sábado, 17 de enero de 2015

Patio interior

Las ruinas del Paraíso


Una vez revisado, reflexionado el concepto de lo sublime, el autor ahonda ahora en la inexplicable belleza abstracta de los que fue, de lo que ya solo es ruina.



Juan Cristóbal Mac Lean E.

De veloces nubes como las vistas por Wordsworth en la anterior entrega, aquí sabemos mucho. Lo sublime en los grandes paisajes de los Andes, en efecto, es un capítulo aparte de la Tierra. Pero aún no nos alejemos del inglés Distrito de los Lagos. Resulta que en esa zona también está enterrado John Ruskin, a quien tanto quería traducir Marcel Proust.
Ruskin, uno de los primeros críticos de arte, también fue un notable interesado en formaciones de nubes y en la idea de lo sublime, así como lo estuvo en el gran W. Turner, cuyas pinturas se citan, con frecuencia, entre los ejemplos más descollantes a la hora de examinar lo sublime en la pintura[1].
Quien escribió sobre las nubes, sobre Turner y lo sublime, aparte de conocer de lagos y montañas, por supuesto que habló de ellos. Y lo hizo, sobre todo una vez, en términos memorables: “Desde qué primeras formas creadas llegaron las montañas a su condición presente?... La actual conformación de la tierra parece dictada por una sabiduría y bondad supremas. Sin embargo su anterior estado debe haber sido distinto al de ahora. ¿Estamos entonces en una primera tierra cuando nacemos o ella es, con toda su belleza, sólo la ruina o el naufragio (wreck) del Paraíso?”.
Palabras como esa resuenan con toda su fuerza para quien viaja o camina por partes o caminos de los Andes, para quien es sostenido, zarandeado, puesto en vilo y ya vaciado, ya colmado, por un poderoso sentimiento de lo sublime ante el Paraíso en recientes ruinas.
Pienso en el camino que sube de Sorata a Ancona, al pie del Illampu. Abajo va quedando un anfiteatro gigantesco. Círculo erizado de cumbres, ahíto de distancias. Donde para ver el más allá basta abrir los ojos.
Pienso en la carretera de Tambo Quemado a Patacamaya pasando debajo del Sajama. Hay una tormenta en las alturas del -casi- absolutamente grande. Enceguecedor, está un flanco resplandeciente y el sol se cuela por entre las grandes nubes agitadas, delata e ilumina la nieve en los altos roqueríos. Rayos en el lado oscuro, la gran nube negra, los relámpagos. El más allá de lo humano es total. Geografías teofánicas.
Pienso en el camino de Potosí a Oruro en invierno a mediodía. Montañas, extensiones levantadas, gigantes rocas, planicies hundidas. Los colores de la tierra. La gravedad y la luz. El cielo azul. ¿Qué es el cielo azul, aquí? Tiene que ver directamente con lo que dice Claudel: “El azul es la oscuridad que se hizo visible”.
Pienso en la cumbre de la colina más alta de la Isla del Sol. Desde hace milenios en este mismo lugar se ha vertido se ha brindado se ha homenajeado. Jarras y cántaros por aquí desfilan desde hace milenios. Allá la punta de la Isla, como una gran proa. Por todo alrededor el lago, muy azul. Atravesando aquel horizonte, muy lejos, la Cordillera Real, su rosario de nevados. Grandes nubes blancas, altos velámenes, arrojan juegos de sombras sobre el lago. Aquí es perfecta la bóveda del cielo y el sentimiento cósmico se ha impuesto al de la Tierra misma.
Pienso en el día en que vi 12 arcoíris en el altiplano, adentro. Algunos eran dobles, de tamaño modesto al fondo, otros más grandes cruzando la bóveda, otros aun solamente partes, o jirones de arcoíris. Altiplano parcelado de climas y tormentas. Allá al fondo había una tempestad oscura, de este otro lado caía el sol, bajo aquella nube estaba lloviendo, más allá hubo ráfagas de granizo, volvían a caer columnas de sol sobre aquella colina… Resuenan aquí las palabras de Gaston Bachelard: “La mitología es una meteorología primitiva”[2].
La desmesura propia de lo sublime, donde se imponen lo informe, lo ilimitado, la vastedad y la asimetría, donde hay algo de terrible, algo que puede ser siniestro y causa de asombro, de muda exhalación, es un tema al que Kant, siempre siguiendo el orden de su propia revolución, situaba más en el hombre mismo, dentro suyo, que en el objeto exterior.
Es decir no, es que las montañas sean sublimes en sí mismas, mientras sí son sublimes los sentimientos que engendran: “La imaginación es muy poderosa en la creación, por decirlo así, de otra naturaleza con la materia que la verdadera le da” (CJ, §49, así como las demás citas). De ahí, por ejemplo, que podamos ver la catástrofe del Paraíso en plena tierra.
En un caso así, para Kant se trata de representaciones que por sí mismas “ocasionan tanto pensamiento que no se deja nunca recoger en un determinado concepto y, por tanto, extiende estéticamente el concepto mismo de un modo ilimitado”, de tal manera que la imaginación, creadora y productiva, encuentra sin embargo “más de lo que puede ser aprehendido y aclarado”.
La imaginación recibe, así, “un impulso para  pensar, aunque en modo no desarrollado, más de lo que se puede reunir en un concepto y, por tanto, en una expresión determinada del lenguaje”, hay “una multitud de sensaciones y representaciones adyacentes para las cuales no se encuentra expresión alguna” de tal manera que así se “vivifican las facultades de conocer, introduciendo espíritu en el lenguaje de las simples letras”.
Ya se deslizaron aquí, por entre las citas entresacadas, las “simples letras”, es decir la literatura, es decir la poesía. De pronto hay más de lo que puede recoger el concepto, de lo que puede ser aprehendido y aclarado, se entra en una zona donde el lenguaje es insuficiente, no se encuentra expresión que haga justicia…
Con todo ello, estamos en las puertas de la modernidad de las “simples letras”, donde se abren las esclusas de formas o contenidos que van a parar al romanticismo, con lo que se despeja el umbral a partir del cual, sobre todo la poesía, irá trabajando sobre el filo de su misma carencia en el lenguaje, en lucha con el mismo y obra del mismo, enfrentada a la supuesta insuficiencia de expresiones…
Ha dejado de haber pues, y para siempre, una relación unívoca, clara y distinta entre el lenguaje y lo que se desearía expresar, que tampoco se sabe bien qué es; entre las formas de expresión y las formas de contenido. Y en ese hiato, con su parte de siniestro y de sublime, se levantará  el edificio futuro  de las “simple letras” -y del arte contemporáneo. Aquí, para Deleuze, “la distinción compartimentada de formas como conceptos, o de materias como objetos, deja sitio a la continuidad de un desarrollo lineal sin vuelta, que necesita que se establezcan nuevas relaciones formales y la disposición de un nuevo material: es como si, en Kant, ya escucharíamos a Beethoven[3]…”
Y, teniendo a Beethoven, o al son de los acordes de Beethoven, ya podemos ir clavando ese cuadro grande (el romanticismo) -de este clavo.




[1] El encuentro en la pintura y lo sublime, o su idea, pareció llegar como el anillo llega al dedo. De pronto la pintura de tormentas, abismos, grandes lejanías o cascadas, atardeceres extremados, inundaron los lienzos. Cualquier interesado puede encontrar fácilmente esos cuadros en Internet. Se recomiendan, Caspar David Friedrich, Constable, Turner.
[2] G. Bachelard, El aire y los sueños. Breviarios EFE, México 1958, p.244. La cita de Claudel también sale de ese libro.
[3] Gilles Deleuze: Sur quatre formules poétiques qui pourraient résumer la philosophie kantienne. En Critique et clinique. Minuit 1993. p. 44.

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