.
La
primera aparición en escena que la bibliografía registra de la pareja
Mundy-Caryll se dio el 30 de noviembre de 1931. El productor George Black montó
un show llamado “Crazy Week” en el
London Palladium, en el cual juntó a los famosos comediantes de los 20, Jimmy
Nervo y Teddy Knox, a Charlie Naughton y Jimmy Gold, y a los esposos Hilda
Mundy y Billy Caryll. Con un éxito que se prolongó alrededor de ocho meses, en
1932 el “Crazy Week” se transformó en “Crazy Month”, cuya popularidad es
posible reconocer en la escena final del filme The 39 steps (1935) de Alfred Hitchcock. Esta faena de double acts perduró hasta la irrupción
de la guerra, sin embargo, el “teatro de variedades” o “teatro inglés”, según apuntará
Hilda Mundy, si bien maniobraba para desenmascarar, al mismo tiempo lo hacía para
mantener a la gente distraída frente a los desastres de la guerra, estratagema este
último que entiendo también sucedía en el Palais Concert y el Teatro Imperio de
Oruro durante las contiendas bélicas y políticas del Chaco. Lo cierto es que
comenzó la producción masiva de películas y en 1937 el grupo de comediantes se
establece con el nombre “Crazy Gang”, con la excepción de la pareja
Mundy-Caryll que decide abandonar este elenco por razones poco esclarecidas. Los
“Crazy Gang” se harán famosos y sus comedias perdurarán hasta 1962.
Si bien
Calling All Ma’s (1937) fue la
primera película donde Hilda Mundy fue protagonista en una historia donde un
esposo intimidado intenta escapar de su esposa dominante, años antes Mundy y Caryll
ya habían representado en la radio una serie de escenas cómicas, muy
características por su lenguaje cotidiano y popular, en las cuales una pareja
de esposos se debatía en peleas interminables y desopilantes. La serie de estos
humorous sketches se llamó Domestic Bliss y fue grabada en discos
de vinil de 78 rpm en los sellos Broadcast Twelve y The King of Records, en
1932 y 1934 respectivamente.
Los
datos anteriores podrían ser significativos si pretendiéramos vislumbrar alguna hipótesis acerca
de cómo el nombre de Hilda Mundy se inventó en Hilda Mundy. Si Laura Villanueva
se concibe como Hilda Mundy en 1934, la filmografía de la época no nos sirve de
mucho. Podría ser poco cuestionable que el mundo del music hall le llegó a través de ciertas lecturas de Marinetti, que
sabemos ejercía con fervor, pero titubeamos al colegir que descubrió a la
actriz londinense por boca de su padre Emilio Villanueva, quien estuvo en París
en 1929 y 1934. Quizás fueron unos discos que llegaron en la maleta o, por qué
no, durante la opacidad prematura de una tarde en la que se le dio por encender
la radio (concedamos que allí había una radio con ese ojo mágico de espectro esmeralda
que sintonizaba con el mundo)… y de pronto la voz, esa voz reveladora que
reafirmaba que el teatro de variedades en cualquiera de sus formas era la
escuela ideal de la sinceridad.
Buen trabajo de investigación, linda historia.
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