Eso chiquitito, soy yo
Conocedor -y devoto- como pocos del imaginario paceño, el autor reflexiona sobre la celebración de las Alasitas, la fiesta de la siembra.
Juan Pablo Piñeiro
El
universo es más grande mientras más pequeño es quien lo mira. Intuyo que por
eso los insectos tienen una mayor percepción de la inmensidad. Por lo menos eso
es lo que dan a entender con su actitud.
De
quienes no podemos intuir nada es de los seres microscópicos. Son tan pequeños
que ni con la tecnología más avanzada se ha podido identificar en ellos rasgos
que nos permitan imaginar su personalidad o por lo menos sus costumbres.
Estoy
seguro, sin embargo, que a nadie le sorprendería que sean considerados gigantes
desde el punto de vista de otros seres más pequeños aún. Seres a los que
solamente podemos alcanzar con la imaginación. Lo inquietante, o quizás lo
maravilloso, es que tiene que haber un espacio tan diminuto en el universo, o
en los universos, que sea equivalente en tamaño a toda la inmensidad. Desde ese
espacio se puede percibir la grandeza del cosmos en su totalidad.
Es
cosa seria eso de ser pequeño. No es para cualquiera. No por nada cuando le
preguntaron quién era a una mamita que habitaba las orillas del lago, ella
respondió con claridad mientras señalaba al piso: “Eso chiquitito, chiquitito,
chiquitito que casi no se ve. Esa soy yo”.
Imagínese
cómo se verían las estrellas desde el espacio ocupado por la existencia de la
señora, quien solamente con pronunciar ese mantra se podía convertir en lo que
casi no se ve, en lo que tiene como forma lo que no tiene forma. Si hilamos un
poco más fino descubriremos que solo el hecho de mirar las estrellas ensancha
el espacio que habitamos. Por eso es muy cuestionable esa idea de mirar el
universo, implica de entrada la presunción de que el cosmos está fuera de
nosotros. Cuando existe un objeto,
existe un sujeto, aunque ninguno de los dos exista. Por eso la conciencia es un
laberinto.
Todo
este viene a cuento porque hoy es 24 de enero y una vez más ha llegado a la
ciudad nuestra fiesta más misteriosa, las Alasitas. Como muchos yo soy un
devoto de esta maravilla. De esta temporada en que se nos recuerda la
importancia de lo pequeño, la grandeza de la miniatura y el poder de la fe.
Todo
paceño ha sido o es un niño que visita asombrado este reino que aparece en el
centro de la ciudad. Seguramente por eso el que entra a la feria de las
Alasitas se transforma enseguida en un chiquillo. Un niño que mira con asombro
la miniatura y se despoja del peso de vivir en un mundo donde todos quieren ser
grandes.
Las
Alasitas inauguran un portal onírico que instaura dimensiones insospechadas en
nuestra cotidianeidad. Es una fiesta que viene de lejos y cuyo origen está
guardado en las brumas del tiempo.
El
Ekeko no es Ekeko, es Ekako y el Ekako es también Thunupa. Es la divinidad que
ampara nuestro origen, el origen de la luz que engendraron las grandes
civilizaciones andinas. Una reminiscencia vedada de aquellos pueblos que
encontraron en las estrellas no solamente un espejo sino un patrón para ordenar
las cosas en la tierra y permitir que fluya el tiempo, así como fluye el agua.
Lo
que nos llega es otra cosa, pero en el fondo queda algo de todo ese misterio.
En estos tiempos una fiesta de la abundancia podría ser el ícono del
consumismo, pero no lo es.
Lo
que el paceño compra en las Alasitas no son bienes, son semillas. Y es que
nadie puede negar la dimensión seminal de esta fiesta. Da la impresión de que
la lógica de lo agrícola, quizás la única lógica comprobable, trastoca la
dimensión de lo mágico. Y entonces para tener un terreno la gente compra un
terreno en miniatura, una casa si quiere tener una casa y un título si quiere
graduarse de la universidad.
Lo
que se compra en verdad son semillas mágicas, elaboradas con dedicación para
ser ofrecidas al mediodía de hoy a los seres tutelares del paraje andino. Lo
interesante es que la mayoría de la gente compra solamente lo que necesita.
Sería extraño ver a alguien que compre 30 edificios con la pretensión de que de
la noche a la mañana le llegue la oportunidad de ser dueño de esa cantidad de
inmuebles.
Las
Alasitas es una fiesta seminal porque la gente compra las semillas que puede
plantar. La gente espera que le vaya bien dentro del margen de posibilidades
que posee. Esa es la verdadera
abundancia, abundancia con equilibrio. Así, lo que se vende en las Alasitas son
semillas y el Ekeko es el responsable de que estas semillas encuentren la
tierra adecuada y crezcan.
Por
eso hay historias maravillosas en esta fiesta. No son pocas las personas, por
ejemplo, que han comprado un auto en miniatura en las Alasitas y ese mismo año
han adquirido un auto. Seguramente esto no sorprenderá a casi nadie, y está
bien, porque lo verdaderamente sorprendente de los casos a los que me refiero
es que el auto comprado muchas veces tiene el mismo número de placa que el auto
en miniatura.
Ese
es el poder engendrador de las Alasitas. A mí me pasó hace unos años que
necesitaba comprar un pasaje para visitar a mi novia y como me dedico a las
letras estaba medio difícil la cosa. Y es que además del pasaje necesitaba visa
e incluso pasaporte.
Recurrí
al Ekeko y compré con fe mi maletita. A los meses estaba viajando en la misma
aerolínea de mi pasaje en miniatura con visa y todo. A mí no me sorprendió
porque sabía que si viajaba sería por intervención de fuerzas que naturalmente
me exceden. Ese es el misterio. Esa es la maravilla. Ese es el Ekeko. Esas son
las Alasitas.
Hoy
esta fiesta tiene un ingrediente muy especial. Y no me refiero al anuncio de
que venderían teleféricos en miniatura (espero que no sea una falsa alarma),
sino al retorno de la Illa sagrada. Esa Illa que estuvo confinada por tantos
años a la frialdad de un museo europeo. Despojada de sus poderes, la sagrada
estatuilla tuvo que resignarse a pasar esta fiesta lejos de sus montañas
amadas. Lejos de la gente que la mira con otros ojos.
No
por nada en estas Alasitas venderán illas en miniatura y, según dicen, sacarán
a pasear la estatuilla por toda la feria. Esa Illa no retorna de Europa,
retorna del pasado, para recordarnos que en lo pequeño está el verdadero
secreto de todo universo. Bienvenida a
casa, sagrada Illa.
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