sábado, 17 de enero de 2015

ALTIplaneando

El enigma del vértigo


¿Qué es, qué significa, de qué vale la poesía en el mundo actual?, se pregunta el autor –poeta, por supuesto- y, sin pretender develar el enigma, arriesga algunas reflexiones.



Edwin Guzmán Ortiz 

En una época marcada por el crecimiento de las masas, la exacerbación de la razón instrumental, el culto a la tecnología, la teologización del mercado total y la informatización de un logos cada vez más tangencial a las potencias del monólogo interior y del diálogo con los otros, la poesía ha persistido en su condición de discurso periférico.
Su misión no fue la de gestar ni justificar los órdenes históricos, más bien cumplió la delicada misión de iluminar las búsquedas del hombre y explorar los meandros del ser y la cultura.
Cercana a los afanes de la existencia y el sentido de libertad, mantuvo un diálogo más íntimo con la vida. De ahí su sigilosa distancia con respecto a la prosa que, en contraste, fue más proclive a justificar desde cierto status escritural a los macro-discursos históricos  y a los aparatos de poder, siempre con la relatividad del caso, pienso en Lezama Lima, Saenz o Artaud, entre otros.
La poesía, así, fue gestora de un contradiscurso y una mirada alternativa capaz de ese nombrar incesante que también somos.
No fue menos indiferente a un intenso viaje a sí misma. El desnudamiento y la transgresión creativa del lenguaje estuvieron presentes en los más altos poetas. Mallarmé nos legó esta enseñanza, la prolongaron Girondo e Hinostroza, por citar dos poetas cercanos.
Aunque en algunos casos Occidente hizo de esta búsqueda una tautología, una manipulación de palabras pretendiendo convertir al poeta en técnico, por la brecha silenciosa de los signos muchos vates continuaron esa ardua faena: el develamiento de nuevos mundos lo que lleva aparejado el develamiento de nuevas maneras de nombrar el mundo.
Como apunta Milan Kundera, la escritura de este tiempo no fue aburrida. Las fronteras entre los poderes de la palabra y la ambigüedad de la realidad, como nunca se pusieron en entredicho. Lógica consecuencia, la búsqueda de nuevos sentidos de la poiesis: palabrear el envés del silencio, representar el teatro de voces de la urbe, jugarse el deja-vu del nombrar, acceder a los intersticios de lo indecible.
Los buenos poetas apostaron además por la inteligencia. No se enclaustraron en el exhibicionismo de la propia intimidad, ni promovieron la troup de fantasmas de su crianza.
Escamoteando inclusive al propio yo -¿Quién en verdad fue Pessoa?, ¿en cuál de sus fragmentos es posible reconocer a Michaux?, ¿desde qué sinapsis escribe Panero?- jugaron con la utopía literaria de doblar el mundo, inventarlo, meterle el dedo e, inclusive, negarlo; un poco la historia de la filosofía desde la lámpara de arcilla del poeta. Más allá de la retórica vacua, continúan haciendo de la palabra una vía de autoconocimiento y un instrumento de crítica al mundo y su propia obra.
La poesía, signada por la urgencia, apostó también por el presente. Trascendiendo el diferimiento histórico para consagrar el aquí y el ahora como certeza intransferible.
El asombro poético, como la petit mort, entraña su propio reino de consagración del instante. Es cierto que se extravió y que aun se extravía a menudo. Buena parte de la poesía actual se halla marcada por la distemporalidad, el amasijo de tiempos producto de la fragmentación que vivimos en esta era del vacío. En esta dialéctica, entre la germinación del instante y el ciclograma frenético, discurre el poeta.
Si hubo un siglo plagado de búsquedas estéticas, este fue el siglo pasado. Primitivistas, neos y bruts coexistieron con el antiarte y la transestética postmoderna.
La poesía apostó también por la forma. Y, es más, jugó golosamente con ella. No pocas veces se coaguló en el gesto, abrió la boca pintarrajeada para decir nada. Giró como los cohetes de la fiesta, pero al final terminó humo y noche. La poesía, como la vida también está hecha de veleidades y caídas. También de pasión sufriente: ¿De qué sufres? -se pregunta René Char para contestarse: “De lo irreal intacto en lo real devastado”.  
De ahí que no sea previsible un futuro inmediato para ella; entre los poetas que quedaron presos de poesía -Mallarmé dixit- y los coloquialistas, algo seguramente sucede. Nos lo dirá el salto mortal de la imaginación, madre de todos los quicios.
“Al amor y la poesía, aislados del sistema, parias del mercado, solo les queda su autoafirmación”, dice Paz. Vértigos y enigmas, mandalas y fulguraciones, infierno y arabescos continúa siendo el empedrado por el que discurre la poesía.

Junto a la perplejidad de los cuánticos, la sicalíptica danza de los nuevos lenguajes, el magma vertiginoso de las identidades y las apetencias del poder, caminan las sandalias del poeta. Hoy, como ayer, musitando con Alejandra: “Hablo en fácil, hablo en difícil / sabiendo que no se trata de eso / siempre no se trata de eso / oh ayúdame a escribir el poema más prescindible / el que no sirva para / ser inservible / ayúdame a escribir palabras / en esta noche en este mundo”.

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