sábado, 30 de abril de 2016

Ensayo

La poesía y el poema en Octavio Paz

El autor nos envió este texto que también publicó en el suplemento Puño y Letra que dirige en Sucre, y nos parece apropiado reproducirlo en estos días en que La Paz acogió el III Festival Internacional de Poesía.



Alex Aillón Valverde

“He escrito y escribo movido por impulsos contrarios: para penetrar en mí y para huir de mí, por amor a la vida y para vengarme de ella, por ansia de comunión y para ganarme unos centavos, para preservar el gesto de una persona amada y para conversar con un desconocido, por deseo de perfección y para desahogarme, para detener el instante y para echarlo a volar”.
Esta es la declaración inaugural del gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz a la entrega del primero de los volúmenes de su obra completa editada por el Fondo de Cultura Económica (1990), denominado La casa de la presencia, que recoge toda la rica reflexión que el autor de El laberinto de la soledad emprendiera en torno a la relación entre poesía e historia.
Octavio Paz nos dice que la poesía es “la memoria de los pueblos y una de sus funciones, quizás la primordial, es precisamente la transfiguración del pasado en presencia viva. La poesía exorciza el pasado; así vuelve habitable el presente. Todos los tiempos tocados por la poesía se vuelven presente. Lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre”.
Esta idea del poema como el lugar donde se encarna la presencia de un otro tipo de devenir histórico, de una memoria no narrada ni ordenada por una secuencia temporal, el lugar donde todo ocurre siempre, donde el futuro es una invención pues todo está contenido en este presente, es lo que Paz define como “La casa de la presencia”; el poema es esa casa del movimiento perpetuo, como etiquetara alguna vez a la poesía mexicana moderna. “Es un perpetuo desafío a la pesantez de la historia”.

Poesía y poema
Otro de los temas centrales de El arco y la lira, libro que inicia este volumen que se cierra con el último ensayo de Paz sobre el tema: La otra voz, poesía de fin de siglo, es la diferenciación necesaria que realiza entre poesía y poema.
No son lo mismo, sin embargo, el uno puede contener al otro y viceversa, y ambos, a su vez, pueden estar vaciados de correspondencia. “Un soneto no es un poema, sino una forma literaria, excepto cuando ese mecanismo retórico ha sido tocado por la poesía. Hay máquinas de rimar, pero no de poetizar. Por otra parte, hay poesía sin poemas; paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas”.
Lo claro es que cuando el azar es lo que desencadena por otros medios la poesía estamos frente a lo poético, mientras que “cuando -pasivo o activo, despierto o sonámbulo- el poeta es el hilo conductor y transformador de la corriente poética, estamos en presencia de algo totalmente distinto: una obra. Un poema es una obra”.
Es el poema el puente de encuentro entre la poesía y el hombre. “Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida”. Y sin embargo, Paz nos recuerda que las clasificaciones y los géneros atentan contra la inmensa pluralidad y formas de asir la poesía. “Clasificar no es entender, y menos aún comprender”.
En este sentido, Paz nos ofrece una visión dual del origen la poesía y de su diversidad. “Esta diversidad se ofrece, a primera vista, como hija de la historia. Cada lengua y cada nación engendran la poesía que el momento y su genio particular les dictan”, pero también aclara que esa visión histórica del fenómeno poético no es suficiente ya que en cada etapa y en cada sociedad, reina la misma diversidad, así que concluye: “y esas diferencias no son el fruto de las variaciones históricas, sino de algo mucho más sutil e inaprensible: la persona humana”.
Paz complejiza mucho más este aspecto de la producción poética, aunque afirma que al final “la única nota común a todos los poemas consiste en que son obras, productos humanos, como los cuadros de pintores y las sillas de los carpinteros”, aunque allí también hay diferencias, porque la llamada técnica poética no es transmitible, “porque no está hecha de recetas sino de invenciones que solo sirven a su creador”.

El mundo del sentido
Al final, todas las obras desembocan en la significación, para Paz el mundo es lenguaje, todo es lenguaje. De esta forma, toda operación creadora viene teñida ya de una intencionalidad. “El mundo del hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido”.
El silencio mismo está poblado de signos en la obra de Paz, todas las superficies, edificios, colores, texturas son parte de sentidos compartidos, códigos, y son producto de determinados momentos y entornos que desembocan en lo que llamamos estilo, es decir correspondencia de forma con un determinado momento histórico y cultural, y es, al mismo tiempo, al interior del estilo donde puede habitar la poesía, el elemento sustancial y único que puede resolver la diferencia justamente entre creación y estilo, entre obra de arte y utensilio.
Al final, El arco y la lira, editado en 1955, es uno de los primeros intentos de Octavio Paz para tratar de responder a las siguientes preguntas: ¿hay un decir poético irreductible a todo otro decir?; ¿qué dicen los poemas?; ¿cómo se comunica el decir poético?
A partir de allí, el pensamiento de Paz en torno a este tema se completa con Los hijos del limo y con La otra voz. Fuera de toda discusión, la obra ensayística del poeta y escritor mexicano es uno de los esfuerzos intelectuales más serios, coherentes y sostenidos que haya realizado ningún escritor por tratar de darle densidad y coherencia al techo de la crítica y el pensamiento latinoamericano.


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