Cervantes y sus admirados
poetas vecinos de La Paz
No solo por buen cargo y estipendio habría querido el célebre autor recalar en La Paz. También por codearse con vates que admiraba, según esta extraordinaria revelación de Andrés Eichmann.
Los Quijotes disponibles en la Fundación Flavio Machicado de La Paz. Parte de ellos ilustran esta edición especial. |
Andrés Eichmann Oehrli
No sabemos por qué motivo don Miguel de Cervantes manifestó en 1590 el
deseo de venir a ocupar un cargo en La Paz. Puestos a hacer conjeturas, no está
de más pensar qué condiciones podían resultar de algún peso para que pensara
seriamente en rumbear hacia aquí. Es razonable pensar que una de ellas sería la
posibilidad de encontrar interlocutores dignos de ese nombre (según sus
expectativas, obviamente), ya que sin ellos el lugar donde se vive se
transforma en un árido exilio.
Es posible que don Miguel haya pensado encontrarse con Juan de Salcedo
Villandrano, vecino de la ciudad de La Paz, ya que introduce su elogio en el
libro VI de La Galatea, en el
conocido “Canto de Calíope”. La musa, ante su gozoso auditorio (tanto que “aun
quisieran todos que todos sus cinco sentidos se convirtiesen en el de oír
solamente”), canta en octavas reales el elogio de poetas “a quien la Parca el
hilo aun no ha cortado”. Es decir, el autor pone en boca de la musa la consagración
en vida de aquellos poetas que admira. En la octava 37 leemos:
Del capitán
Salcedo está bien claro
que llega tu divino entendimiento
al punto más subido, agudo y raro
que puede imaginar el pensamiento.
Si le comparo, a él mismo le comparo,
que no hay comparación que llegue a cuento
de tamaño valor; que la medida
ha de mostrar ser falta o ser torcida.
que llega tu divino entendimiento
al punto más subido, agudo y raro
que puede imaginar el pensamiento.
Si le comparo, a él mismo le comparo,
que no hay comparación que llegue a cuento
de tamaño valor; que la medida
ha de mostrar ser falta o ser torcida.
Juan de Salcedo era regidor del cabildo de La Paz desde 1584 y lo fue hasta
entrado el siglo siguiente. No ha llegado hasta nosotros la producción que motivó
tales elogios en Cervantes. Apenas disponemos de cinco poemas suyos, de los
cuales cuatro son sonetos que integran preliminares de obras de otros autores:
de la Miscelánea austral de Dávalos y
Figueroa; de la biografía de San Francisco Solano que escribe Diego de Córdoba
Salinas (de este soneto da noticias Barnadas en 2008); de una obra poética del
año 1630, escrita por Juan de Ayllón (debemos este dato a Alberto Tauro, 1948, p.
158); y por último, de un poema a la Concepción Purísima, de Olivares y Butrón,
1631 (este último es muy difícil de encontrar). Fuera de los sonetos, hay un
poema satírico -burlesco que se encuentra inédito y cuya edición espero ofrecer.
Sabemos que don Juan de Salcedo era amigo de Diego Dávalos y Figueroa,
también vecino de La Paz, y autor “de un corpus poético excepcional dentro de
las letras virreinales: el más extenso cancionero petrarquista de fines del s.
XVI y principios del XVII como obra de un poeta singular” (Alicia Colombí,
2002). Y entre sus amistades estaba también la primera mujer poeta conocida de toda
Sudamérica, Francisca de Briviesca y Arellano (que fue menina de la reina y
dama de compañía de Isabel de Valois), esposa de Diego Dávalos desde 1586.
Sin duda Cervantes conoció obras de relieve de Juan de Salcedo Villandrano, como las conoció la anónima “de
estos reinos” que en 1608 publica el famoso y extenso Discurso en loor de la poesía: “A ti, Juan de Salcedo Villandrano,
/ el mismo Apolo délfico se rinda / a tu nombre su lira dedicando”. Y acaso
gracias a dichas perdidas obras (o bien por otra vía) pudo estar enterado de
que Salcedo, Dávalos y Francisca de Briviesca “crearon en La Paz un luminoso
ámbito de cultura renacentista, que dio nobleza e identidad cosmopolita a la
poesía colonial charqueña” (Colombí, 2002).
Para el tiempo en que Cervantes publicó La
Galatea (1585) ya estaba en La Paz Rodrigo Fernández de Pineda, del cual
dice también la musa Calíope:
Un Rodrigo
Fernández de Pineda
cuya vena inmortal, cuya excelente
y rara habilidad gran parte hereda
del licor sacro de la equina fuente,
pues cuanto quiere de él no se le veda;
pues de tal gloria goza en Occidente
tenga también aquí tan larga parte
cual la merecen hoy su ingenio y arte.
cuya vena inmortal, cuya excelente
y rara habilidad gran parte hereda
del licor sacro de la equina fuente,
pues cuanto quiere de él no se le veda;
pues de tal gloria goza en Occidente
tenga también aquí tan larga parte
cual la merecen hoy su ingenio y arte.
De Fernández de Pineda podemos decir lo mismo que de Salcedo: la obra
poética que salió de sus manos y que admiró Cervantes no se encuentra a la
vista. Solamente tenemos un exquisito soneto en los preliminares de la
traducción que hace Enrique Garcés (otro de los poetas que pasaron por el sur
andino) del Canzoniere de Petrarca, y
que publica en 1591. No consta que Garcés haya residido en La Paz, por lo que no
transcribo aquí el elogio que recibe de la misma Calíope cervantina.
Aun avanzando con las mismas reservas que con Salcedo, podemos conceder al
menos la posibilidad de que entonces Cervantes tuviera la idea de encontrarse
con los mencionados cuatro poetas en esta ciudad. Por supuesto que, además,
podría estar animado a encontrarse con todos los demás poetas del virreinato
que elogia su musa: Diego de Aguilar y Córdoba, Juan de Ávalos y Ribera, Alonso de Estrada, Gonzalo Fernández de Sotomayor, Diego Martínez
de Ribera, Pedro de Montesdoca, Alonso Picado, Sancho de Ribera y Bravo de Lagunas.
No recibió la plaza deseada don Miguel. Pero lo dicho es signo de un
intenso intercambio poético entre ambos lados del océano entre los años 1580 y
1620. Recordemos que unos años después de que se postulara Cervantes para la
plaza de regidor de La Paz, llegó a Lima, en calidad de virrey, otro poeta
amigo suyo, Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Las piezas de
este último, puestas en música (en Madrid y en otras cortes europeas), pueden
encontrarse en manuscritos de colecciones de Europa y América. El intercambio poético
que señalo para esos años es muy conocido. Basta pensar en el poema enunciado
en 1587 por un uru, en Copacabana (lo encontramos por ejemplo en la obra de
Ramos Gavilán, de 1621), que dio la vuelta al mundo en distintos idiomas. Y
ejemplo emblemático es la correspondencia poética entre una poeta anónima de
Huánuco y el “Fénix” de los ingenios, Lope de Vega Carpio, publicada también en
1621.
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