sábado, 9 de abril de 2016

Las escenas

Cerrado

Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.

 
Aldo Medinaceli 

1
En un lago en medio de las montañas hay un templo budista, circundado por altos árboles y un lago que, cuando llega el invierno, se congela. Hasta allí llegan discípulos que esperan aprender las verdades de la vida y algunas madres dejan a sus hijos recién nacidos al cuidado del monje.
En tal escenario se desarrolla la película Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera, de Kim Ki duk. La única de sus obras en las que el director aparece, personificando al maestro budista del templo, en la última parte dedicada al invierno.
Concebida con un tiempo circular en cuatro partes que corresponden a cada estación del año (además de un nuevo inicio que cierra/inicia el ciclo), la película habla entre otras cosas de los sentimientos de posesión, ira, pasión, amor, desapego y paz espiritual. Cada estación corresponde a una etapa en la vida del protagonista, quien nace, crece y muere en aquel templo en medio de la naturaleza.
Luego se ven puertas con demonios tallados, hermosas esculturas de hielo, paisajes siempre simétricos. Se oyen gritos, silencios, se aprecian rituales. Cada nueva composición fotográfica es un lienzo en sí mismo.
Se trata tal vez -junto a Hierro 3 y Pieta- de la obra más acabada y redonda del autor. Una cinta que habla del sufrimiento humano, del precio de la inocencia y del carácter impulsivo de las pasiones. Aunque su tema principal tal vez sea el de los pecados o afrentas y sus respectivas redenciones.

2
Un día llega una hermosa joven hasta el templo y el discípulo se enamora de ella, perdiendo la razón, porque cuando ella está curada, él se escapa del templo (que es como escaparse de sí mismo) y se va tras ella hasta la ciudad.
Mucho tiempo después el maestro encuentra una noticia en el periódico que envuelve una porción de arroz: su discípulo ha asesinado a su esposa por celos. Entones el joven debe regresar al monasterio a expiar su crimen.
Al ver la ira en el rostro de su alumno, el maestro le ordena tallar sobre el suelo de madera cientos de ideogramas que componen varios versos budistas. Se trata del Sutra del Corazón, el cual habla del desapego y la liberación de las personas al dejar fluir las cosas que amamos:

El Bodhisattva, libre del apego,
se apoya en la perfección de la sabiduría,
y vive sin velos mentales,
así se libera del miedo con sus causas…

Luego el maestro le explica que el deseo de poseer algo -o a alguien- lleva en sí mismo el deseo de matar. Porque nos hace creer en la falsa ilusión de que la vida de alguien más nos pertenece. Así sea la vida propia.

3
Una de las secuencias más interesantes de la película ocurre cuando el discípulo es todavía un niño. Se divierte en medio de la naturaleza amarrando pequeñas piedras a los animales que encuentra a su paso. Al verlo, el monje le castiga amarrándole al él mismo una enorme piedra sobre la espalda, invitándole a liberarse, pero no sin antes buscar al pez, la rana y la serpiente a quienes ha torturado.
El niño encuentra al pez muerto y entiende que ese peso le acompañará por el resto de su vida. La alta simbología de estos animales encuentra parciales respuestas en el proceso evolutivo del protagonista, siendo primero un animal acuático (el pez), luego un anfibio (la rana) y posteriormente un ser de tierra (la serpiente), para finalmente convertirse en un invisible ser aéreo.
En la secuencia se observa a una serpiente cambiando de piel, dejando su anterior cuero seco sobre la arena. Se trata de una más de las muchas metáforas visuales que utiliza el director para hablarnos de los ciclos de la vida, del constante renacimiento, de la eterna pelea entre la vida y la muerte y de la repetición interminable de los ciclos naturales.
Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera es una obra de arte en la que cada elemento cumple una función y no deja ningún cabo al azar, siendo una pieza mayor por su propio equilibrio interno entre lo estético, lo diegético, los conflictos que presenta y el profundo contenido que parte de la simbología y prácticas budistas.

4
Pero el motivo de estas líneas es hablar de la escena más enigmática de la película. En la parte dedicada al otoño, cuando un par de policías han llegado hasta el templo para llevarse al asesino y discípulo, el maestro siente apego hacia él por un par de segundos. Es así que cuando se lo van llevando a través del agua, el bote se detiene sin explicación. Los policías se sienten sorprendidos porque, pese a sus esfuerzos, los remos son inútiles, hasta que maestro y discípulo se observan y se despiden.
Inmediatamente después de aquel telepático impulso de posesión, el maestro inicia una íntima y radical ceremonia.
Colocándose sobre su rostro, en cada ojo, sobre su nariz y en la boca, un papel que dice “Cerrado”, alista una pira funeraria encima del bote y se quema vivo. (Y se observa de nuevo a otra serpiente nadando a su lado).
Por qué toma esta brutal decisión es parte de los enigmas de la simbología de la película. Si fue porque se debe cumplir el ciclo de la vida y la muerte dejando espacio a un nuevo maestro que habite el templo; o si tal vez fue su propio excesivo castigo por haber sentido aquel apego aunque haya sido por tan solo un par de segundos; o si se sentía listo para abandonar su estancia corporal y partir a un espacio más etéreo: no lo sabemos.
El caso es que su cuerpo arde encima del lago días antes de que inicie el invierno y todo alrededor se transforme en blanco y hielo sólido.
Es una escena radical que me recuerda al baile de autoinmolación del protagonista de La nación clandestina de Jorge Sanjinés, o el ritual del danzak quechua en el cuento La agonía de Rasu-Ñiti de José María Arguedas.
En todo caso, se trata de un pasaje que queda en la memoria, no solamente por su alto contenido polémico, sino por formar parte de una de las películas más memorables del cineasta más humano, valiente y vulnerable proveniente de Corea del Sur.


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