sábado, 10 de enero de 2015

Comentario

La familia, la propiedad privada y el amor

Reseña de Siempre fuimos familia, obra con la que Gonzalo Lema ganó el Premio Internacional de Novela Kipus.


Martin Zelaya Sánchez

¿Buscó Gonzalo Lema escribir la “gran novela cochabambina” de las últimas décadas? ¿Buscó superar, quizás en eso, a Río Fugitivo de Paz Soldán? ¿Buscó emular, entonces, lo que Saenz hizo en La Paz con Felipe Delgado, o lo que Jonás y la ballena rosada, de Montes significa para Santa Cruz?
Si es así (y eso parece), hay que decirlo ya: no lo logró. Más allá de que pudo reunir un par de muy interesantes ingredientes –una prosa ágil y bien lograda, y un par de altas pinceladas al retratar a sus personajes-, el amasijo final no resultó en un bocatto di cardinale, y acaso sí en un buen picante surtido.
¿Por qué esta suposición? Porque antes que nada al leer Siempre fuimos familia se percibe el esfuerzo, la obsesión del autor por retratar al detalle y en su monumental magnitud, a la vez, no a Cochabamba como urbe, sino a los cochabambinos, al cochala tipo, a la idiosincrasia de la Llajta.
En las 310 páginas de esta novela editada hace un par de meses por Kipus, y con la que el autor ganó el primer Premio Internacional de Novela Kipus (¡dotado nada menos que con 20.000 dólares!), el tarijeño-cochabambino despliega toda su pericia para describir y desentrañar a profundidad la dinámica cotidiana de una familia típica de la clase media emergente; familia como base y esencia, como principio, como fin, como todo. Familia nuclear, familia absorbente. Familia quechua, valluna, conservadora (de ahí el guiño a la canción de Silvio Rodríguez en el título). Familia cochala, provinciana, muy acorde a la teoría de Ramón Rocha Monroy de que por más que la urbe cochabambina tenga ya casi un millón de habitantes, está aún muy lejos de dejar de ser una sociedad agraria, rural hasta el tuétano.
Hay libros de paisaje / ambiente (muchos del propio Saenz, donde se realza a La Paz, por ejemplo), libros de acción y trama, pero este, sin lugar a dudas, es un libro de personajes, mas no de hombres y mujeres explorados y explotados al máximo en su dimensión intelectual, emotiva, humana, como en las grandes obras de los clásicos rusos, sino simplemente una especie de álbum de exposición, un muestrario de características y estereotipos (muchas veces muy bien logrados, otras no tanto).
De todas maneras, está visto que si algo hay que destacar, son precisamente los personajes, los seis (hasta siete) integrantes de una familia mestiza enriquecida y desclasada. Ya vamos a ello, pero antes, tomando como pie el acta del jurado que premio a Lema (que califica su novela como “picaresca contemporánea”), hay que decir que en muchos momentos Siempre fuimos familia recuerda a las más conocidas obras costumbristas de inicios y mediados del siglo pasado: descripciones rebuscadas, innecesariamente alargadas y en lenguaje y tono forzadamente coloquial, campechano; discursos, mensajes, moralinas puestos por aquí y por allá.

Ahora sí, los personajes:
- Álvaro, el viejo: el patriarca indiscutible de una familia de “empresarios” que apenas se esfuerza por ocultar un oscuro pasado que le permitió la prosperidad y perfiló a sus hijos al jet set de la de la sociedad cochabambina.
Es a la vez un estrambótico intelectual (tiene un escritorio con torres de libros que lee con fruición) que se viste cada sábado como mendigo y va a la iglesia a pedir limosna y predicar mensajes filosóficos existenciales.
(Pintaba para más, por su construcción base, pero se diluye en diálogos cursis y nada verosímiles).
- Julieta, la mamá: la típica mujer anticuada, sumisa, llorona y religiosa. Viste de chola casi siempre, pero a veces se pone vestido para recordar su pasado de alcurnia. En torno a ella (cada que la ven sus hijos la colman a besos y elogios melosos) gira una familia tan nuclear que recuerda más a las de hace tres o cuatro décadas que a las actuales.
- Álvaro, el primogénito: el falso galán. El conductor de las finanzas de la familia, y el más desesperado por ser considerado dentro del insípido círculo de la clase alta valluna. Lo más atractivo de su personaje es a la vez -¡qué lástima!- lo menos logrado: de joven vivió en Mónaco y “dizque” conoció y tuvo un romance con la princesa Carolina.
Largos y tediosos párrafos describen su nostalgia y sus fabulescos relatos de este glorioso pasado ante un grupo de jovenzuelos risueños que ríen y farrean a sus costillas.
- Carmen, la hija: la más tradicionalista de los tres hermanos. Casada, con una hija de meses y obligada a vivir en matrimonio a la antigua (sus padres defienden y festejan más a su marido que a ella). Es el personaje menos explotado y más débil.
- Fernando, el gay: el tercer hermano, artista de poca monta y homosexual recién redimido y salido del closet gracias a su larga etapa de estudio en México. De una rebeldía y apatía notables al inicio, pasa a ser el eje articulador de la familia en crisis, y logra, al final, el reconocimiento y aceptación de sus parientes, a costa de amansarse y cobrar el rol de hijo comedido y ejemplar.
- Armando, el yerno: un “escritor” frustrado que malpasa sus días ejerciendo de abogado al servicio de su prepotente cuñado. Encarna el típico clasemediero en decadencia que se tiene que adaptar a las costumbres de una familia de origen humilde pero con finanzas en boga.
(El autor no logra dotarle del perfil cabal del escritor que se cree tal sin haber producido jamás una hoja, y apenas le infunde credibilidad en su rol de iconoclasta y algo progresista).
- Juana, la empelada: trabajadora del hogar que es tratada casi como un miembro más de la familia y que le sirve a Lema para exponer un “drama” más de la sociedad actual: la violencia intrafamiliar, pues termina muerta a golpes por su pretendiente.


Al leer varios pasajes de Siempre fuimos familia, sobre todo los dedicados al anciano patriarca y a su tradicionalista mujer, se me vienen a la mente -en el primer caso- las largas y complejas cavilaciones existenciales del protagonista de El lobo estepario, de Hermann Hesse, o –en el segundo caso- las tribulaciones de la mamá de Domy, en La niña de sus ojos, de Antonio Díaz Villamil. ¿Cuán conveniente es recurrir hoy a fórmulas como estas que, aunque muy exitosas en su momento, poco o nada condicen ya con la realidad actual y, sobre todo, con lo que quiere leer la gente hoy en día? 

1 comentario:

  1. No pude terminar de leer el libro de Lema, precisamente por las fórmulas anticuadas que no se condicen con la realidad actual y que ya no queremos leer. Buen artículo.

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