Don Leñero
A modo de diálogo, a ratos, o como una sentida misiva, a momentos, el autor (a ratos, su alter ego, el Chicuelo, a momentos) se manda un emotivo homenaje a Vicente Leñero.
Wilmer
Urrelo
Yo fui
“Donde habite el
olvido”, Luis Cernuda.
¡Ay!,
don Leñero, ¿qué quiere que le diga?, que acá su servidor es un devoto suyo, de
esos que se leyeron en más de dos o tres oportunidades sus libros. Y resulta
que el 3 de diciembre de 2014 me ceno con la noticia de que usted ya se murió: cierto,
Chicuelo, ya me morí, ya valí madres.
Y
qué quiere que le diga, don Leñero, morirse es fácil, nacer también, eso lo
hace cualquier mentecato de los que salen en la tele, lo realmente jodido es
hacer algo en esta mugrosa vida y ser bueno en eso y no una más de las estrellitas
del mundillo literario, de esas que abundan y que casi siempre publican en
Anagrama, dicho sea de paso.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, sino recordar al muchachito atarantado que era
yo (y que todavía soy), y que sin saber nada de usted, allá por 1997 más o
menos, compraba desconfiado Los albañiles,
la novela, la novelaza, más bien, que le valiera el Premio Biblioteca Breve en
1963.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que cuando leí Los albañiles no sólo quedé satisfecho, sino feliz, dichoso, y
agradecido de que en el mundo habitaran escritores como usted, no sólo buenos,
sino súper buenos.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, si cuando releo dicha novela no puedo quitarme
de la cabeza la imagen de don Jesús: “Viejo ladino que sabía ingeniárselas para
acariciar a las pobres escuinclas, cuando no a los chamacos; hocicón que se
bebía cuanto menjurje le pusieran enfrente; fregado que se quemaba sus tres
cigarros de mariguana al día, malhora con el que había que andarse con tiento
para no perder hasta la camisa; uña larga, putón, jijo de una…”. Don Jesús, el
velador del edificio donde se desarrolla el libro, don Jesús, una verdadera
atracción diabólica.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que en el Distrito Federal creí verlo de lejos
ahí por inmediaciones Bellas Artes, y que me dio vergüenza y una enorme timidez
acercarme para preguntarle si usted era usted. ¡Ay, Chicuelo, esos defectos acabarán
contigo!, ya lo sé, don, qué le vamos a hacer, uno es así, ya no hay remedio.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que cuando leí Estudio Q supe que a usted había que investigarlo y ya no sólo
leerlo, que en su caso había que tomar apuntes para saber o por lo menos para
intuir cómo se escribe bien, para saber cómo estaban construidas sus novelas…
no, corrijo: para saber cómo se hace para que los lectores no nos cierren el
libro en las narices a la cuarta o quinta página.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que su partida deja un hueco enorme en mis escritores
recontra favoritos. Qué quiera que le diga, don Leñero, que le perdono eso de
ser un católico a rajatabla, eso se lo perdono con toda mi humildad satánica. Recuerde
que todos tenemos nuestros vicios, don, nadie es perfecto (pregúntele a los
cochabambinos, si acaso no me cree).
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que ya el sueñito ese de conocerlo algún día y
de agradecerle por sus libros personalmente no podrá hacerse realidad. Qué
quiere que le diga, don Leñero, que se vayan mucho a la fregada aquellos y aquellas
que lo ningunearon y por los cuales no pudo entrar a las primeras filas del
boom latinoamericano.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que pese a estar ya viejo y enfermo y
empastillado todo el tiempo, sigo aprendiendo de usted y de sus libros. Qué
quiere que le diga, don Leñero, que sigo aprendiendo de Los albañiles, de Estudio Q,
de Asesinato, esa fabulosa crónica
que debería ser una lectura esencialmente formativa para nuestro pobre
periodismo local. No sé, Chicuelo, son muchas alabanzas, a mí se me hace que me
estás viendo la cara de menso.
Qué
quiere que le diga, don… la verdad sí, uno de mis defectos es siempre verle la
cara de menso a la gente, sin embargo a usted se la veo con respeto, como debe
ser. Ah, así es otra cosa, Chicuelo, y qué más, ya me gustó eso de tanta
alabanza, sigue.
Bueno,
qué quiere que le diga, don Leñero, de usted también aprendí el oficio, esa
palabrita que tanto desagrada a escritores jóvenes y viejos, el oficio de
tomarse esta onda de la escribida en serio.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que también me encantó leer Los hijos de Sánchez en su versión
teatral y… que, es decir, o sea… Y ahora qué te pasa, Chicuelín, ¿hay algo que
no quieres decirme?
Es
que… lo que sí no me gustó mucho es esa adaptación que usted hizo de El crimen del padre Amaro. ¿No cree que
se le fueron algunas cositas en el guion? Cosas como qué, igualado, suelta la
sopa de una vez. Pues cosas como la siguiente: en la película, Gael García
Bernal, interpretando al padre Amaro, para evitar que el pecado de la carne se
introduzca en él, se quema la mano en la hornilla de una cocina. En la novela
de Eça de Queiroz esa pelea contra el pecado tiene un contrapunto muy lindo, y
por lo tanto distinto a como usted lo escribió en la versión cinematográfica.
Te
sugiero respetar a los muertos, no sea usted igualado, Chicuelo. ¡Ups!, perdone,
no se sulfure, don, sólo era una opinión… aunque ¿sabe qué me pareció fabuloso?
Qué, ¿ahora vuelves a tus zalamerías, chaparro panzón? No, mejor dicho sí. Como
todo boliviano que se respete soy zalamero por naturaleza y desconfiado desde
el vientre de su santa mamacita.
Mejor
le digo que me encantó el guion de El
callejón de los milagros, el cual, como dijimos alguna vez con un amigo, no
se trata de una adaptación de la novela de Naguib Mafuz, sino una transposición
del libro y eso es muy complicado lograrlo en una versión cinematográfica.
Qué
quiere que le diga, don Leñero, que los buenos escritores simple y
sencillamente son buenos y párese de contar. Qué quiera que le diga, don
Leñero, ahora, justo hoy, dejaré de escribir esa novela en la que trabajo,
suspenderé todo y leeré de corrido Los
albañiles, no como un homenaje, que eso ya se lo hicieron un montón, además
no me gustaban, Chicuelo, entérate.
Mire,
encima eso. Le digo que leeré una vez más Los
albañiles como un acto de fidelidad lectora porque yo... Ya, Chicuelo, ya
déjame en paz, mucho bla bla bla, tengo muchas cosas que hacer acá. Okey, don Leñero,
mejor me voy a mi casa a buscar la novela, hasta pronto, y no le diré paz en su
tumba, no me gusta hacer el ridículo, más bien le diré guerra en su literatura:
qué quiere que le diga, don Leñero.
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