sábado, 17 de enero de 2015

Cafetín con gramófono

Castalia Bárbara, la Revista de
América
y Enrique Gómez Carrillo

Descripción de una publicación de Jaimes Freyre y Rubén Darío, en la que se reconocen los orígenes de la razón poética del bardo boliviano.


Omar Rocha Velasco

Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre fundaron la Revista de América en 1884, en la que uno de los colaborados más importantes fue Enrique Gómez Carrillo, el gran modernista guatemalteco, quien tuvo a su cargo una de las pocas secciones fijas de la revista: “Poetas jóvenes de Francia”.
En esta sección realiza una muestra de los poetas franceses más destacados de la época, muchos de ellos entonces prácticamente desconocidos en Latinoamérica: Jean Moréas (1856-1910), Maurice du Plessys (1864-1924), Adolphe Rettd (1863 -1930), Saint-Pol-Roux (1861-1940) o Charles Morice (1861-1905).
Un primer aspecto planteado por Gómez Carrillo fue destacar el individualismo como parte fundamental de la creación literaria, esta actitud parece contradictoria pues se trata de una revista que tiene conciencia de iniciar un movimiento, en todo caso, marca una actitud estética y ética:
“Hoy los literatos que comienzan á ser célebres, no están unidos entre sí por ningún lazo verdaderamente sólido. Unos se llaman romanos, otros místicos, otros instrumentistas, otros ideólogos, otros estetas y otros magníficos; pero en realidad esos adjetivos no son sino términos vagos que apenas deben emplearse para hablar de algunos círculos estrechos y de algunas personalidades aisladas. La única palabra que aún puede pronunciarse con justicia cuando se trata de los poetas jóvenes de Francia es: Individualismo” (p. 4-5).
Estas ideas marcaron el rumbo del modernismo en Latinoamérica y concibieron al creador como “hombre raro”, casi un enfermo de la sociedad que se aparta de la salud burguesa, del bienestar como idea del cuidado del cuerpo y alejado de la locura, por tanto el creador es un “enfermo nervioso” alejado de la sociedad y del american way of life predominante en la época. 
“El yankee, tan ferozmente práctico, siquiera derrama su oro para tener en su casa las obras de arte que no entiende; el americano-latino, la raza de los licenciados, doctores y coroneles, tiene que conformarse con ser la madre por excelencia de ese monumental y portentoso tipo que instala nuestra pequeñez á la luz del mundo: el Rastaquouére. Y mientras triunfen los rastas, los artistas que tengamos se morirán de hambre, ó irán al manicomio, ó vivirán tragando su propia bilis”. (p. 58)
No es ninguna casualidad que después de esas palabras Rubén Darío publique dos años después un libro de semblanzas dedicado a personalidades que admiraba y que le pusiera por nombre Los Raros (1896).
Enrique Gómez Carrillo plantea un elemento fundamental como característica de los poetas que selecciona, todos ellos no conciben el arte como  “imitación de la Naturaleza”, sino “como imitación del Arte”, afirmación que sigue la senda inaugurada por Baudelaire.
Los poetas de hoy proceden de una manera distinta, pues en vez de pedir auxilio á la Naturaleza, tratan de alejarse de ella lo más que pueden. Para ellos el simbolismo no es ‘fuerza sobrehumana’, sino ‘figura retorica’”. (p. 5)
Quizá el mayor de los conceptos estéticos en “Los poetas jóvenes de Francia”, tiene que ver con la idea de lo que es “simbolizar”, Gómez Carrillo retoma a Jules Tellier:
“Hoy por hoy simbolizar consiste en buscar una imagen que exprese un estado de alma y en no enunciar sino la imagen que lo materializa. Cuando yo he comparado mi esperanza a un navio, no digo: ‘Navio de mi esperanza, ¿te has perdido para siempre entre la indiferencia?’ sino que exclamo: ‘Querida galera... ¿te has perdido para siempre entre la nieve del polo?’”. (Ibid.)
La perspectiva es clara: la idea se materializa en la metáfora, la imagen es lo que predomina, como aparece más adelante en el texto que abre la revista, el objeto del arte es la belleza entendida como la imagen de una idea, el arte no imita sino crea. En el ejemplo que retoma Gómez Carrillo existe una doble imagen, la primera que tiene que ver con la asociación que une esperanza y navío, pero más todavía la esperanza en este caso es la galera de ese navío y la otra que asocia desesperanza con la nieve del polo, es decir con frío y soledad.
El conocido poema Aeternum vale de Jaimes Freyre apareció en el Número 3 de la Revista de América con el nombre Castalia bárbara, luego Jaimes Freyre le dio ese nombre al libro que publicó poco tiempo después (en 1899), este dato es fundamental porque se relaciona con los principios estéticos de los que estamos hablando. Para ello nos remitimos nuevamente a los textos de Gómez Carrillo, quien  habla del “agua poética de las Castalias Bárbaras” en su texto sobre Adolphe Retté:
“Enemigo apasionado del arte meridional, Adolphe Retté se aleja voluntariamente de las islas luminosas del Mar Divino, y va a buscar, entre la niebla del extremo Norte, el agua poética de las Castalias bárbaras. Para él los Niebelungos valen más que la Ilíada, la Canción de Igor más que la Canción de Rolando y las crónicas bilinas más que las fábulas milesianas. Su paraíso soñado no es el Olimpo majestuoso de los griegos en cuyo santuario florecen los laureles inmortales, sino el Walhala escandinavo en donde los seres de elección se desgarran entre si los miembros robustos para saborear la suprema voluptuosidad del dolor y de la lucha”. (Ibid.) (p. 22)
Así, sin negar la posibilidad de que Jaimes Freyre tuviera también en mente Les poemes barbares de Leconte de Lisie y las Odi barbare de Carducci (como señalan algunos críticos), no podemos dudar de la influencia inmediata que ejerció el ensayo de Gómez Carrillo en el joven poeta boliviano.
En el poema encontramos una tensión, si bien Jaimes Freyre va a buscar en el agua poética de las Castalias Bárbaras y recurre a la mitología nórdica, alejándose del Olimpo y el mundo griego (clara indicación de Gómez Carrillo), también se trata de la irrupción del cristianismo como fe que vence a la fe germánica.

Sin bien es un dios inmóvil y con los brazos abiertos, tiene potencia y vitalidad física, pues “blande una maza”. Lo fundamental, sin embargo, es resaltar la recreación de la memoria, la vuelta nostálgica a una edad de oro que hace que la palabra poética pertenezca a la de un maestro y un mesías a la vez, es lo que posibilita hablar de otro tiempo, de otro espacio y con ello apuntala la dirección del deseo y los impulsos vitales: es decir, la acción. 

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