El enigma del vértigo
¿Qué es, qué significa, de qué vale la poesía en el mundo actual?, se pregunta el autor –poeta, por supuesto- y, sin pretender develar el enigma, arriesga algunas reflexiones.
Edwin Guzmán Ortiz
En
una época marcada por el crecimiento de las masas, la exacerbación de la razón
instrumental, el culto a la tecnología, la teologización del mercado total y la
informatización de un logos cada vez más tangencial a las potencias del
monólogo interior y del diálogo con los otros, la poesía ha persistido en su
condición de discurso periférico.
Su
misión no fue la de gestar ni justificar los órdenes históricos, más bien cumplió
la delicada misión de iluminar las búsquedas del hombre y explorar los meandros
del ser y la cultura.
Cercana
a los afanes de la existencia y el sentido de libertad, mantuvo un diálogo más
íntimo con la vida. De ahí su sigilosa distancia con respecto a la prosa que,
en contraste, fue más proclive a justificar desde cierto status escritural a
los macro-discursos históricos y a los
aparatos de poder, siempre con la relatividad del caso, pienso en Lezama Lima,
Saenz o Artaud, entre otros.
La
poesía, así, fue gestora de un contradiscurso y una mirada alternativa capaz de
ese nombrar incesante que también somos.
No
fue menos indiferente a un intenso viaje a sí misma. El desnudamiento y la
transgresión creativa del lenguaje estuvieron presentes en los más altos
poetas. Mallarmé nos legó esta enseñanza, la prolongaron Girondo e Hinostroza,
por citar dos poetas cercanos.
Aunque
en algunos casos Occidente hizo de esta búsqueda una tautología, una manipulación
de palabras pretendiendo convertir al poeta en técnico, por la brecha
silenciosa de los signos muchos vates continuaron esa ardua faena: el
develamiento de nuevos mundos lo que lleva aparejado el develamiento de nuevas
maneras de nombrar el mundo.
Como
apunta Milan Kundera, la escritura de este tiempo no fue aburrida. Las
fronteras entre los poderes de la palabra y la ambigüedad de la realidad, como
nunca se pusieron en entredicho. Lógica consecuencia, la búsqueda de nuevos
sentidos de la poiesis: palabrear el envés del silencio, representar el teatro
de voces de la urbe, jugarse el deja-vu
del nombrar, acceder a los intersticios de lo indecible.
Los
buenos poetas apostaron además por la inteligencia. No se enclaustraron en el
exhibicionismo de la propia intimidad, ni promovieron la troup de fantasmas de su crianza.
Escamoteando
inclusive al propio yo -¿Quién en verdad fue Pessoa?, ¿en cuál de sus
fragmentos es posible reconocer a Michaux?, ¿desde qué sinapsis escribe
Panero?- jugaron con la utopía literaria de doblar el mundo, inventarlo,
meterle el dedo e, inclusive, negarlo; un poco la historia de la filosofía
desde la lámpara de arcilla del poeta. Más allá de la retórica vacua, continúan
haciendo de la palabra una vía de autoconocimiento y un instrumento de crítica
al mundo y su propia obra.
La
poesía, signada por la urgencia, apostó también por el presente. Trascendiendo
el diferimiento histórico para consagrar el aquí y el ahora como certeza
intransferible.
El
asombro poético, como la petit mort,
entraña su propio reino de consagración del instante. Es cierto que se extravió
y que aun se extravía a menudo. Buena parte de la poesía actual se halla marcada
por la distemporalidad, el amasijo de tiempos producto de la fragmentación que
vivimos en esta era del vacío. En esta dialéctica, entre la germinación del
instante y el ciclograma frenético, discurre el poeta.
Si
hubo un siglo plagado de búsquedas estéticas, este fue el siglo pasado.
Primitivistas, neos y bruts
coexistieron con el antiarte y la transestética postmoderna.
La
poesía apostó también por la forma. Y, es más, jugó golosamente con ella. No
pocas veces se coaguló en el gesto, abrió la boca pintarrajeada para decir
nada. Giró como los cohetes de la fiesta, pero al final terminó humo y noche.
La poesía, como la vida también está hecha de veleidades y caídas. También de
pasión sufriente: ¿De qué sufres? -se pregunta René Char para contestarse: “De
lo irreal intacto en lo real devastado”.
De
ahí que no sea previsible un futuro inmediato para ella; entre los poetas que
quedaron presos de poesía -Mallarmé dixit- y los coloquialistas, algo
seguramente sucede. Nos lo dirá el salto mortal de la imaginación, madre de
todos los quicios.
“Al
amor y la poesía, aislados del sistema, parias del mercado, solo les queda su
autoafirmación”, dice Paz. Vértigos y enigmas, mandalas y fulguraciones,
infierno y arabescos continúa siendo el empedrado por el que discurre la
poesía.
Junto
a la perplejidad de los cuánticos, la sicalíptica danza de los nuevos lenguajes,
el magma vertiginoso de las identidades y las apetencias del poder, caminan las
sandalias del poeta. Hoy, como ayer, musitando con Alejandra: “Hablo en fácil, hablo en difícil / sabiendo
que no se trata de eso / siempre no se trata de eso / oh ayúdame a escribir el
poema más prescindible / el que no sirva para / ser inservible / ayúdame a
escribir palabras / en esta noche en este mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario