Juan de Recacoechea, cartógrafo de La Paz
Mauricio Souza, amigo y editor, pero ante todo fiel lector del recién fallecido escritor paceño, da en esta conversación varias claves interesantes sobre el oficio y vocación del autor de American Visa, quien no se caracterizaba precisamente por aparecer en ámbitos literarios, o por promocionar su obra. Un gran conocedor de La Paz, y un más que notable precursor y cultor del pulp o policial boliviano, son algunas de las principales conclusiones.
Martín
Zelaya Sánchez
Mi
única entrevista con Juan de Recacoechea no fue una entrevista. Cuando se
estrenó American Visa, la película
basada en su novela homónima, concertamos una cita en un café de Sopocachi. No
solo no tomamos ni medio café, y sí mucho singani (¿o vino…?) en un local
cercano, sino que jamás me dejó sacar libreta y menos grabadora. Fue una
entrañable tarde-noche que cubrió con creces el fracaso periodístico.
No
tuve otra ocasión de conversar con él y si lo volví a ver, fue de lejos, un par
de veces, caminando por Achumani. Nunca se caracterizó por frecuentar ferias
del libro o encuentros de escritores, ni por hacer presentaciones con “vino de
honor” de sus libros, pero más allá de ese peculiar espíritu ermitaño, se sabe,
era un gran tertuliano, ameno compañero de sobremesa y dueño de envidiables
cultura general y sentido del humor.
Como
muy pocos, Mauricio Souza, crítico literario, docente de la carrera de
literatura de la UMSA y por muchos años director editorial de Plural Editores,
conoce de punta a canto su obra -nueve novelas, las más pulp y/o policiales-, su impronta narrativa y sus modos y pasiones
de escritor, pues además de amigo y lector, Mauricio fue editor de sus últimos
libros y de las corregidas reediciones de sus primeras obras.
Por
su intermedio -y ante la irremediable ausencia de Recacoechea- accedemos a una
amplia semblanza del autor de Altiplano
Express. Y para complementarla, Miguel Sánchez-Ostiz, desde Navarra, aporta
con un par de sentidos párrafos en homenaje a su amigo.
- Pese a que American Visa está “consolidada” en crítica y lectores, da la
impresión de que Juan de Recacoechea fue un escritor subvalorado. ¿Será porque
era una especie de outsider al que no
se lo veía en ferias, encuentros, ni aparecía en suplementos o revistas?
-
Tengo la sospecha -seguramente debatible- de que nuestra pequeña y por lo
general asfixiante república de las letras (bolivianas) se mueve a veces
impulsada por una ansiedad de “ser contemporáneos”, por la necesidad de
responder a lo que se está haciendo en otras partes, por estar “al día” o ser
“portavoces de una generación”, por lograr un reconocimiento en la prensa, por
sonar inteligentes.
En
ese panorama, la figura de Recacoechea es algo excéntrica. Como su autor de
cabecera, Raymond Chandler, empezó a escribir novelas algo tarde (la primera, Fin de semana, la publicó cuando tenía
42 años) y luego de una exitosa carrera en otros oficios. Y las novelas que
poco a poco lo convirtieron en un novelista son, las mejores, todas “policiales”,
un género que sumió con ironía pero sin mayores coartadas literarias, más bien como
un lector que ensaya la mano en un género que le causa placer y que respeta.
El
mejor elogio que se me ocurre es este: Recacoechea no fue alguien que quisiera
“ser escritor” y más bien alguien que escribía novelas, no pocas de ellas
buenas novelas. Y lo hizo en la búsqueda -a veces con suerte, a veces sin ella-
del disfrute de los lectores. Había en él, además, aquello que mencionas:
cierto desdén por los rituales, las ceremonias, las mitomanías del ya
mencionado pequeño ambiente literario boliviano. Ese mundo, tengo la impresión,
lo aburría o le parecía gracioso e incluso grotesco con sus pompas e
impostaciones. En American Visa hay
una buena escena que recrea una presentación de libro en La Paz. Es
chistosísima.
-¿Podrías valorar brevemente el
conjunto de su obra?
-
Por la película de Valdivia, por el tema (la mitad del Tercer Mundo quiere
emigrar al Primero, ¿no?), porque ha sido traducida (al inglés, al francés, al
hebreo, al esloveno, etc.) y porque es una novela disfrutable, American Visa nos hace olvidar que
Recacoechea escribió ocho más, para mí varias de ellas mejores.
Hay
como tres momentos en la publicación de esas nueve novelas escritas en un
periodo de 40 años. Son como momentos separados por pausas en las que
Recacoechea parece dedicarse a cosas más importantes. En las primeras tres,
publicadas una tras otra -Fin de semana
(1977), La mala sombra (1980) y Toda una noche la sangre (1984)- Recacoechea
está todavía ensayando el tipo de novela que quiere escribir.
Aunque
algo toscas en su escritura, ya revelan su mayor talento, que es su capacidad
para armar una narración, para construirla en tanto mecanismo que envuelve al
lector en su propio universo; para diseñar una voz y saber qué meter y qué no,
y cómo ir de una cosa a la otra.
Pasan
diez años y en 1994 aparece American Visa,
una novela deliberada a varios niveles: mejor escrita que las anteriores, es
como un pequeño compendio costumbrista de La Paz y de guiños a cierta cultura
común postmoderna. Pasan seis años y vuelve, en 2000, con una seguidilla de
cinco novelas policiales: Altiplano
Express (2000), París no era una
fiesta (2002), Kerstin (2004), Abeja reina (2009) y La biblia copta (2011).
- Creo que Álvarez, protagonista
de American Visa, es una figura muy
bien lograda. ¿Lo ves como uno de los personajes potentes y memorables de la
narrativa boliviana del siglo XX?
-
Sin duda, Álvarez es un personaje memorable, aunque me pregunto si no lo
recordamos por una razón equivocada: porque nos identificamos con él. Es decir,
que establecemos una conexión con Álvarez a través de sus referencias, de sus
lecturas, de sus chistes medio intelectuales, de sus obsesiones; esa pequeña
enciclopedia de guiños, en suma, de la que Luis H. Antezana, en su estudio
sobre esta novela, ha hecho una reconstrucción detallada.
Prefiero
pensar que Álvarez es una especie de Madame Bovary de fines del XX, alguien que
tiene la cabeza llenar de lugares comunes, de citas, de mitos. Su alienación,
aunque familiar y cercana, no dejar de ser una alienación y, en ello, el personaje
femenino, Blanca, me parece más interesante. Álvarez es una especie de Enrique
Rojas -el candidato de La candidatura de
Rojas [de Armando Chirveches]- que en vez de terminar con su prima Inés,
acaba salvado por Blanca (que lo salva de sus propias tonterías).
- Gran parte de su obra es pulp (no sé si policial). Además de lo
“temático”, por decirlo de alguna manera, ¿fue un escritor sólido y coherente
en lo formal estilístico? ¿Es reconocible su voz narrativa, su estro?
-
Como decíamos, Recacoechea empezó tarde. Eso significa que -como con su maestro
Chandler- estudió las formas y modos de ciertos autores deliberadamente. Hay
por ello en su narrativa un gran respeto por procedimientos de estilo que son
parte del recetario de la novela negra: siempre describe con precisión la ropa
de los personajes; se demora en la atmósfera y particularidad de los espacios
porque los espacios son parte de la trama; la mención del clima y sus cambios
es como una manera de señalar el paso del tiempo, etc. Además, sus imágenes y
diálogos buscan el ingenio pulp, esa
dicción que popularizaron Hammett y Chandler (recuerdo frases de Recacoechea
como “era un postre algo extraño que combinaba frutas y chocolate; hubiera
estreñido a un pato”). Si a estas maneras adquiridas le sumamos una visión más
bien conservadora y cínica de lo social, que incluye una galería de tipos y
estereotipos, no estamos muy lejos de la novela negra clásica.
Pero
Recacoechea, más allá de su eficiencia como narrador de género, es notable
porque intenta con cierta lucidez variaciones de la estructura de esa forma
adoptada. La novela negra no funciona en un país como Bolivia porque, como él
mismo decía, aquí la Policía no opera como Policía, casi no hay detectives
(privados o públicos) y no pocas veces el principal criminal es el Estado. Sus
novelas, algunas de las mejores, son como la postulación de variaciones estructurales
en el género que dan cuenta de esa especificidad local. Y, en el intento,
contribuye a la tradición. Por ejemplo, Toda
una noche la sangre parte de la idea de que los únicos que se podían
comportar como detectives en la Bolivia de ese momento (1980) eran todos tiras,
paramilitares. Así que su personaje central, su “detective”, es eso: el
paramilitar que dirige la captura, tortura y muerte de Luis Espinal. (Esta es
para mí, en la versión que Recacoechea corrige seriamente y publica en 2010, su
mejor novela).
En
American Visa el “detective” es un
civil sin plata, aunque es un “detective” que -pensando que la suya es una
revancha contra los que siempre ganan en este país-planifica un crimen como
copiado de Dostoievski. Y al final, en esta variación estructural del género,
es el Estado el que gana, como siempre. Es en su última novela, La biblia copta, en la que se da el
gusto de, finalmente, proponer un detective de novela negra clásica. Y lo logra
importándolo de EEUU: su protagonista es un detective “a la Chandler” que está
en Bolivia porque tiene que escapar y opta por hacerlo volviendo al país de su
lejano origen (es inmigrante o hijo de inmigrantes). Pero como no conoce La
Paz, le sucede lo que a ningún detective: se anda perdiendo en los barrios, se
hace engañar con los taxistas, todo lo sorprende, etc.
La
obra de Recacoechea, ya leída como una serie, construye un mapa y una historia
de la ciudad de La Paz. Acaso no sería un sacrilegio decir de él algo que se
dijo de Dublin y Joyce: que si una bomba arrasara La Paz, podríamos reconstruir
la ciudad guiados por sus novelas. Es más: sus novelas a veces se organizan
como la exploración de zonas: Abeja reina
es la novela de la Zona Sur, La biblia
copta de la Zona Norte, etc. Si intentáramos lo mismo con Saenz, por
ejemplo, la ciudad de La Paz del Felipe
Delgado acabaría más o menos en la Landaeta, con su centro en la plaza de
Churubamba.
- Además de fiel lector fuiste su
editor, lo que te permite hablar de su manera de asumir su oficio, su modo de
trabajo. ¿Cómo encaraba la escritura, la edición, la preparación de sus obras?
-
Había en él una central preocupación: que sus novelas funcionaran para los
lectores, que sean disfrutables. Pero al mismo tiempo, quería que se pudieran
volver a leer. De hecho, al final de su vida volvió a varias de sus antiguas
novelas para corregirlas, para mejorarlas: la quinta edición de Todo una noche la sangre, de 2010, es
mejor que la primera, de 1984. También corrigió American Visa, 2015, y quedó mejor que las anteriores ediciones.
Sobre mi trabajo con él, puedo decir que Recacoechea disfrutaba trabajar con un
interlocutor. Y que, en ese diálogo, se entusiasmaba: cambiaba detalles, volvía
a lo que llamaba “apresuramientos de la época”, y corregía una y otra vez.
--
Recacoechea y su ciudad
Miguel
Sánchez Ostiz
American visa fue la primera
novela boliviana que leí, en mi primer viaje a La Paz (junio de 2004). Inolvidable
por tanto. La compré por el apellido del autor porque me remitía a los de la
tierra fronteriza en la que vivo y de la que procedían los ancestros de Juan de
Recacoechea, según él mismo me contó en un encuentro para mí memorable que
tuvimos en La Paz: cuando te ríes a carcajadas con alguien, gracias a su
ingenio y a su visión lúcida y escéptica, inteligente, de las cosas, es más que
probable que no le olvides jamás.
Esa
primera novela la leí en un cuarto ciego de un alojamiento siniestro del barrio
del Rosario, por donde pulula el protagonista de su novela y por donde lo
hacía, y se nota mucho, el autor, que demostró conocer su ciudad como la palma
de la mano, tanto que a veces pienso si el verdadero protagonista de sus novelas
no es otro que La Paz, sus barrios más populares (y menos populares), sus
calles abigarradas, pasajes y callejones siniestros, sus recovecos y la fauna
variopinta que la habita.
El
Reca, un novelista que se metía donde no se mete nadie, digamos, algo
balzaquiano. La hoyada no era un pozo, al menos para él y su capacidad de
invención. Lo menos que se le puede pedir a un novelista es que sepa de qué
escribe. De ahí que me parezca un reduccionismo fácil y perezoso calificar a
Recacoechea como un escritor de novela negra y solo eso, porque tengo para mí
que es algo más.
Convengamos
que sus tramas puedan ser “policiacas”, pero con ellas trataba asuntos graves
de la realidad social y política boliviana largamente denunciados, como son la
inmigración, el trabajo precario, el expolio de obras de arte, los crímenes
políticos y no políticos que no se resuelven jamás, la corrupción, la miseria,
la impunidad del más poderoso... La
biblia copta, La abeja reina...
Y
sigo Toda una noche la sangre me
parece una novela soberbia acerca del asesinato del jesuita Lucho Espinal a
manos de paramilitares y no paramilitares, una forma de explicarse la
mentalidad de esos personajes sobre los que ha caído un manto de olvido, se
escriba sobre ellos lo que se escriba.
Quiero
creer que Recacoechea sabía del valor de la escritura, más allá del aplauso
volátil de la tribu literaria. Eso me pareció al leerlo, al escucharle, y así
lo escribo... y me voy riendo, ay, Reca, tenías cosas geniales, gracias,
hombre.
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