Entre palabras y palabras y palabras…
Benjamin Lee Whorf y Wilhelm von Humboldt, entre otros, ayudan al autor en esta provocadora reflexión sobre la palabra -la lengua, más propiamente- y su trascendencia en quienes la hablan y, por lógica consecuencia, en el mundo en general.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Nada
más natural que una reflexión sobre la poesía sea al mismo tiempo una reflexión
sobre la lengua, sobre el lenguaje, sobre la palabra. Y, por ahí, sobre la
traducción. Pero llegamos inevitablemente a un punto en el que al preguntarnos
sobre la naturaleza de la lengua en su relación consigo misma y con el mundo,
tal interrogación dé lugar a posiciones contrastadas.
De
un lado un universalismo chomskiano (ya en franco retroceso) para el cual,
independientemente de las grandes diferencias de las muchas lenguas entre sí, habría
una matriz general y universal que antecede, como una disposición genética, a
cada lengua concreta que nazca de ella; habría una estructura profunda que subyace
a todas, de tal modo que lo primero que hay que destacar antes que su profusión
es esa supuesta matriz o gramática universal de la que sin excepción
provendrían todas (algo luego desmentido por los hechos).
Muy
lejos de una posición así, y de forma mucho más empapada del conocimiento real
de lenguas, de un verdadero trabajo de campo lingüístico, las corrientes que
pueden llamarse particularistas o monistas defienden, más bien, la unicidad de
cada lengua, la forma en que solo ella, cada una de ellas, tiene de decir las
cosas como de formar y predeterminar el mundo que se dice y que se ve. A tal
lengua, tal mundo.
La
de Benjamin Lee Whorf (1897-1941) es una figura ya relativamente diluida, de
rebordes esotéricos (por el lado Gurdieff-Ouspensky) y labrada, sobre todo, a
la deriva de las corrientes de la lengua hopi. (Extrañeza y particularidad de
los hopi: ocupan un importante lugar en Aby Warbur y en D.H. Lawrence que,
visitantes, describen la impresionante danza del “ritual de la serpiente”. Y
hopi también son las extraordinarias muñecas katchinas y las pinturas en la
arena).
Fue,
en efecto, su conocimiento y sus discusiones de y sobre la lengua hopi los que
llevaron a afianzar la que luego sería conocida como la hipótesis Sapir-Whorf
(siendo Sapir una lumbrera, una generación mayor, de las lenguas amerindias),
según la cual hay una estrechísima, inexorable y radical relación entre
pensamiento y lenguaje. Dime qué idioma hablas y te diré cómo piensas.
Hay
fulguraciones como estas en su prosa y sus exposiciones casi impacientes, con
grandes ambiciones de conocimiento: “las formas de los pensamientos de una
persona están controladas por leyes de formas-patrones de las que es
inconsciente. Estos patrones son la no percibida e intricada sistematización de
su propio lenguaje…”. O: “cada lenguaje es un vasto sistema de formas
(pattern-system), diferente de todos los otros,
culturalmente ordenado por las formas y categorías con las que la
persona no solo se comunica, sino que analiza la naturaleza, percibe o se salta
los fenómenos, canaliza sus razonamientos y construye la casa de su
inconsciente”. (Language, mind and
reality, disponible en internet).
Pero
pasado un primer asombro, hay grandes figuras deseosas de enterrar
definitivamente a Whorf. Así Max Black, con corrosivo humor, sobre la
insistencia en querer afirmar la naturaleza inconsciente del sistema
fonológico: “Es como preguntarse si la geometría euclideana es parte del
mobiliario mental de un hombre ordinario que no aprendió geometría formal” (En The labyrinth of language). Pero una y
otra vez, resurgen las posiciones whorfianas. Puede verse en Youtube, por
ejemplo, a la extremadamente bella Lera Borodisty sosteniendo, con gran
solvencia, la referida hipótesis.
Se
considera que las consideraciones sobre el lenguaje de Wilhelm von Humboldt, en
la primera mitad del siglo XIX, también se sitúan en una perspectiva afín a la
posterior hipótesis Sapir-Whorf. Puede ser que ambas, en efecto, acarreen agua
a un mismo molino. Sin embargo y si así fuera, lo hacen desde horizontes muy
distintos. Las reflexiones de Humboldt sobre el lenguaje tienen una hondura
psicológica y filosófica de la que carece Whorf. No en vano Heidegger, en sus
disertaciones sobre el lenguaje (El
camino a la palabra) cita tanto y con tanta deferencia las observaciones
debidas al “penetrante ojo” de Humboldt. Y si bien este ojo se entrenó
recorriendo continentes y países, mares, selvas y montañas, clasificando
plantas y piedras, corrientes, mientras este ojo miraba, la lengua no
descansaba: si a los 13 años ya hablaba con fluidez francés, latín y griego,
aún joven habría de escribir sobre el vasco o euskera (que le pareció la lengua
más antigua de Europa), que por supuesto llegó a aprender, así como más tarde
lo haría con todas las lenguas románicas, antiguo islandés, lituano, polaco,
armenio. Y le eran familiares el hebreo, el árabe y el cóptico, el sánscrito ni
qué decir. Estudió chino, japonés, siamés y tamil. Lenguas nativas de Sur, Centro
y Norteamérica. Sin duda que aprendió el quechua durante su estadía en Ecuador,
donde entre otras cosas escaló el Chimborazo y descubrió dónde poner la línea
de Ecuador.
De
la fusión lenguaje-pensamiento por cierto que Humboldt se percató y la señaló
repetidamente: “La mentalidad individual de un pueblo y la forma de su lenguaje
están tan íntimamente fundidos el uno con el otro, que si solo uno estuviera
dado, el otro sería completamente derivable de él”.
Esa
última frase está sacada de uno de los parágrafos de la “De la diversidad de
estructura de la palabra humana y su influencia en el desarrollo espiritual de
la especie humana” (Disponible en ingles bajo On language-Humboldt). Este ensayo, de gran hermosura y
complejidad, valía también como prólogo a esa gran y monumental obra que
emprendió Humboldt al final y cuya meditación inicial lleva ese título. Y la
obra en cuestión se dedicaba nada menos que a esta pasada: “Estudio de la
lengua kavi: Prueba de la existencia de la lengua-cultura malayo-polinesia”. No
en vano, ya antes había dedicado escritos sobre la gramática del chino o
prólogos al Bhagavad-Gita anotado por supuesto en sánscrito. Con todo ese
bagaje, con todo ese saber, este amigo de Goethe y de Schiller también habría
de ser afanosamente citado por latosos como Chomsky y los suyos. Pero, cuando
se lo lee, da la impresión de ir mucho más lejos que los unos y los otros, que
particularistas o universalistas en sus vertientes lingüísticas.
Párrafos
más allá del citado más arriba, se encuentra este: “Por mucho que se fije y
ubique, se separe y se disecte, siempre queda algo desconocido que resta por
sobre ello, y es precisamente en aquello que escapa a todo tratamiento donde
reside la unidad y la respiración de lo que vive”. Y vaya que vivía el lenguaje
para Humboldt, así como vivía todo, interconectadamente, en un cosmos que se
ocupó en estudiar en todas sus formas. No en vano, mientras habla de Humboldt,
el poeta Henri Meschonic dice: “Los pensadores del lenguaje, aquellos que
inventan un pensamiento del lenguaje, en más de un sentido son artistas del
pensamiento”. Y Humboldt fue uno, de los grandes.
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