Cervantes, las desdichas y los versos
El manco de Lepanto luchó toda su vida por ser poeta, por ser reconocido como tal, y solo mucho después de muerto le llegó la gloria como padre de la novela.
Gabriel Chávez Casazola
“Muchos años ha que es
grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en
versos”, dice el Cura en El Quijote,
en medio del donoso escrutinio de los libros de Don Alonso Quijano.
Claro, quien lo dice es Cervantes,
hablando de sí mismo. No será esta la única vez que, en medio de sus novelas u
obras de teatro, se queje de su desventura -la fortuna nunca le fue favorable,
lo sabemos, salvo en bonos de eternidad que no pudo cobrar en vida-, pero
además donde lamente no haber sido mejor poeta: Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta /
la gracia que no quiso darme el cielo..., escribe en Viaje del parnaso.
En su época ser novelista
era poca cosa, más o menos como ahora ser telenovelista, pues las novelas eran simple
entretenimiento de las gentes. Fue él quien las elevó varios peldaños con su
Quijote, no en vano considerada la primera novela moderna.
Desde luego, eso lo
sabemos con toda lucidez ahora y lo venimos barruntando desde hace unos tres
siglos. Cuando él vivía, pese al gran éxito de la primera parte del Quijote, no
era posible aquilatar la enorme importancia de esta obra, sencillamente porque
la contemporaneidad evita (o complica demasiado) la puesta en perspectiva. Ni
sus contemporáneos ni él podían tener nuestra mirada. Cervantes murió, pues,
sin saber quién era Cervantes, al menos para la literatura.
Por eso, no es de
extrañarse que haya ido por los caminos deplorando no ser un buen poeta ni que
haya ejercitado varios intentos para conseguirlo. Si escribir novelas era, ya
lo dijimos, poquita cosa, ser poeta o dramaturgo resultaba, en cambio, algo
digno de aspirar. Al ser ambos géneros considerados cultos, sus cultores eran,
a su vez, considerados verdaderos hombres de letras.
Pero no solo era una
cuestión de reconocimiento y lauros: ser poeta, o siquiera versificador, era
una necesidad básica de la escritura en el Siglo de Oro, ya que las obras de
teatro se escribían en verso y las propias novelas estaban salpicadas de poemas
(como de hecho lo está el Quijote y las historias que lo componen).
Es así que, pese a sus
lamentos y condicionado por su época, Cervantes escribió no poca poesía. Dice Pedro Cerrillo Torremocha en Cervantes poeta, el valor de los versos del
Quijote, al que estas líneas le deben mucho: “En verso escribió sus diez
obras de teatro más extensas, dos entremeses y numerosísimas composiciones,
sueltas unas (publicadas en cancioneros de la época), y esparcidas por sus
novelas otras. El análisis de la poesía cervantina es un estupendo ejercicio
didáctico para conocer y comprender la poesía que se hacía en España en
aquellos años. Efectivamente, los estudiosos de Cervantes coinciden al afirmar
que cultivó tanto la poesía tradicional como la italianizante, usando una
considerable variedad de formas métricas: romances, villancicos o redondillas,
en el primer caso; y tercetos, octavas reales, sextinas, verso libre y, sobre
todo, sonetos, en el segundo caso”.
A caballo -a rocín- entre
el Renacimiento y el Barroco, entre el romance tradicional castellano y el
romancero nuevo, al itálico modo o a la manera antigua, nuestro Miguel de
Cervantes, quicio y eje entre esas dos épocas (el Quijote reúne lo mejor de
ambas) fue, pues, poeta, y desde la atalaya de los siglos, es posible decir que
si bien no resultó un Quevedo o un Góngora o un Lope ni un Juan de Yepes o una
Teresa de Jesús (terrible reto escribir poesía en una época en que esos y otros
monstruos profanos y sagrados vivían o habían vivido hacía poco), dejó una obra
representativa de su tiempo (y precursora del diálogo entre poesía y narrativa,
añadiría).
Menor suerte tuvo su
Quijote que no halló un poeta ilustre que le cantara en la primera edición.
Recuerda Cerrillo que Lope de Vega, en una carta, “afirmaba que Cervantes
anduvo por Valladolid pidiendo que le escribieran algunos versos para el
prólogo del Quijote, ‘sin encontrar a nadie tan necio que alabe a don
Quijote’”.
Necios hay en todas las
épocas, por lo visto. El propio Cervantes tuvo que -atribuyéndoselos a otras
voces de la fantasía- escribirle versos a su Hidalgo (Yace aquí el Hidalgo fuerte / que a tanto extremo llegó / de valiente,
que se advierte / que la muerte no triunfó
/ de su vida con su muerte. // Tuvo a todo el mundo en poco; / Fue el espantajo
y el coco / del mundo, en tal coyuntura, / que acreditó su ventura / morir
cuerdo y vivir loco), a Dulcinea, a Rocinante y hasta a Sancho, uno que me
gusta especialmente, y dejo aquí como tributo al manco (que no era ningún
manco) muerto hace ya 400 años, un día como hoy:
Sancho Panza es
aquéste, en cuerpo chico,/ pero grande en valor, ¡milagro extraño! / Escudero
el más simple y sin engaño / que tuvo el mundo, os juro y certifico. // De ser conde, no estuvo en un tantico, / si
no se conjuraran en su daño / insolencias y agravios del tacaño / siglo, que aún
no perdonan a un borrico. // Sobre él anduvo
(con perdón se miente) / este manso
escudero, tras el manso / caballo Rocinante y tras su dueño. // ¡Oh vanas
esperanzas de la gente! / ¡Cómo pasáis con prometer descanso, // y al fin
paráis en sombra, en humo, en sueño!
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