lunes, 20 de febrero de 2017

La pelusa que cae del ombligo

El tapado, la esperanza o el lugar de lo posible

La presencia de una añeja ¿tradición?, ¿leyenda?, ¿mito?, en la literatura boliviana.



Omar Rocha Velasco

El tapado tiene que ver con un tesoro escondido, un legado colonial oculto y que puede reaparecer en cualquier momento. La imaginería potosina hace referencia a las grandes riquezas que yacen bajo tierra gracias a la codicia de los que no quisieron o no pudieron ostentarla dentro o fuera de la Villa. Todo habitante potosino, a la hora de tumbar una pared o cavar en el suelo, tiene un ojo atento a ver si aparece un resabio del famoso tesoro de Rocha[1]. En efecto, ésta es una de las historias más difundidas por la memoria colectiva y nos remite a la ya famosa Historia de la Villa Imperial de Potosí de Arzáns de Orsúa y Vela. Es una de las formas que ha adquirido la leyenda del origen del cerro rico que cuenta que una “sanción divina” negó la riqueza a los originarios[2].
El tapado remite a las complicadas relaciones entre los relatos de Arzáns y los hechos reales, pues cuenta la falsificación de monedas que hizo un funcionario de la Casa de la Moneda llamado Francisco Rocha. Arzáns hace un relato de corrupción política que termina en “ajusticiamiento por intervención divina”. Si bien Rocha pudo poner en circulación algo de las monedas falsa que acuñó, fue castigado, junto con otros implicados, por el corregidor Nestares Marín. A pesar del ajusticiamiento surgieron dudas sobre lo que pasó con toda la plata que Francisco Rocha guardó para sí, ¿pudo sacarla de la Villa?, ¿la ocultó en su domicilio? ¿Detrás de algún muro?, ¿la enterró en un segundo patio?, ¿debajo de alguna cúpula?
El misterio generó un conjunto de narraciones que nos sitúan frente a la briosa e insistente imagen del tapado, que aparece de rato en rato en la literatura boliviana, pues, en efecto, el tesoro escondido de Rocha ha cautivado a escritores bolivianos de ayer y de hoy.
El legado llegó a tal grado que el gran, y todavía olvidado, escritor Julio César Valdés propuso que la palabra “rochuno” sea parte del Diccionario de la lengua española: “El adjetivo rochuno, que ha recorrido ya dos siglos y pico sin perderse en el curso de tan largo tiempo; que cuenta con los atavíos de la tradición y el apoyo de la historia; que se ha hecho indispensable en el lenguaje popular de este país, en el que los descendientes de Rocha nos ahogan con los rochunos de plomo, merece ser inscrito en el Diccionario de la lengua, entre los ismos valientes que han penetrado a ese templo de las letras”. Lamentablemente la propuesta de Valdés no tuvo éxito y este adjetivo todavía no se incorpora al “tesoro” de nuestra lengua, aunque es fácil imaginar que sería un término de mucha monta y uso.
Otro de los tantos que retomó el tapado como posibilidad de escritura fue Gastón Pacheco, escritor poco conocido y cuya obra, llamada, justamente El tapado (1946), fue pobremente difundida. Se trata de una narración sostenida en una mentira, una jugarreta que el indio Francisco lleva hasta las últimas consecuencias. En definitiva la historia tiene que ver con en el intento de desenterrar un tesoro (tal vez el famoso tapado de Rocha) que dizque un cura y su sacristán han encontrado.
El pueblo de Vilacaya cobra vida gracias al tapado, se sabe de él en los periódicos, los pobladores tienen de qué hablar; todo, absolutamente todo, gira en torno al tapado. Luego, cuando esto cobra más alcance y trascendencia, el país empieza a girar en torno a tan extraño descubrimiento, los titulares dicen: “Ya estamos cerca”, “El tapado no se busca, se encuentra”, los niños al despertar preguntan “¿ya descubrieron el tapado?”, el precio del estaño bajó, no importa, “el tapado cubrirá las pérdidas”, los hombres preguntan a las mujeres “¿cuándo me descubrirás tu tapado?”.
El indio Francisco es un personaje enigmático y contradictorio: como sacristán del cura es sumiso, pero tiene guardada una venganza debajo de la manga. Es explotado y explota a los otros indios desde la sacristía, durante la búsqueda es de carácter impasible, firme, seguro: se invierten los papeles y toma las riendas. Responde con pocas palabras, sorprende por su sabiduría y su certeza en las cosas que anuncia, a veces tutea, a veces ustea. Maneja la cosa como si quisiese deshacerse de la culpa por un pecado de sus antepasados. 
Misterio y magia envuelven la narración, todo es invento, mentira sobre mentira. La ocurrencia de inventarse un tapado pone sobre el tapete la irrealidad de las fundaciones, de los hechos mismos, pone en tela de juicio la historia sobre la que empieza a girar el mundo, la excavación muestra que al final no hay nada, que todo se ha construido sobre un vacío, como Potosí, como las naciones mismas.
He seguido, con limitaciones, algunas de esas elaboraciones que toman al tapado como motivo, una de las que más me entusiasma es la que aparece en un texto de Oscar García: “La casa del señor que vende thayas cerca de la catedral en Potosí tiene tapado. Pero se está cayendo (la casa). Es una estrategia para no violentar a las almas que custodian el tapado. Cuando la casa se termine de caer, el tapado se destapará y se verá lo que hay. Ese día va a haber canelazo y fogata en la calle. Va a poner el señor una pita para cercar el terreno de la casa. No vaya a ser que el momento en que se abra el tapado todos los vecinos y curiosos de más allá se entren y den fin con todo el contenido del tesoro. Se supone que es un tesoro. Porque si no, el caballero de las thayas va a renegar como si fuera su último colerón (…)”.
Aquí hay un quiebre, en general la imagen del tapado se asocia a la codicia, a la mentira y a la maldición, amén de algunas variaciones de la leyenda original. En el texto de García se deja ver una esperanza, algo del tapado permite sobrellevar la dureza de una vida infértil, una casa que se cae y una alegría que siempre se está. La sintaxis (“La casa del señor… tiene tapado”) y la cercanía de ciertos sustantivos (thayas, canelazo, colerón) hacen que la imagen del tapado despliegue plenamente su doble función simbólica, es decir, ocultar y mostrar al mismo tiempo. Exterior e interior que dejan espacio a los sueños que alientan una esperanza. Esperanza aprisionada (enterrada) que no logró en su presencia lo que logra con su ausencia. El tapado oculta, pero deja ver; está enterrado, pero deja grietas; pertenece al pasado, pero muestra lo que está por venir.



[1] Desmiento cualquier parentesco con este sabroso personaje, aunque confieso que alguna vez tuve una ensoñación en la que descubría, vía papeles muy antiguos, que era un tío lejano que enterró sus monedas en Chasquipampa, donde actualmente vivo, la ensoñación termina cuando descubro el tapado intentando enterrar en mi jardín un tanque de agua (marca Campeón) de 2.300 litros.
[2] Una narración de Arzánz se impone a la hora de evocar el pasado remoto en el que los incas se encontraron con la riqueza del cerro rico de Potosí: se cuenta que el inca Huaina Capac fue a tomar unos baños termales a la laguna de Tarapaya. Se sorprendió con la majestuosidad del cerro y envió a sus vasallos a explorarlo y explotarlo. Al intentar extraer la plata escucharon un estruendo y una voz les dijo: “No saquen plata de este cerro, porque será para otra gente”. La explicación del nombre de la ciudad está íntimamente ligada a esta leyenda. Los hombres del inca Huayna Capac dieron cuenta al inca del suceso y usaron la palabra “potojsi”, que en quechua significa “trueno”.

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