Alabardas, la novela inacabada de Saramago
Reseña de la novela póstuma del Nobel portugués, aparecida hace pocos meses con textos adicionales de Roberto Saviano e ilustraciones de Günter Grass.
José Luis Exeni
“Que quien se calla cuanto me callé / no se podrá morir
sin decir todo”, proclamó José Saramago en uno de sus poemas. Y en efecto,
después de decir tanto, había una pregunta que
todavía perseguía-apremiaba al escritor portugués: “¿por qué nunca hubo una huelga
en una fábrica de armas?”. Nunca. ¿Por qué? No una huelga por mejores
condiciones laborales o salariales, sino “una huelga en la que los trabajadores
dijeran ‘no, no construimos armas porque van a matar personas y no estamos de
acuerdo; se acabó’”.
De esa tenaz preocupación surgió la novela inacabada
del Nobel de Literatura: Alabardas, alabardas,
espingardas, espingardas, publicada cuatro años después de su muerte.
“Es posible, quién sabe, que quizá pueda escribir otro
libro”, anunció Saramago en una nota de trabajo con fecha 15 de agosto de 2009.
“Saldrá al público el próximo año si la vida no me falta”, subrayó dos meses
después. Pero le faltó vida. Con la salud quebrantada, a sus 87 años, solo
alcanzó a escribir tres capítulos de su último ajuste de cuentas.
Pero además de la mencionada preocupación, hubo un
“impulso motor” para el nacimiento de Alabardas.
Y Saramago lo utiliza como “gancho para arrancar la historia”: durante la
Guerra Civil española, una bomba no explotó tras caer sobre las filas republicanas.
Adentro había un papel, escrito en portugués, que decía: “esta bomba no
estallará”. Fue obra de un operario de la fábrica Braço de Prata, que vendía
armas al dictador Franco. Si el catálogo de la producción de armas no registra
huelgas, conoce en cambio de sabotajes.
Detonar la
piedra
En un coloquio realizado en la Universidad de Turín,
Saramago explicó que su obra se dividía en dos grandes etapas: la estatua y la
piedra. Desde Manual de pintura y
caligrafía hasta El evangelio según Jesucristo
su trabajo había estado dedicado a “describir una estatua”.
Con Ensayo sobre la
ceguera abandonó esa superficie de piedra para “pasar a su interior”. Y así
lo hizo -creo- hasta su última novela en vida: Caín. Con Alabardas,
alabardas, espingardas, espingardas José pretendía detonar la piedra.
No podemos saber cómo prosigue la inacabada historia ni
su desenlace. Pero Alabardas… queda
como una suerte de legado-Saramago. No para completar la novela ni escarbar en
ella, sino como un llamamiento más urgente y vital: indignarnos. Y arriesgar.
Se trata de sacudirnos de lo que José identificaba -Pilar
del Río dixit- como los tres males de nuestro tiempo: “miedo, resignación e
indiferencia”. Era quizá “la última puerta que le urgía cerrar o abrir: la de
la responsabilidad moral del individuo”, a decir de
Fernando Gómez Aguilera.
¿Qué nos plantea Alabardas…
en sus tres capítulos y las nueve notas de trabajo que dejó Saramago? Artur
Paz Semedo, burócrata de Belona S.A., aficionado a las armas, quizás descubra
en su exploración del archivo histórico de la fábrica que ésta tuvo relación
con las guerras en los años 30. Pero sobre todo se enfrentará a una “paradoja
ética”. ¿Cómo seguir trabajando en una empresa que hace negocios con la muerte?
¿Dónde queda, si acaso, el valor de la paz? Su esposa Felícia se encargará de
echárselo en cara.
Ensayo contra la
guerra
De Felícia sabemos pocas cosas. Sabemos por ejemplo que
es pacifista. Y no sólo de discurso. Lo suyo es convicción y acción. Lo suyo es
convi/acción. Pacifista como es, esta mujer se cambió el nombre. Se llamaba
Berta. Pero no quería cargar con esa referencia a un cañón alemán de la primera
guerra mundial. “Cuestión de coherencia, así de simple”.
Por coherencia también abandonó a su esposo Artur Paz
Semedo. No quería convivir con un funcionario-contador de una fábrica de armas.
De Felícia sabemos también que, estando separada, indujo
a su esposo a que realizara una investigación en los archivos de Belona S.A. Así
se denominaba la fábrica de armas, en homenaje a la diosa romana de la guerra.
Y allí trabaja Paz Semedo, desde hace 20 años, en el servicio de facturación de
armamento ligero y municiones. La sugerencia de Felícia fue concreta: indagar
si Belona S.A. vendió armas a los fascistas en los años de la guerra civil de
España. Es evidente que esta mujer conoce el camino.
De Felícia sabemos por último que, íntegra y redentora -como
todas las mujeres en la obra del escritor portugués-, dirá las sonoras palabras
finales de esta historia. La historia/novela que el buen Saramago nos dejó como
una interpelación. O mejor: como un “gran conflicto moral”. Y es que José no
quería morirse sin decirlo todo: “¿qué se hace para prohibir las armas? Nada”.
En nombre de la/su protección las democracias producen, compran, venden,
utilizan armas… Peor todavía: necesitan guerras. Y las fabrican.
Mar para Bolivia
(paréntesis)
Es probable que Belona S.A. haya tenido negocios con
el dictador Franco. Pero lo que encontró Paz Semedo al “penetrar en sus
misterios contables”, con el aval del consejero delegado, es que esta histórica
fábrica estuvo muy atenta al conflicto bélico entre Paraguay y Bolivia. Incluso
llegó a contactar personas influyentes en ambos países. Se estima que Belona
S.A. proveyó armas a Paraguay, lo cual habría sido decisivo en el conflicto. No
lo hizo con Bolivia por la falta de un puerto en el mar.
Pero además de esta referencia a la Guerra del Chaco,
el narrador Saramago alude en dos ocasiones, sin mencionarla, a la Guerra del
Pacífico del siglo XIX. En la primera señala que, además del descubrimiento de
petróleo en la región del Chaco Boreal, la otra causa del conflicto con
Paraguay habría sido que Bolivia no tenía acceso al mar, “que de eso se había
encargado Chile hacía muchos años”.
La segunda alusión es más explícita. El autor de Alabardas… conjetura que Bolivia podría
tener una salida propia y directa al océano pacífico si acaso venciese a
Paraguay, pero a renglón seguido señala la imposibilidad: “si Chile no le
devolvía a Bolivia lo que le había robado en el norte, menos aún le abriría
graciosamente un camino por el sur a través de los Andes”.
Dispensando la imprecisión geográfica, su mensaje es
que Chile robó a Bolivia y no tenía la intención de enmendarlo. Hasta aquí la
“referencia boliviana”.
Desasosiego
final
En una de sus últimas apariciones públicas, hablando
de Alabardas…, Saramago cuenta que su
deseo era que la novela titulase Libro
del desasosiego. Claro que ese libro ya había sido escrito por su
compatriota Pessoa.
“Como no vivo sosegado -confesó José antes de partir-
quiero desasosegar a los otros, a los lectores”. Y así lo hizo con Alabardas…, cuyo proyectado y abrupto
final, por boca de Felícia, constituye “un remate ejemplar” ante los
fabricantes/traficantes de la muerte y sus funcionales/eficientes Artur Paz
Semedo: “Vete a la mierda”. Es el desasosiego final.
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