sábado, 16 de abril de 2016

Entrevista

Reminiscencias, las tres
facetas de Edgar Ávila Echazú

El escritor y artista plástico tarijeño llegó a La Paz para presentar una muestra de arte. Con un libro de poesía flamante, y aún algunos proyectos en mente, rememora, a sus 86 años, su larga trayectoria literaria, siempre de la mano de su ajetreado y “viajero estilo de vida”.



Martín Zelaya Sánchez

Edgar Ávila Echazú ya camina lento a sus 86 años. “Lento pero seguro”, comenta mientras avanzamos rumbo a un café por la empinada y resbalosa calle Socabaya del centro paceño. Es de hablar calmo, como todo tarijeño, y a veces tarda largos segundos en responder, pero su velocidad mental -no se le pasa la mínima oportunidad de hacer una chanza o remitir a un texto o autor- se mantiene intacta, así como su enorme capacidad para producir literatura y arte, esa “imaginación creadora” sin la que -como bien lo confiesa- nada sería posible.
Y es así que no solo sigue escribiendo novelas y ensayo -“estos últimos años estuve trabajando en la Historia de Tarija”- sino que el año pasado publicó un nuevo poemario; y, aunque está compuesta en su mayoría por piezas antiguas, acaba de inaugurar su muestra pictórica Reminiscencias, en el Museo Nacional de Arte, en aquella imponente casona que colinda con la Plaza Murillo, y en la que le di encuentro el pasado viernes 8.
“Vamos a tomar un cafecito, no me llama conversar frente a todo esto”, comenta, mientras aún caminamos, recorriendo ambos con la mirada la veintena de óleos y dibujos que adornan los muros de las salas “temporales” del repositorio.
Edgar Ávila Echazú poeta, Edgar Ávila Echazú narrador, Edgar Ávila Echazú pintor. Y, claro, cómo no llevar el arte, las letras, la cultura en el alma con un padre como Federico Ávila Ávila, destacado ensayista y diplomático de inicios del siglo pasado, con quien hasta joven Edgar “viajó por el mundo” y se cultivó en lecturas, bellas artes, música…
De niño viajó y vivió temporadas en La Paz, Paraguay, Argentina y México, de donde viene uno de sus primeros recuerdos, acaso el más memorable. “En México estuvimos parte de 1940. Un día mi papá me llevó lejos de la ciudad, a una casa cuidada por vigilantes y apenas entrar me dijo: ‘aquí vamos a ver a Trotsky’. Estuvieron charlando una hora o más y al terminar, antes de irnos, Trotsky se levantó, me agarró la mejilla y dijo: ‘este niño va a ser poeta’”. A los pocos meses el político ruso murió asesinado en la capital mexicana.

Pluma y pincel
Empezamos por las artes plásticas. Destacan en Reminiscencias los óleos figurativos y los desnudos femeninos. Las tonalidades más bien apagadas, variaciones del marrón, y amarillos y verdes opacos, oscuros.
“Sí -responde- estuve en Bellas Artes en La Paz (y luego enseñó en su natal Tarija), pero he aprendido más en el Louvre, y en infinidad de museos…horas de horas viendo obras maestras”.
“Lo mío es el óleo, soy muy conservador en cuanto a técnica. Ya al principio me di cuenta de que no era bueno para la acuarela, y me concentré en el óleo; también he hecho dibujo y algo de mural, cuando era ayudante de Oscar Pantoja”.
“Me fui a hacer mundo”, decían no pocos bohemios, aventureros… artistas, hombres de arte, hombres libres, cuando se referían a la etapa en que, rompiendo las convenciones sociales imperantes hasta muy entrado el siglo XX, no solo no seguían estudios y oficio comunes y corrientes, sino que se rebelaban a la tradición familiar y social y, dejándose guiar por su vocación e instinto, corrían a las urbes cosmopolitas, aquellas propicias para explorar y desarrollar la imaginación creadora.
Después de “hacer mundo” de la mano de su padre en varios países vecinos e incluso Europa, Ávila Echazú siguió luego su propio derrotero y así pintó y aprendió con el orureño Pantoja en Argentina, y compartió inacabables charlas sobre libros y autores y correrías de museo en museo, nada menos que con Augusto Céspedes en la milenaria Roma.
“Cuando el Chueco se fue como diplomático yo estaba viviendo ya un tiempo en Italia. Nos llevamos muy bien y creo que él nunca olvidó que le hice conocer a grandes narradores, sobre todo a Conrad, del que se volvió fanático”, comenta Ávila, y tras unos segundos, sin pensarlo mucho, agrega: “nuestro gran escritor boliviano es el Chueco Céspedes. Hay que revisarlo, rescatarlo”.

Huellas
En su extenso poema La noche, parte de Canciones para Maritza / La noche, su más reciente poemario, escribe: “(…) ¿y esperas insensato la guía / de angélicas presencias / en este claro camino que no ves? // ¿Cómo podrías advertir / luz alguna si tropiezas / y te enredas en tu propia sombra / luego de ilusas levitaciones / como ave perdida / en un sueño? // La música está ahora / en la ceniza / en las transparencias del fuego / en su danza de cristales // en el tejido de hielo / del suspendido mar (…)”.
En busca de esa luz, huyendo a tropezones de las sombras de la quietud y la abulia, Ávila Echazú partió innumerables veces pero, al final, nunca dejó -“siempre he vuelto, siempre he de volver”- su Tarija querida.
“Agradezco mucho que desde niño he viajado tanto, lo que me ha liberado de provincianismos y me ha servido para comprender la trascendencia del universalismo”, comenta y da pie a pasar de la plástica a las letras, a su poesía, en especial, tan caracterizada por la búsqueda y representación de momentos, experiencias (tiempo)… de esos detalles inadvertidos que a fin de cuentas hacen lo trascendental.
“Al cabo del tiempo, antes que pintor, yo me considero más un literato -narrador y poeta (es la misma cosa que se expresa con diferentes estilos y lenguajes… son las mismas raíces vivenciales y temas)-. Empecé con las dos cosas, casi simultáneamente, de niño, y sigo ahora de viejo pintando y escribiendo, sobre todo escribiendo”.
Ya embalado, continúa la charla, y no importa que se enfríe el cortado doble y que en menos de 20 minutos empiece el acto inaugural de Reminiscencias.
“Comencé con poesía, muy joven, a los 18, 19… y a los 20 escribí la que considero mi obra mayor (no necesariamente la mejor, pero la con mayor alcance y ambición, Memoria de la tierra con mucha influencia, mucho eco, de Saint-John Perse y Rimbaud”.


- ¿Coincide con la crítica en que el sello de su poesía es el tono, la musicalidad, el manejo hábil de rima y ritmo?
- Sí, seguro. Yo pienso que la mayor diferencia entre poesía y prosa es que la poesía es musical y siempre debe tener ritmo, incluso en verso libre o poesía abstracta. Es fundamental cuidar la forma. Eso no quiere decir que la prosa no pueda tener estos detalles, finalmente, toda buena narración tiene algo poético.

- Y temáticamente hablando, el tiempo…
- Desde luego, los grandes temas de mi poesía son el tiempo y la muerte… no la muerte saenzeana, sino una muerte “más humana”, no tan mitificada.
La muerte no es más que nuestra prolongación, la otra cara de la vida. Es imposible no tener conciencia del tiempo y de la muerte.

“Yo no puedo vivir sin música -dice remitiéndose, de paso, a la tónica inconfundible de su poesía-. Soy melómano desde niño y tengo una linda discoteca”.
Y mientras cuenta que “Bach es el más grande”, que hace unos tres años redescubrió a Chopin y sus valses y polonesas, y que de música popular se va por los boleros, chacareras, zambas y las bellas pero en peligro de extinción coplas chapacas, al azar, sin descuidar la grabadora, abrimos el poemario y saltan estos versos:
“(…) un día estaré perdido / no como se pierden / desaparecen las cosas / sino como en la música / o en la memoria / se oculta una melodía. // aquello que nos observa / tal una muda presencia (…)”.

Y para cerrar, luego que de que se niega a revelar del todo un proyecto poético “de gran envergadura” que se trae entre manos, una reflexión necesaria de un artista de cepa, de cuna, incansable: “la clave está en la imaginación creadora sin la cual no puedes hacer nada… Si no crees en lo que escribes, así sea la ficción más absurda, nunca podrás plasmarla o transmitirla”.
--
--

Pintura libre y espontánea

José Bedoya Sáenz
         
                                                                                    
Existen pocas personalidades que tienen el carisma necesario para constituirse en un referente fundamental en la vida y el imaginario de un departamento. Edgar Ávila Echazú es sin duda una de estas personalidades, cuando queremos referirnos a Tarija, situado al sur de Bolivia, no podemos dejar de lado el aporte de este patriarca, desde sus distintos ámbitos de actividad: la literatura, la investigación o las artes plásticas.
La pintura de Ávila Echazú, ordenada por su autor en series que trascienden la temporalidad en su creación, y producidas durante un período de más de 40 años, en los que el autor ha alternado tanto las temáticas, como las aproximaciones visuales que conforman sus series, transmiten al espectador la espontaneidad de su factura.
Alejado de la intelectualidad, el acto de pintar en su obra se muestra como un acto libre en el que la gestualidad acompaña de manera significativa a la expresión que nace, a partir de su sincero sentimiento de contemplación del paisaje de su región y la admiración por la mujer tarijeña. 
Sus dibujos de carácter impresionista muestran un trazo ágil, cargado de fuerza que no busca representar la forma real, y más transmiten un estado emocional.
Una mención especial  merecen las piezas que conforman su serie abstracta, el juego con los espacios y las superficies de color, sin la pretensión de representar ningún elemento real, lo conecta más bien a un espacio íntimo espiritual, que compartió y exploró en compañía de uno de sus mejores amigos, Oscar Pantoja; no obstante al tener presente toda su producción uno descubre en esta su obra el apego indiscutible a la luz y el color del paisaje tarijeño.
Podemos inferir, del conjunto de su producción plástica, que se trata de un artista que parte de los elementos íntimos que conforman su personalidad y que trascienden en sus dibujos y su pintura dotándoles de un carácter claramente expresionista.                                    



No hay comentarios:

Publicar un comentario