Los Freyre y su contribución al
nacimiento del
modernismo
De cómo Brocha Gorda y su hijo, Ricardo Jaimes Freyre, se constituyeron en esenciales figuras de la cultura y el arte bonaerense a fines del siglo XIX.
Omar Rocha Velasco
El año de la creación de la Revista de
América (1884), que fue uno de los momentos iniciales del modernismo, Ricardo
Jaimes Freyre era ya un gran animador cultural en Buenos Aires. Trabajaba en el
periódico La Nación -muchos escritores
modernistas fueron columnistas o cronistas de periódicos, la prensa de gran
tiraje en realidad era como un paso obligado, a fines del siglo XIX la
irrupción de “lo moderno” está en íntima relación con la prensa-, donde también escribía su padre Julio Lucas Jaimes (Brocha Gorda) e
ingresó al Ateneo de Buenos Aires, del cual Brocha Gorda era uno de los
fundadores.
Cuando los jóvenes Freyre y Darío fundaron la Revista
de América acudieron sin vacilar a la firma de Brocha Gorda que tuvo el
lugar importante de “colaborador permanente”; este hecho es significativo
porque don Julio Lucas Jaimes representa a los “tradicionalistas” del momento.
Aparentemente se trata de una contradicción
porque los principios de la revista inicialmente manifiestan un apego a las
bondades de la modernidad, es decir a lo nuevo y novedoso. La irrupción de un
conglomerado de objetos y máquinas cambiaron la forma de habitar los espacios
de los modernistas, esto fue lo que intentaron reflejar estéticamente, sin
embargo este apego no deja de ser problemático, ¿en qué medida, entonces,
Brocha Gorda alimenta los horizontes imaginados por Darío y Freyre?
Sin duda el modernismo fue un movimiento explícitamente urbano, el
espíritu de época que se va decantando paulatinamente en la revista toma a la
ciudad como espacio que posibilita desplegar los mundos posibles u horizontes
visibilizados.
Desde el principio en el texto llamado “nuestros propósitos” se habla
de Buenos Aires como “la ciudad más grande y práctica de América Latina”. Se
trata de una ciudad que se había transformado, había acogido oleadas migrantes que
la hacían universal y era pujante materialmente, lo que la hacía “grande”,
“práctica”, por otro lado era un lugar desde el cual se podía tener contacto
con otras urbes, algo capital para las intenciones de los jóvenes poetas.
Ricardo Jaimes Freyre, en el número uno de la
revista, publica un texto llamado “La poesía legendaria”, habla sobre
Carlomagno (Karl el Grande) y su leyenda, es un viaje a la Edad Media en el que
Freyre ensalza a los los trouvéres que evocan y
glorifican al héroe que derrotó a la Media Luna y salvó al mundo cristiano.
“Los trouvéres saben que hay
espíritus magníficos que oponen temerosos obstáculos a la realización de las
grandes empresas. Saben que el mundo está poblado de seres misteriosos y
terribles, que son el ejército de Satán y que acompañan á los paganos en sus luchas
contra los soldados de la Cruz; para combatirlos, tienen sus caballeros de
hierro el brazo, el corazón y la armadura; tienen talismanes y conjuros; pero
aunque la victoria es suya, las pruebas son tremendas. El gigante Ferragús
detiene el ejército de Carlos y vence á sus paladines, uno tras otro. Rolando
sólo triunfa del mónstruo y lo tiende á sus pies, con la cabeza separada del
tronco. El mundo medioeval es una inmensa leyenda. Su espíritu se levantó por
encima del humano y fue a buscar en los campos de lo desconocido y lo
ultraterrestre la fuente que calmara su sed de ideal” (p.2)
A Freyre le interesa la labor del trovador y
la del bardo, el canto, las palabras y la construcción de una gran leyenda, son
“los cantores de las gestas heroicas”. No se trata simplemente de una evasión
hacia el pasado sin querer asumir los nuevos rumbos modernos, se trata de
recuperar el espíritu “modernista” tal y como lo habían imaginado. Asumir que
Buenos Aires era la ciudad grande y práctica era relacionarla y situarla con
grandes universales, con la voluntad de fundir tiempos a través del arte.
La perspectiva estética de estos jóvenes
poetas no se limitaba a enaltecer localías o novedades simplemente por el hecho
de ser novedades, el suyo fue un gesto más abarcador: el arte como universal,
el Ideal trascendente que puede manifestarse en todas las épocas.
También en el número
uno, Brocha Gorda inaugura una serie de colaboraciones sobre los teatros de
Buenos Aires, “Los teatros” es una de las dos columnas fijas en la revista, la
otra es “Poetas jóvenes de Francia” que escribe Enrique Gómez Carrillo; las
demás secciones son variables, poemas, reseñas, crónicas, etc. El teatro que
elige Brocha Gorda es “El Casino” y muestra las razones por las que se debería
ir a ese lugar:
“Pero no anhelais más que divertiros, borrar una
idea fija, una mala impresión del día, sentir la sugestión del vivir juvenil,
pensar en las delicias de París, recibir algo como perfumes de tocador,
ambiente de cenas, timbre de risas y … ¡Vamos! Id al Casino.” (Brocha Gorda,
1884:19)”.
Desde el principio es un texto adherido, con
formas y referencias francesas, lo que le gusta de El Casino es que se trata de
un pequeño París, el texto empieza con las siguientes palabras: “hablando a la
francesa”, eso ya es una marca, una adhesión clara y contundente.
Otro de los puntos fuertes del artículo es la
descripción de mujeres que circulan en El Casino, algunas reales y otras
salidas del mundo ficcional que la novela y el teatro regalaron, así salen a
desfilar en las palabras del escritor potosino Lise Fleuron, Molly Ray, Morés,
La Bianchetti, etc.
Brocha Gorda no se guarda de describir trajes,
talles, senos, gargantas, portes, etc. El espacio es propicio para el despliegue
de una sensualidad deslumbrante y transgresora: “Tal me parece a mí El Casino,
salvo mejor opinión de moralistas y sacerdotes del arte trascendental no
alcanzado por el vulgo”.
El pintor de Brocha Gorda se deja desbordar por
las formas y se aleja de la mirada aristocrática y la crítica al vulgo -otra de las tensiones que vivieron los
modernistas, y que se expresa claramente en este pasaje de Brocha Gorda, es la
crítica a la mediocridad de las masas y la necesidad de dirigirse a ellas a
través de los medios masivos en los que intervenían, es decir, periódicos y
revistas- para dejarse seducir por la belleza del espacio
y la sensualidad de las mujeres que lo habitan.
Se ve claramente que en los momentos iniciales
del modernismo no todo fue apego a lo moderno y a la pujanza material, se puede
percibir tensiones que complejizan el asunto, la ciudad no fue asumida sólo
como la luz artificial, comercio o máquina, el papel que cumplieron Freyre
padre y Freyre hijo fue fundamental para establecer el contrapunto al embeleso
que producía lo moderno.
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