sábado, 31 de enero de 2015

Artículo

Ausencias en la Biblioteca del Bicentenario


El autor, miembro del Comité Editorial de la BBB, hace un recuento sobre las obras que, pese a sus sugerencias, no quedaron en la colección final al no haber gozado de consenso.

 
Una de las sesiones de la Comisión de Literatura de la BBB. 
Adolfo Cáceres Romero

Como un homenaje a los 200 años de la fundación de la República se creó la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), propiciada por la Vicepresidencia del Estado, a través de su Centro de Investigaciones Sociales (CIS), que tiene la misión de publicar 200 obras seleccionadas por un grupo de 35 asesores (Comité Editorial).
Al margen de esta labor central, hay que decir que lamentablemente se cerró un ciclo de la cultura boliviana del siglo XX, no siempre con lo mejor, como era de desear, pues predominó una mentalidad mestiza y conservadora a la hora de hacer la selección.
Con todo, tal intento es un logro que no debe quedar ahí, sobre todo en procura de rescatar las obras ignoradas para que, con las incluidas y las que vendrán, se pueda hablar de una verdadera biblioteca boliviana.
Si como afirman los coordinadores, la intención del proyecto es: “aportar a la investigación y reflexión de la realidad nacional, bajo la premisa de que tener al alcance lo mejor de la producción intelectual boliviana y sobre Bolivia, permite a las actuales y futuras generaciones encarar con mejores perspectivas su formación educativa y profesional”, primero, debieron haber pensado en un editor general comprometido con la situación actual del país.
El que nombraron carece de cultura literaria, pues pertenece a una élite hispanófila que desde hace varios años maneja los destinos de la Academia Boliviana de la Lengua; de ahí que, no obstante contar entre sus asesores a dos notables indigenistas, como Jürgen Riester y Xavier Albó, no se pensó que el cambio viene con la reivindicación de nuestras culturas originarias.
La voz de los Andes, de los valles y de los llanos está más allá de lo que dicen los antropólogos o estudiosos que escudriñan su alma; entonces, no nos resta sino lamentar la ausencia de obras como Apu Ollantay, Tragedia del fin de Atahuallpa, o Ritos y fábulas de los incas; los jayllis y demás poemas quechuas que nos muestra Jesús Lara, al igual que Leyendas de Bolivia que publicó Antonio Paredes Candia; Manchay Puito y los poemas de Juan Wallparrimachi; El pez de oro, de Gamaliel Churata, que fabula con una serie de mitos andinos.
Lejos de incluirse estos libros, se consignan otros como la obra escogida de José Antonio Arze (tío del editor general), un político sin trayectoria literaria.  Afortunadamente, en mi calidad de miembro del Comité, fui escuchado en mis sugerencias de no tomar en cuenta algunas obras colonialistas, como las Coplas a la muerte de Diego de Almagro, escritas en 1540, por un guerrero conquistador sin genio ni arte poético.
Les dije que era una aberración inaceptable, al igual que la Historia de la literatura boliviana de Enrique Finot, para quien no existía tal literatura, porque sostenía que la raza boliviana: “aún no está formada o más bien carece de unidad”; es más, justificaba las palabras de Pio Baroja, al afirmar “que la América de habla española solo ha producido hasta ahora imitadores más o menos serviles y más o menos felices de los escritores y artistas de Europa”.
Entre las 71 obras de “literatura y arte” deberían estar muchas producidas en el exilio. No sé por qué se empeñaron en no incluir Los fundadores del alba, de Renato Prada, obra que en 1969 ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba,
Lamentablemente también eliminaron la obra de Diomedes de Pereyra, que les sugerí teniendo en cuenta que todas las novelas de este escritor se publicaron fuera del país, siendo uno de los autores bolivianos más traducidos.
Por otra parte, parece que los expertos no saben que Edmundo Paz Soldán es el mejor cuentista de Bolivia, y no lo digo solo porque ganó el Premio Juan Rulfo con Dochera, sino porque es autor de varios cuentos magistrales; igualmente desconocen la trayectoria internacional de Giovanna Rivero, Claudio Ferrufino, Rodrigo Hasbún, Germán de la Reza, Wilson Rocha, Norah Zapata…
También eliminaron mis obras de la lista final, como Nueva historia de la literatura boliviana; en esta área se quedaron conformes con los dos volúmenes de Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, obra de título engañoso por cuanto no es historia, menos cronológica, sino un conjunto de artículos y ensayos en el que predomina el gusto y criterio del grupo liderado por Blanca Wiethüchter.
Mi reclamo también abogaba por la mejor novela minera de Bolivia: Socavones de angustia, de Fernando Ramírez Velarde; o por Páginas bárbaras, de Jaime Mendoza; o Sequía, de Luciano Durán Boger.
También se echa de menos a autores como Homero Carvalho, sobre todo su notable antología Bolivia, en la que reúne poemas y escritos en prosa de autores bolivianos y extranjeros sobre el país; o María Virginia Estenssoro, H. C. F. Mansilla y Gonzalo Lema.
En las tres áreas de la BBB se advierten grandes lagunas. En ciencias sociales, Saúl Escalera observa que ignoraron una obra universal como El arte de los metales, de Álvaro Alonso Barba; también Historia de la minería en Bolivia, de Hermosa Virreira; Historia de la ciencia en Bolivia, de Condarco Morales; Ciencia en Tihuanaco y el incario, de Ibarra Grasso. Asimismo, Fernando Molina hace notar la ausencia de las obras de Vicente Pazos Kanki.

Desde luego que hay mucho más para tomar en cuenta en esta área, pero veamos qué ocurre en historia y geografía. En vista de nuestro empeño por lograr un puerto soberano en las costas del Pacífico, hay obras claves para el esclarecimiento de las circunstancias del despojo del litoral, en tal sentido propuse reeditar el Diario de campaña del coronel Apodaca; asimismo El derecho de conquista, de Santiago Vaca Guzmán; Historia secreta de la Guerra del Pacífico, de Edgar Oblitas Fernández; Gran traición en la Guerra del Pacífico, de Hugo Roberts Barragán; La Quinta División, de Raúl Murillo y Aliaga; Memorándum sobre el mar, de Valentín Abecia Baldivieso y Valentín Abecia López; luego también quedó fuera La dramática insurgencia de Bolivia, de Charles Arnade. 

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