“Al despertar Gregorio Samsa”…
Cuando se cumple un siglo de la edición de “La Metamorfosis” de Kafka y de “En la colonia penitenciaria”, estos relatos nos parecen escritos hoy mismo.
Ricard Bellveser
Kafka escribió entre noviembre y diciembre de
1912 la primera versión de su cuento o novela corta titulada La metamorfosis, cuando tenía 29 años y
empezaba a considerar que escribir y suicidarse podían tener, y de hecho tenían,
muchos puntos en común.
Así nos lo viene a decir en su diario, en el
apunte del 23 de septiembre de 1913 cuando al referirse a su relato La condena afirma: “la he escrito de un
tirón durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de
la mañana. Apenas sí podía sacar las piernas de debajo de la mesa entumecidas por
haber permanecido sentado tanto tiempo (…) solo se puede escribir así, solo con
esta cohesión, con esta apertura total de cuerpo y alma”.
La
metamorfosis tuvo varias ediciones. Se utiliza de
referencia la primera, que salió en octubre de 1915 en la revista Die weissen blätter, y que dio pie a que
el mes siguiente, en noviembre, se hiciera la versión en libro, en la editorial
Kart Wolf de la ciudad de Leipzig. De esto se cumple este año un siglo y lo
celebramos.
No sólo es uno de los mejores y más completos
textos de Franz Kafka, uno de los escritores más influyentes de todos los
tiempos, sino que el tiempo lo mantiene perfecto. Como se suele decir, sobre
sus líneas no ha pasado ni un día que pudiera hacer envejecer cualquiera de sus
aspectos más sobresalientes, pues su lectura mantiene la misma fuerza, la misma
juventud el mismo interés e idéntica belleza literaria.
El relato se inicia en el momento más
peligroso del día, que es el despertar, “Al
despertar Gregorio Sansa aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró
en su cama convertido en un insecto monstruoso”, así comienza y debe
notarse que no dice una cucaracha, como de algún modo ha quedado en el
subconsciente de muchos de sus lectores e intérpretes, sino un monstruoso insecto
o alguna cosa igualmente repugnante.
Cuando se preparaba su edición en libro, Kafka
escribió una carta al ilustrador de la editorial, con el ruego expreso de que
no representara ningún bicho: “el insecto
mismo-le decía- no puede ser
dibujado. Ni tan solo puede ser mostrado desde lejos. En
caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Le
estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego”.
Estaba diciendo que el relato se inicia en el
despertar de su protagonista, mas, qué es el despertar sino el instante
asombroso, preñado de misterios, en el que se pasa de la realidad del sueño a
la realidad del vivir. De pronto el ser tiene conciencia de sí mismo y de sus
limitaciones, también de sus extrañezas, y se produce el prodigio de
reincorporarse a la realidad representada por el mundo, a la que hasta ese
momento había sido ajeno.
Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de
1883, ciudad dividida en tres sectores, el alemán, de habla alemana, por el que
corrían las promesas de prosperidad económica y las oportunidades de progreso.
El judío, incitador de los negocios, determinante en su religiosidad y
conciencia de grupo; y el sector checo, de habla checa, que daba sostén a un
mundo más tradicional, artesano, del pequeño negocio y la vida cotidiana.
El padre de Kafka, un hombre de poderosa
personalidad y desbordante vitalidad, quiso que sus hijos se educaran en
alemán, área que le estaba vetada a él, un tendero modesto y comerciante judío,
que no hablaba alemán y que carecía de formación para poder proyectarse en él. Su
propósito fue tan eficaz que Franz siempre escribió en alemán y ni una línea en
checo.
La personalidad del padre, arrolladora, condicionó
psicológicamente la del hijo y sus hijas. En la estremecedora Carta al padre, aquella que comienza “Querido
padre: hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como
siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas”, Kafka llega a asegurar “no voy a afirmar que soy lo que soy por tu
culpa, pero tiendo a incurrir en tal exageración”.
Volviendo a lo central. El título La metamorfosis ha dado pie a meticulosos
debates filológicos porque, en efecto, su título original Verwandkung, no tiene esa traducción, es una palabra alemana que
quiere decir transformación, cambio o mutación, pero sin embargo la traducción
que ha hecho fortuna es la que se toma de la mitología, y en mi opinión es un
gran acierto.
Enjundiosos debates ha producido también la
interpretación del cuento, cuya lectura más clarificadora tal vez sea la de
Elias Canetti que iluminó aspectos oscuros del relato y al mismo tiempo, como
es su obligación, creó nuevas dudas.
De todos modos hay algo evidente, y es el
parecido fonético entre Samsa con sus dos “a” y Kafka. Lo es también que el
protagonista sea viajante de profesión y viva atrapado en el interior de una
familia dominada por el padre; tal vez por ello Kafka eligió una familia
propia, es decir, no una heredada, y en ese enjambre se transforma en insecto
como ejemplo de extrañamiento frente a la colectividad o si se prefiere, frente
a la sociedad organizada, reglada, guiada por normas incomprensibles.
Utiliza Kafka una magnífica metáfora en la que
un anciano asegura: “no acierto a comprender que un joven pueda decidirse ir a
caballo al pueblo inmediato, sin tener miedo a que el tiempo de la vida corriente
y de transcurso feliz no sea corto, absolutamente, para semejante viaje”, esto
es, que puede darse el caso de que no llegara ni tan siquiera a cumplir una
meta tan cercana.
Kafka tuvo la tentación de unir, bajo el
título único de Strafen (Castigo), En la colonia penitenciaria, un relato del año anterior, 1914; La condena, una novela de 1912; y La metamorfosis, cosa que finalmente no
ocurrió, como tampoco sucedió que su amigo y albacea Max Brod, cumpliera la
promesa que le dio.
Kafka, al sentirse morir del cáncer de laringe
que acabó con su vida, en un desangelado sanatorio austriaco de Kierling, le
pidió a su leal amigo que quemara todos sus papeles, porque no podía admitir
que se editaran sin las últimas correcciones. Su amigo no cumplió su promesa,
es más, arriesgó su vida al huir con los manuscritos de su amigo judío Franz en
una maleta, atravesando las líneas nazis, traición y heroísmo con el que prestó
un excepcional servicio a la humanidad.
Todo empezó hace ahora (casi) un siglo.
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