Francis Ponge y la traducción de la poesía
“Texto leído durante la presentación de El Sena de Francis Ponge (traducción de Silvio Mattoni), editado por La Mariposa Mundial.
Alan
Castro Riveros
la voz
es la temperatura
Jaime Saenz, El frío
La felicidad de las lenguas
La
traducción de la poesía es el ámbito donde un idioma se enfrenta con su sustento,
con el lenguaje primitivo que opera en él, “como instauración del ser” -acotaría
Heidegger. Un poema es el relámpago más o menos extendido de ese lenguaje
remoto que de pronto emerge a la superficie en un idioma particular. La
historia del idioma particular es la historia de laberínticas interpretaciones del
lenguaje primitivo.
¿Cómo
se ha hecho presente el lenguaje primitivo en un poema, con qué matiz en cada
idioma, en cada hombre? Tal la dificultad y la experiencia abierta por la traducción
de la poesía: la particularidad con la que un idioma ha tocado su origen, la
intensidad con la que el cuerpo del poeta ha sentido la encarnación de la
poesía.
Por
supuesto, cada poema es apenas un matiz de la poesía y cada idioma favorece la
aparición de poemas específicos dándoles un particular acento sensorial según
sus propias ondulaciones. Como sabemos, y citando a Yves Bonnefoy, “las lenguas
no tienen sus ‘felicidades’ en los mismos puntos”. Tales “felicidades” -que
ahora llamamos “poemas”- son el sustento de todo lenguaje.
El pensamiento del origen
En
una nota a la traducción de La traduction
de la poésie (breve ensayo del poeta y traductor francés Yves Bonnefoy),
Silvio Mattoni (el traductor) explica que el trabajo de traducción que hizo junto
a Arturo Carrera intentaba “captar un eco de esa prosa intrincada”, pues ambos
creían que “todo pensamiento sobre la poesía y la lengua de los poetas puede
ser en sí mismo poesía”. (Entre paréntesis habrá que preguntarse cuál es la
experiencia que une al poeta, al traductor y al pensador en uno solo, teniendo
en cuenta que Bonnefoy, Mattoni y Carrera son traductores, poetas y ensayistas
en un solo texto).
En
el párrafo central de esta nota (fechada en octubre de 2004) publicada en la edición
13/14 de La Mariposa Mundial, Mattoni
escribe: “Traducir es buscar el origen. Escribir poemas o pensar en ellos nos
llevaría a un punto fuera del idioma propio, donde una experiencia anterior al
habla, previa a todo aprendizaje, se torna la condición misma de lo que podemos
decir y aprender”. (No por nada, en un reportaje con el periódico cordobés La Voz, Mattoni “hace un reproche a sus
padres por su falta de formación musical”).
Si
“traducir es buscar el origen”, traducir un libro es encarnar la aventura y
vericuetos de su escritura, transitar el cauce que ha tomado el lenguaje
primitivo para salir a la superficie.
En
todo caso, la traducción apuesta por situar la experiencia poética de un idioma
en las posibilidades de conocimiento poético inherentes a todo lenguaje, “que
al final llegarían a ser unas redes, signos y tiempo insignificante” [Mattoni,
2004] comunicando múltiples generaciones y tradiciones.
La calidez y un remolino en el río
La
oración inicial de La Seine (Lausanne,
1950) de Francis Ponge (1899-1988) en idioma original dice: “Connaissons bien
de quelle difficulté à se promettre notre onde en premier lieu sourcille...”.
La traducción de Mattoni en El Sena (La
Mariposa Mundial, 2017) dice: “Sabemos bien con qué dificultad para decidirse
nuestra ola en primer lugar frunce el ceño...”. Señalando al paso el problema
de género que implica traducir el título LA
seine como EL Sena, el cual, por
ejemplo, opaca la homofonía que en francés guarda el eco eucarístico de La cena,
detengámonos solamente en la palabra sourcille.
Sourcille en sentido literal
es pestañear, mientras que en sentido
figurado es fruncir el ceño. Entiendo
que el traductor escoge la segunda opción no por apego a lo figurativo, sino
por la compasión (sentir con el otro) con respecto a la experiencia de la
escritura de Francis Ponge. Tanto en pestañear
como en fruncir el ceño hay una
contracción física. Sin embargo, la intensidad es diferente. Pestañear frente a
la escritura de un poema no es tan vasto como fruncir el ceño frente a ese
acto. El ceño fruncido tiene algo de caviloso y colgado, el pestañeo de brevísimo
descanso automático.
Si
hacemos caso a Jesús Urzagasti cuando dice que la poesía “no ilumina el camino
sino los peligros que lo adornan”, entendemos que el traductor de La Seine atienda más al gesto de fruncir
el ceño que al otro. Aquello que importa en la traducción de la poesía (el
sustento de una lengua) está cerca de la calidez con la que el traductor se
aproxima a los ritmos y pausas del poeta en el acto de la escritura.
El Sena:
la palabra y la voz
Al
leer la obra de Ponge en general, tenemos la sensación de leer un texto como si
leyéramos el método con el cual ha sido compuesto. En ningún poeta esta
sensación tiene la misma intensidad. El método de Ponge consiste en elegir un
“objeto” en vez de una perspectiva. De tal manera, puede mirar este objeto
desde todas las perspectivas que entreteje su pensamiento, tocando siempre el
origen de tal mirada que, en este caso, podríamos llamar (imprecisamente)
dialecto.
El
libro El Sena comienza con el origen
del río Sena, y luego se pasea por la física configurativa de la materia a
partir del agua, la geografía, las estadísticas, la historia, la ciencia, la
poesía, el propio libro, el hombre que mira el Sena desde un puente, etcétera.
Y cada una de estas perspectivas revela también su tono particular, su acento
sensorial en los flujos y matices que se atemperan en la escritura de Ponge.
“Llegado
a este punto, ¿para qué seguir corriendo, cuando ya estoy seguro de no dejar de
correr dentro de ti, querido amigo? O más bien, ¿para qué seguir corriendo, si
no para estirarme y relajarme al fin?”, dice Ponge casi al final de El Sena.
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