Ermita del Parque de Venados
Las infinitas posibilidades de acercamiento, interpretación, traducción y deducción de la poesía china.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Habiendo
cruzado en la anterior entrega ese frontispicio a la China, que en nuestros
campos imaginarios fue muy bien la Anábasis
de Saint-John Perse, escrita justamente en China, ¿qué camino tomar ahora,
ante un tan vasto reino que se abre en ese otro
polo de la experiencia humana?
Ya
que estamos en busca de lo que es, lo que querría ser o decir “poesía china”,
vamos, pues, a buscar poemas. Pero inmediatamente surgen los problemas: no solo
qué poemas de esta enorme tradición poética (explícita, documentadamente
poética) con dos mil años de antigüedad, sino qué traducciones, de quién,
cuándo, cómo… Y qué significa aquí traducir, y por qué y cómo la palabra
traducir entra en conflictos mayores…
Y
otra vez, si son tantos y tan grandes los problemas ¿por qué dirigir nuestra
atención a la poesía china? Ya habíamos dicho que en un primer impulso se
trataba de contrastar, considerar la propia poesía occidental (de uno de cuyos
mayores colmos, el romanticismo, nos hemos ocupado), retrocediendo hacia afuera
en procura de una mayor perspectiva. Y el mejor paso, en este caso, e incluso
el único en nuestro caso, resulta el de la poesía china (siempre casi todo lo
válido para ella lo es también para la japonesa), ello tanto por su enorme
tradición y el abultado material poético, documental e incluso crítico que
ofrece.
Y
no olvidemos, claro, su propia belleza y atractivo, por lo que conviene
recordar, por ejemplo, las palabras del gran sinólogo y escritor Simon Leys,
según el cual “la virtud y la fuerza del lenguaje literario chino culminan en
su poesía clásica. La poesía clásica china me parece la forma de poesía más
pura, perfecta y compleja que se podría concebir. Mejor que cualquier poesía,
encaja con la definición de Auden: ‘habla memorable’ y ciertamente, penetra sin
esfuerzo en la memoria. Más todavía, pues como la pintura, ocupa
espléndidamente un espacio visual en sus encarnaciones caligráficas”.
Pero
a este paso ya no podemos seguir hablando de “poesía china” en abstracto, por
lo que de una vez convendría mostrar, inicialmente, algunos poemas concretos,
antes de intentar desentrañar cuáles serían las especifidades propias de esta
poesía. Aun así, no podríamos hacerlo sin exponer previa y abreviadamente,
ciertas particularidades del lenguaje y la escritura chinas, ambas intricadas,
a su vez, de una forma desconocida para Occidente.
Primero
sobre el lenguaje: éste es monosilábico, carece de tiempos y conjugaciones, el
significado de muchas palabras varía y está dado por el contexto, lo que enseña
su carácter más relacional que sustantivo. En cuanto a la escritura, los
caracteres o ideogramas de que está hecha, a diferencia de la escritura
fonética occidental, están lejos de responder igualmente, es decir para cada
sonido un signo, sino que cada caracter, con sus estratos, marcadores y
evolución (también hay una especie de filología en ellos) va desde orígenes
representativos de imágenes estilizadas, hasta marcadores tonales, fónicos y
semánticos. Son de una extraordinaria cantidad que excede su uso, y al mismo
tiempo inalterables. Siempre pareciera haber algo vago o indeterminado en
ellos, de forma que fuerzan a un mini acto de recreación en quien los lee, como
si algo hubiera quedado librado a su propia intuición.
Aunque
hablando de otra cosa, Joseph Brodsky da plenamente en el clavo que nos
concierne al decir esto: “Uno queda modelado por sus propios hábitos
conceptuales y analíticos, es decir, sirviéndose de la lengua para hacer la
disección de la experiencia y despojando con ello a la mente de los beneficios
de la intuición, puesto que, pese a su belleza, un concepto preciso significa
siempre una reducción del sentido, un recorte de cabos sueltos, mientras que
los cabos sueltos son lo que más cuenta en el mundo del fenómeno, debido a que
se entretejen”.
Y
aquí parece ocurrir, más bien, que entre la intuición, los cabos sueltos y una
precisión extrema, siempre concreta, reacia a la generalización y el concepto,
puntual y pendiente de su trazo, transcurre este otro lenguaje, esta otra
poesía.
Y
asistamos, de una buena vez, al proceso que tiene lugar en un poema concreto.
Así, tomemos el poema escrito en caracteres chinos y que ilustra esta misma
página. Es un poema del gran pintor-poeta Wang Wei (699-759) uno de cuyos
títulos posibles podría ser El recinto de
los ciervos.
Se
lo lee igual que en nuestra escritura, de izquierda a derecha y de arriba
abajo. El maravilloso libro La escritura
poética china de Francois Cheng contiene una antología de poemas de la
dinastía Tang, en la que figura este poema y que (como con todos los demás)
Cheng presenta primero en una “traducción” literal, es decir dando el
significado (no siempre fijo y excluyente de otros) de cada carácter. Para este
poema tenemos esto:
Montaña
vacío/no percibir nadie
solo
escuchar/ voces humanas resonar
sombra-devuelta/penetrar
bosque profundo
todavía
iluminar/musgo verde encima
(En
nota a pie de página, Cheng aclara que esa sombra-devuelta es la luz del
ocaso.)
Ahora,
cuando el mismo Cheng da una traducción “normal” de este poema al francés
tenemos lo siguiente en su retraducción (literal) al castellano:
Montaña
desierta. Nadie a la vista.
Solo
resuenan algunos ecos de voces.
Un
rayo del atardecer penetra hasta el fondo
del
bosque: último relampagueo del musgo, verde.
Y
bien, se da el afortunado caso (sobre todo para nosotros los legos que ni
sabemos chino ni tenemos la menor competencia en estas cosas en las que apenas
funcionamos de oídas) de que este mismo poema fue objeto de innumerables
traducciones y versiones y que estas fueran agrupadas y comentadas por Eliot
Weinberger, ese estupendo escritor, traductor y eximio conocedor neoyorkino de
los mundos asiáticos y su poesía.
En
el número 91 de la vieja revista Vuelta (junio
de 1984) tiene el precioso artículo “19 maneras de ver a Wang Wei. Cómo se
traduce un poema chino”. Las versiones que Weinberger muestra y comenta son
casi todas en inglés y francés. Sin embargo, hay una en castellano. Ésta es
nada menos que de Octavio Paz y es la siguiente:
En
la ermita del Parque de los Venados
No
se ve gente en este monte,
Solo
se oyen, lejos, voces.
Bosque
profundo. Luz poniente:
Alumbra
el musgo y, verde, asciende.
En
una primera versión del poema, antes de leer, justamente, el artículo de
Weingerber, él mismo tenía así los dos versos inferiores del poema:
Por
los ramajes la luz rompe.
Tendida
entre la hierba brilla verde.
Él
mismo justifica sus cambios, mientras Weinberger alaba ese “la luz rompe” de la
primera versión. En todo caso, el poema parece de una gran simplicidad, como
ofrecido en pocos trazos y es muy parco a su manera. No hay ningún yo que se
exponga y estamos lejos de la expresión de cualquier sentimiento. En un primer
momento, en efecto, su misma y aparente simpleza parece despojarlo de mayores
virtudes o profundidades. Pero no es así, como veremos en la próxima…
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