Los viernes en Enrico’s
Entusiasta reseña y crítica de la novela póstuma del estadounidense Don Carpenter.
Sebastián
Antezana
Acabo
de terminar de leer el libro que más me ha gustado en lo que va del año. E
incluso iría más allá: acabo de terminar de leer el libro que más me ha gustado
en mucho tiempo. Una de esas lecturas que funcionan como aperturas radicales,
revelaciones sobre nuevos escritores, estilos y formas de entender y proponer
el mundo y sus facetas.
El
autor: un grande pero poco conocido escritor estadounidense, que nació, vivió y
murió en la costa oeste del país, pegado al Pacífico, y que tras varias décadas
de escribir novelas y libros de cuento que a pesar de su calidad nunca
alcanzaron un público masivo, se perdió en el brillante laberinto de Hollywood,
para después suicidarse en el cuasi anonimato. Don Carpenter.
Don
Carpenter (1931 - 1995) que escribió novelas como la genial Dura la lluvia que cae (1966) y que decidió
dejar el mundo vencido por múltiples enfermedades debilitantes, y entre cuyos
archivos y papeles, diez años después de su muerte, sus herederos encontraron
el manuscrito de una novela larga y brillante y que ahora, al terminar de
leerla, me ha dejado hondamente conmovido: Los
viernes en Enrico’s (2015).
Publicada
a mediados del año pasado por la muy interesante editorial española-mexicana
Sexto Piso, Los viernes en Enrico’s
es una novela póstuma peculiar incluso en lo que se refiere a su propia
historia de publicación.
Habiendo
sido encontrada ya finalizada aunque aún necesitada de correcciones, los
herederos de Carpenter le pidieron a uno de sus mejores lectores, el escritor
Jonathan Lethem -gran novelista de títulos como Chronic city-, que se encargara de pulirla para después publicarla,
de modo que el producto final resulta en una novela escrita del todo por
Carpenter y “terminada”, según se anuncia en la portada y se lee en el
posfacio, por Lethem.
¿Y
la novela de qué va? En realidad resulta un poco difícil decirlo. La novela es
una suerte de compendio del imaginario ficcional de su autor, casi como si el
propio Carpenter hubiera sabido que se convertiría en su último gesto, un gran movimiento
final, casi un legado consciente, que hoy parece definirlo.
En
la superficie, es parte de un género complicado y que ha producido muchos malos
libros: la literatura sobre escritores. En concreto, es el relato de varias
décadas en la vida de un mundillo literario en ebullición, un espacio en el que
escritores como Charlie Monel, Jaime Froward, Dick Dubonet, Stan Winger y
varios más, una fauna energética y heterogénea, se codea desde principios de la
década de los 50 del siglo pasado con editores y alcohólicos, agentes y
estudiantes, jóvenes fugitivos llenos de miedos y jóvenes promesas llenas de
aspiraciones, que comienzan a abrirse paso a través de la enrevesada maleza de
sus traumas y obsesiones mediante la escritura literaria, a la que ven, quizás
románticamente, quizás de forma ingenua, como capaz de salvarlos.
En
suma, escritores que escriben y no escriben, que coquetean, se arriman y son
devastados por la fama o la falta de reconocimiento, en un trayecto que -como
el del propio Carpenter- se inicia y se consolida en la costa oeste de Estados
Unidos, que se mezcla con el ascenso de los poetas beat y la revolución hippie y está contaminada por el glamour
cegador de Hollywood, esa meca capaz de hacer de la escritura literaria un
producto para el consumo masivo y, así, de llevar a quienes la escriben a la
riqueza y a la fama, o a sus antípodas que muchas veces están vestidas con el
mismo vestido.
Ahí,
en medio del torbellino, está Charlie Monel, considerado desde su temprana
juventud como una promesa literaria, que ha participado en la Guerra de Corea y
que escribe durante décadas una monumental novela de guerra que pese a atraer
la atención de agentes y directores termina por disolverse amargamente.
Ahí
también está Jamie Froward, su linda esposa diez años menor que empieza
abandonando la escritura bajo la sombra de su marido y se entrega a la
maternidad y el alcohol, hasta que termina por ser ella quien publica una y
luego otra novela de bastante éxito, y que pese a ello está obsesionada con
Hollywood, como si el traslado de lo literario a lo cinematográfico significara
algún tipo de victoria.
Allí
está también Dick Dubonet, quien empieza publicando cuentos en revistas
prestigiosas para después sufrir enormes bloqueos creativos que a veces
terminan con una carrera prometedora en la irrelevancia.
Y
allí está, finalmente, Stan Winger, un clásico antihéroe, un ladrón de poca
monta que casi no sabe nada de escritura y que termina siendo el único que
alcanza el sueño dorado de traspasar el mundillo literario y asentarse en la
meca del cine, con gran casa con piscina y esposa rubia incluidos. Y que, sin
embargo, es quizás, incluso en la victoria, el que termina perdiéndolo todo.
En
un nivel algo más profundo, esta brillante novela de Carpenter es un estudio
detallado -incisivo, melancólico y humorístico- sobre la obsesión, y en
concreto sobre la obsesión literaria. Al serlo, no elude algunas de las grandes
preguntas: ¿por qué escribir literatura?, ¿para qué?, ¿para quién?, ¿es una
forma honesta de ganarse de la vida?, ¿es una tarea válida o intrascendente?,
¿es acaso algo más que un juego prestigioso, un acto de magia que termina
siendo solo un truco?
Y,
sobre todo, ¿por qué un ejercicio como el literario -leer e inventar historias
sobre escenarios y personas que no existen- es capaz de hablarnos a veces de
forma tan cercana, de conmovernos, de hacernos pensar y repensar? ¿Por qué la
literatura es una tarea obsesiva, que lleva en ocasiones al descontrol, a la
enfermedad, a la muerte? ¿Qué hay en ella que nos obliga a veces a apostarlo
todo?
Los viernes en Enrico’s es un
tratado sobre el éxito y el fracaso contemporáneos, sobre cómo la mercantilización
se apodera incluso de nuestros impulsos más básicos -en realidad, sobre cómo
los genera-, es a fin de cuentas una novela sobre el deseo. Y ese es quizás su
atractivo más fuerte, su capacidad de concretar, entre el pulp y la alta cultura, un mundo en el que se reconstruyen los
complejos mecanismos de eso que llamamos deseo u obsesión, y que nos domina y
controla más allá de nuestros recursos, más allá de nuestras ganas y buenas
voluntades.
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