Reminiscencias, las tres
facetas de Edgar Ávila Echazú
El escritor y artista plástico tarijeño llegó a La Paz para presentar una muestra de arte. Con un libro de poesía flamante, y aún algunos proyectos en mente, rememora, a sus 86 años, su larga trayectoria literaria, siempre de la mano de su ajetreado y “viajero estilo de vida”.
Martín Zelaya Sánchez
Edgar Ávila Echazú ya camina lento a sus 86 años. “Lento
pero seguro”, comenta mientras avanzamos rumbo a un café por la empinada y
resbalosa calle Socabaya del centro paceño. Es de hablar calmo, como todo
tarijeño, y a veces tarda largos segundos en responder, pero su velocidad
mental -no se le pasa la mínima oportunidad de hacer una chanza o remitir a un
texto o autor- se mantiene intacta, así como su enorme capacidad para producir
literatura y arte, esa “imaginación creadora” sin la que -como bien lo
confiesa- nada sería posible.
Y es así que no solo sigue escribiendo novelas y ensayo -“estos
últimos años estuve trabajando en la Historia de Tarija”- sino que el año
pasado publicó un nuevo poemario; y, aunque está compuesta en su mayoría por
piezas antiguas, acaba de inaugurar su muestra pictórica Reminiscencias, en el Museo Nacional de Arte, en aquella imponente
casona que colinda con la Plaza Murillo, y en la que le di encuentro el pasado
viernes 8.
“Vamos a tomar un cafecito, no me llama conversar frente a
todo esto”, comenta, mientras aún caminamos, recorriendo ambos con la mirada la
veintena de óleos y dibujos que adornan los muros de las salas “temporales” del
repositorio.
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Ávila Echazú pintor. Y, claro, cómo no llevar el arte, las letras, la cultura
en el alma con un padre como Federico Ávila Ávila, destacado ensayista y
diplomático de inicios del siglo pasado, con quien hasta joven Edgar “viajó por
el mundo” y se cultivó en lecturas, bellas artes, música…
De niño viajó y vivió temporadas en La Paz, Paraguay,
Argentina y México, de donde viene uno de sus primeros recuerdos, acaso el más
memorable. “En México estuvimos parte de 1940. Un día mi papá me llevó lejos de
la ciudad, a una casa cuidada por vigilantes y apenas entrar me dijo: ‘aquí
vamos a ver a Trotsky’. Estuvieron charlando una hora o más y al terminar, antes
de irnos, Trotsky se levantó, me agarró la mejilla y dijo: ‘este niño va a ser
poeta’”. A los pocos meses el político ruso murió asesinado en la capital
mexicana.
Pluma y pincel
Empezamos por las artes plásticas. Destacan en Reminiscencias los óleos figurativos y
los desnudos femeninos. Las tonalidades más bien apagadas, variaciones del
marrón, y amarillos y verdes opacos, oscuros.
“Sí -responde- estuve en Bellas Artes en La Paz (y luego
enseñó en su natal Tarija), pero he aprendido más en el Louvre, y en infinidad
de museos…horas de horas viendo obras maestras”.
“Lo mío es el óleo, soy muy conservador en cuanto a técnica.
Ya al principio me di cuenta de que no era bueno para la acuarela, y me
concentré en el óleo; también he hecho dibujo y algo de mural, cuando era
ayudante de Oscar Pantoja”.
“Me fui a hacer mundo”, decían no pocos bohemios,
aventureros… artistas, hombres de arte, hombres libres, cuando se referían a la
etapa en que, rompiendo las convenciones sociales imperantes hasta muy entrado
el siglo XX, no solo no seguían estudios y oficio comunes y corrientes, sino
que se rebelaban a la tradición familiar y social y, dejándose guiar por su
vocación e instinto, corrían a las urbes cosmopolitas, aquellas propicias para explorar
y desarrollar la imaginación creadora.
Después de “hacer mundo” de la mano de su padre en varios
países vecinos e incluso Europa, Ávila Echazú siguió luego su propio derrotero
y así pintó y aprendió con el orureño Pantoja en Argentina, y compartió
inacabables charlas sobre libros y autores y correrías de museo en museo, nada
menos que con Augusto Céspedes en la milenaria Roma.
“Cuando el Chueco
se fue como diplomático yo estaba viviendo ya un tiempo en Italia. Nos llevamos
muy bien y creo que él nunca olvidó que le hice conocer a grandes narradores,
sobre todo a Conrad, del que se volvió fanático”, comenta Ávila, y tras unos
segundos, sin pensarlo mucho, agrega: “nuestro gran escritor boliviano es el Chueco Céspedes. Hay que revisarlo,
rescatarlo”.
Huellas
En su extenso poema La
noche, parte de Canciones para
Maritza / La noche, su más reciente poemario, escribe: “(…) ¿y esperas
insensato la guía / de angélicas presencias / en este claro camino que no ves?
// ¿Cómo podrías advertir / luz alguna si tropiezas / y te enredas en tu propia
sombra / luego de ilusas levitaciones / como ave perdida / en un sueño? // La
música está ahora / en la ceniza / en las transparencias del fuego / en su
danza de cristales // en el tejido de hielo / del suspendido mar (…)”.
En busca de esa luz, huyendo a tropezones de las sombras de
la quietud y la abulia, Ávila Echazú partió innumerables veces pero, al final,
nunca dejó -“siempre he vuelto, siempre he de volver”- su Tarija querida.
“Agradezco mucho que desde niño he viajado tanto, lo que me
ha liberado de provincianismos y me ha servido para comprender la trascendencia
del universalismo”, comenta y da pie a pasar de la plástica a las letras, a su
poesía, en especial, tan caracterizada por la búsqueda y representación de
momentos, experiencias (tiempo)… de esos detalles inadvertidos que a fin de
cuentas hacen lo trascendental.
“Al cabo del tiempo, antes que pintor, yo me considero más
un literato -narrador y poeta (es la misma cosa que se expresa con diferentes
estilos y lenguajes… son las mismas raíces vivenciales y temas)-. Empecé con
las dos cosas, casi simultáneamente, de niño, y sigo ahora de viejo pintando y
escribiendo, sobre todo escribiendo”.
Ya embalado, continúa la charla, y no importa que se enfríe
el cortado doble y que en menos de 20 minutos empiece el acto inaugural de Reminiscencias.
“Comencé con poesía, muy joven, a los 18, 19… y a los 20
escribí la que considero mi obra mayor (no necesariamente la mejor, pero la con
mayor alcance y ambición, Memoria de la
tierra con mucha influencia, mucho eco, de Saint-John Perse y Rimbaud”.
- ¿Coincide con la
crítica en que el sello de su poesía es el tono, la musicalidad, el manejo
hábil de rima y ritmo?
- Sí, seguro. Yo pienso que la mayor diferencia entre poesía
y prosa es que la poesía es musical y siempre debe tener ritmo, incluso en
verso libre o poesía abstracta. Es fundamental cuidar la forma. Eso no quiere
decir que la prosa no pueda tener estos detalles, finalmente, toda buena narración
tiene algo poético.
- Y temáticamente
hablando, el tiempo…
- Desde luego, los grandes temas de mi poesía son el tiempo
y la muerte… no la muerte saenzeana, sino una muerte “más humana”, no tan
mitificada.
La muerte no es más que nuestra prolongación, la otra cara
de la vida. Es imposible no tener conciencia del tiempo y de la muerte.
“Yo no puedo vivir sin música -dice remitiéndose, de paso, a
la tónica inconfundible de su poesía-. Soy melómano desde niño y tengo una
linda discoteca”.
Y mientras cuenta que “Bach es el más grande”, que hace unos
tres años redescubrió a Chopin y sus valses y polonesas, y que de música
popular se va por los boleros, chacareras, zambas y las bellas pero en peligro
de extinción coplas chapacas, al azar, sin descuidar la grabadora, abrimos el
poemario y saltan estos versos:
“(…) un día estaré perdido / no como se pierden /
desaparecen las cosas / sino como en la música / o en la memoria / se oculta
una melodía. // aquello que nos observa / tal una muda presencia (…)”.
Y para cerrar, luego que de que se niega a revelar del todo
un proyecto poético “de gran envergadura” que se trae entre manos, una
reflexión necesaria de un artista de cepa, de cuna, incansable: “la clave está
en la imaginación creadora sin la cual no puedes hacer nada… Si no crees en lo
que escribes, así sea la ficción más absurda, nunca podrás plasmarla o
transmitirla”.
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Pintura libre y espontánea
José Bedoya Sáenz
Existen pocas personalidades que tienen el carisma necesario
para constituirse en un referente fundamental en la vida y el imaginario de un
departamento. Edgar Ávila Echazú es sin duda una de estas personalidades,
cuando queremos referirnos a Tarija, situado al sur de Bolivia, no podemos
dejar de lado el aporte de este patriarca, desde sus distintos ámbitos de
actividad: la literatura, la investigación o las artes plásticas.
La pintura de Ávila Echazú, ordenada por su autor en series
que trascienden la temporalidad en su creación, y producidas durante un período
de más de 40 años, en los que el autor ha alternado tanto las temáticas, como
las aproximaciones visuales que conforman sus series, transmiten al espectador
la espontaneidad de su factura.
Alejado de la intelectualidad, el acto de pintar en su obra
se muestra como un acto libre en el que la gestualidad acompaña de manera
significativa a la expresión que nace, a partir de su sincero sentimiento de
contemplación del paisaje de su región y la admiración por la mujer
tarijeña.
Sus dibujos de carácter impresionista muestran un trazo
ágil, cargado de fuerza que no busca representar la forma real, y más
transmiten un estado emocional.
Una mención especial
merecen las piezas que conforman su serie abstracta, el juego con los
espacios y las superficies de color, sin la pretensión de representar ningún
elemento real, lo conecta más bien a un espacio íntimo espiritual, que
compartió y exploró en compañía de uno de sus mejores amigos, Oscar Pantoja; no
obstante al tener presente toda su producción uno descubre en esta su obra el
apego indiscutible a la luz y el color del paisaje tarijeño.
Podemos inferir, del conjunto de su producción plástica, que
se trata de un artista que parte de los elementos íntimos que conforman su
personalidad y que trascienden en sus dibujos y su pintura dotándoles de un
carácter claramente expresionista.
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