sábado, 23 de abril de 2016

Ensayo

Cervantes y sus admirados
poetas vecinos de La Paz


No solo por buen cargo y estipendio habría querido el célebre autor recalar en La Paz. También por codearse con vates que admiraba, según esta extraordinaria revelación de Andrés Eichmann.

Los Quijotes disponibles en la Fundación
Flavio Machicado de La Paz. Parte de
ellos ilustran esta edición especial.

Andrés Eichmann Oehrli

No sabemos por qué motivo don Miguel de Cervantes manifestó en 1590 el deseo de venir a ocupar un cargo en La Paz. Puestos a hacer conjeturas, no está de más pensar qué condiciones podían resultar de algún peso para que pensara seriamente en rumbear hacia aquí. Es razonable pensar que una de ellas sería la posibilidad de encontrar interlocutores dignos de ese nombre (según sus expectativas, obviamente), ya que sin ellos el lugar donde se vive se transforma en un árido exilio.
Es posible que don Miguel haya pensado encontrarse con Juan de Salcedo Villandrano, vecino de la ciudad de La Paz, ya que introduce su elogio en el libro VI de La Galatea, en el conocido “Canto de Calíope”. La musa, ante su gozoso auditorio (tanto que “aun quisieran todos que todos sus cinco sentidos se convirtiesen en el de oír solamente”), canta en octavas reales el elogio de poetas “a quien la Parca el hilo aun no ha cortado”. Es decir, el autor pone en boca de la musa la consagración en vida de aquellos poetas que admira. En la octava 37 leemos:

Del capitán Salcedo está bien claro
que llega tu divino entendimiento
al punto más subido, agudo y raro
que puede imaginar el pensamiento.
Si le comparo, a él mismo le comparo,
que no hay comparación que llegue a cuento
de tamaño valor; que la medida
ha de mostrar ser falta o ser torcida.

Juan de Salcedo era regidor del cabildo de La Paz desde 1584 y lo fue hasta entrado el siglo siguiente. No ha llegado hasta nosotros la producción que motivó tales elogios en Cervantes. Apenas disponemos de cinco poemas suyos, de los cuales cuatro son sonetos que integran preliminares de obras de otros autores: de la Miscelánea austral de Dávalos y Figueroa; de la biografía de San Francisco Solano que escribe Diego de Córdoba Salinas (de este soneto da noticias Barnadas en 2008); de una obra poética del año 1630, escrita por Juan de Ayllón (debemos este dato a Alberto Tauro, 1948, p. 158); y por último, de un poema a la Concepción Purísima, de Olivares y Butrón, 1631 (este último es muy difícil de encontrar). Fuera de los sonetos, hay un poema satírico -burlesco que se encuentra inédito y cuya edición espero ofrecer.
Sabemos que don Juan de Salcedo era amigo de Diego Dávalos y Figueroa, también vecino de La Paz, y autor “de un corpus poético excepcional dentro de las letras virreinales: el más extenso cancionero petrarquista de fines del s. XVI y principios del XVII como obra de un poeta singular” (Alicia Colombí, 2002). Y entre sus amistades estaba también la primera mujer poeta conocida de toda Sudamérica, Francisca de Briviesca y Arellano (que fue menina de la reina y dama de compañía de Isabel de Valois), esposa de Diego Dávalos desde 1586.
Sin duda Cervantes conoció obras de relieve de Juan de Salcedo Villandrano, como las conoció la anónima “de estos reinos” que en 1608 publica el famoso y extenso Discurso en loor de la poesía: “A ti, Juan de Salcedo Villandrano, / el mismo Apolo délfico se rinda / a tu nombre su lira dedicando”. Y acaso gracias a dichas perdidas obras (o bien por otra vía) pudo estar enterado de que Salcedo, Dávalos y Francisca de Briviesca “crearon en La Paz un luminoso ámbito de cultura renacentista, que dio nobleza e identidad cosmopolita a la poesía colonial charqueña” (Colombí, 2002).
Para el tiempo en que Cervantes publicó La Galatea (1585) ya estaba en La Paz Rodrigo Fernández de Pineda, del cual dice también la musa Calíope:

Un Rodrigo Fernández de Pineda
cuya vena inmortal, cuya excelente
y rara habilidad gran parte hereda
del licor sacro de la equina fuente,
pues cuanto quiere de él no se le veda;
pues de tal gloria goza en Occidente
tenga también aquí tan larga parte
cual la merecen hoy su ingenio y arte.

De Fernández de Pineda podemos decir lo mismo que de Salcedo: la obra poética que salió de sus manos y que admiró Cervantes no se encuentra a la vista. Solamente tenemos un exquisito soneto en los preliminares de la traducción que hace Enrique Garcés (otro de los poetas que pasaron por el sur andino) del Canzoniere de Petrarca, y que publica en 1591. No consta que Garcés haya residido en La Paz, por lo que no transcribo aquí el elogio que recibe de la misma Calíope cervantina.
Aun avanzando con las mismas reservas que con Salcedo, podemos conceder al menos la posibilidad de que entonces Cervantes tuviera la idea de encontrarse con los mencionados cuatro poetas en esta ciudad. Por supuesto que, además, podría estar animado a encontrarse con todos los demás poetas del virreinato que elogia su musa: Diego de Aguilar y Córdoba, Juan de Ávalos y Ribera, Alonso de Estrada, Gonzalo Fernández de Sotomayor, Diego Martínez de Ribera, Pedro de Montesdoca, Alonso Picado, Sancho de Ribera y Bravo de Lagunas.
No recibió la plaza deseada don Miguel. Pero lo dicho es signo de un intenso intercambio poético entre ambos lados del océano entre los años 1580 y 1620. Recordemos que unos años después de que se postulara Cervantes para la plaza de regidor de La Paz, llegó a Lima, en calidad de virrey, otro poeta amigo suyo, Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Las piezas de este último, puestas en música (en Madrid y en otras cortes europeas), pueden encontrarse en manuscritos de colecciones de Europa y América. El intercambio poético que señalo para esos años es muy conocido. Basta pensar en el poema enunciado en 1587 por un uru, en Copacabana (lo encontramos por ejemplo en la obra de Ramos Gavilán, de 1621), que dio la vuelta al mundo en distintos idiomas. Y ejemplo emblemático es la correspondencia poética entre una poeta anónima de Huánuco y el “Fénix” de los ingenios, Lope de Vega Carpio, publicada también en 1621.


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