Peña, si hay espíritu…
Reseña de una notable e histórica publicación que tuvo 60 números entre 1953 y 1954, en l capital.
Omar Rocha Velasco
Sucre fue prolija en agrupaciones literario-culturales
que, además de otros afanes, se dedicaron a publicaciones periódicas, es decir,
revistas, periódicos, folletines y todo tipo de hojas volantes.
Uno de los casos más exquisitos tiene que ver con Peña, publicación de la Peña de Sucre,
que salió entre septiembre de 1953 y noviembre de 1954, dando a luz nada más y
nada menos que 60 números que conocemos gracias a la edición realizada por la
Fundación Cultural Zofro, que viene financiando una serie de publicaciones de
máxima importancia porque tienen el pasado como horizonte.
Los participantes fueron grandes personalidades del
ámbito cultural boliviano, nombres que aparecen en el acta de fundación
publicada en el número uno:
“Nos reunimos al efecto, en casa del que suscribe
[Fernando Ortiz Sanz], la noche del 5 de septiembre de 1953, Gunnar Mendoza,
Gustavo Medeiros, Julio Ameller, Fernando Ortiz S. Enrique Vargas S., Guido
Villa-Gómez, Hernando Achá S., Alberto Martínez y Roberto Doria Medina. Y –sin
más−fundamos la Peña”.
El lema que seguía la publicación era “si hay
espíritu…”, vale la pena detenerse brevemente en este enunciado condicional que
muestra más en lo que no dice. En efecto, sin mayores pretensiones que las de
pasar un buen rato (“humo, anécdotas y vino”), sin querer cambios abruptos o
cosa parecida (“no pretendemos crear nada o servir a nadie: ni siquiera a la
Cultura”), conscientes de su madurez y que la vida es corta y sin mucha preocupación
por las formas, (“[…] Omar Kayyham se ha divertido más que Schopenhauer. Y
ambos han muerto”), consiguieron una actitud propositiva, cuestionadora e
insólita.
Volviendo a la frase, el espíritu está asociado a
cierto humanismo, al arte, a la intención que tuvieron de crear una
“bibliografía boliviana” (estaba don Gunnar, claro), a la prosa, a los versos,
a la música, etc. ¿Y los puntos suspensivos?, nos conducen a lo abierto, son
una invitación a leer lo que no está escrito, a tocar lo intocado, a lo no dicho.
La frase condicional se interrumpe, nada orienta ni conduce; sin proponérselo,
los peñistas algo nuevo hacían surgir.
Uno de los guiños más destacables de esta publicación
fue la rotación del Secretario de Turno, se trata de una de las publicaciones
más democráticas que se hicieron en Bolivia, el procedimiento era simple, cada
uno de los participantes se turnaba para ser Secretario de Turno, es decir para
conducir el número y darle su impronta; la dirección, entonces, fue rotativa,
los números estuvieron a cargo de Fernando Ortiz, Gunnar Mendoza, Guido Villa-Gómez,
Julio Ameller Ramallo, Roberto Doria Medina, Alfonso Medeiros, etc.
Fueron tan respetuosos de ese acuerdo, que en el N° 23
Rafael García Rosquellas tuvo que crear la figura del Editor Comisionado para
emprender con el debate que venía sosteniendo con Gunnar Mendoza acerca de la
poesía.
El Secretario de Turno -único y supremo rector de la
comunidad peñística– viose impedido, en los lances del debate, de ejercer
plenamente sus deberes jerárquicos y sus derechos de contendor, puesto que vino
a ser, a un tiempo mantenedor y partícipe en el alucinante certamen. Por ello,
con acertado criterio, decidió que la preparación de Peña, mientras dure el debate, quede al cuidado de un Editor
Comisionado, puesto para regir con ecuánime norma el cambio de opiniones en las
páginas del impreso.
A propósito de esto último, otro aspecto destacable de
esta publicación fue dar pie al debate dentro de la revista misma. Quizá uno de
los debates más interesantes de la literatura boliviana del siglo XX fue el que
sostuvieron Rafael García Rosquellas y Gunnar Mendoza a propósito de lo que
entendían por poesía.
La disputa, que tuvo resonancias e involucró también a
otros participantes, giró en torno a la versificación, las palabras que
aparecen repetitivamente son cadencia, ritmo, esencialismo, preceptiva,
sensibilidad, etc.
En el fondo García Rosquellas sostenía una posición
“clásica y tradicional” acerca del verso, defendiendo (diríamos más
contemporáneamente) cierta preceptiva formalista más apegada a una tradición
filológica hispánica. Una de las definiciones que aparece en el debate es:
“poesía en verso es pasión en pensamiento figurado que se expresa con frase
oral y cadenciosa y puede adornarse de rimas u otras hazañas”.
La perspectiva de Mendoza defendía más el verso libre,
esa ruptura que veía en Whitman, Lugones y Neruda, decía “el verso no es
convencional ni casual: viene como consecuencia del pensar y sentir
entrañablemente en verso; y así es lícito erigir en principio vital de esta
entidad literaria no la postiza cadencia formal sino la prístina e indeclinable
cadencia interna”.
Los argumentos de Rosquellas eran más “escolásticos”
entre académicos y filosóficos, los de Mendoza fueron menos enrevesados, más apegados
a un lector atento a las nuevas sensibilidades que finalmente se impusieron.
El debate terminó mal, Rosquellas llevó el asunto a
nivel personal e incluso lanzó dardos realmente envenenados a sus “detractores
de La Paz”, especialmente a Juan Quirós.
A pesar de ese final abrupto esta discusión puede ser
considerada como un momento clave en la literatura boliviana, un momento de
inflexión en el que se separan aguas. Esta discusión se dio mucho antes en otros
ámbitos, los que eran llamados “filisteos del verso” se fueron imponiendo
después de sendas batallas como la que protagonizaron esos dos peñistas de
Sucre.
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