La poesía y el poema en Octavio Paz
El autor nos envió este texto que también publicó en el suplemento Puño y Letra que dirige en Sucre, y nos parece apropiado reproducirlo en estos días en que La Paz acogió el III Festival Internacional de Poesía.
Alex Aillón Valverde
“He escrito y escribo movido por impulsos contrarios:
para penetrar en mí y para huir de mí, por amor a la vida y para vengarme de
ella, por ansia de comunión y para ganarme unos centavos, para preservar el
gesto de una persona amada y para conversar con un desconocido, por deseo de
perfección y para desahogarme, para detener el instante y para echarlo a
volar”.
Esta es la declaración inaugural del gran poeta y
ensayista mexicano Octavio Paz a la entrega del primero de los volúmenes de su
obra completa editada por el Fondo de Cultura Económica (1990), denominado La casa de la presencia, que recoge toda
la rica reflexión que el autor de El laberinto
de la soledad emprendiera en torno a la relación entre poesía e historia.
Octavio Paz nos dice que la poesía es “la memoria de
los pueblos y una de sus funciones, quizás la primordial, es precisamente la
transfiguración del pasado en presencia viva. La poesía exorciza el pasado; así
vuelve habitable el presente. Todos los tiempos tocados por la poesía se vuelven
presente. Lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario
de los amantes, está pasando siempre”.
Esta idea del poema como el lugar donde se encarna la
presencia de un otro tipo de devenir histórico, de una memoria no narrada ni
ordenada por una secuencia temporal, el lugar donde todo ocurre siempre, donde
el futuro es una invención pues todo está contenido en este presente, es lo que
Paz define como “La casa de la presencia”; el poema es esa casa del movimiento
perpetuo, como etiquetara alguna vez a la poesía mexicana moderna. “Es un
perpetuo desafío a la pesantez de la historia”.
Poesía y
poema
Otro de los temas centrales de El arco y la lira, libro que inicia este volumen que se cierra con
el último ensayo de Paz sobre el tema: La
otra voz, poesía de fin de siglo, es la diferenciación necesaria que realiza
entre poesía y poema.
No son lo mismo, sin embargo, el uno puede contener al
otro y viceversa, y ambos, a su vez, pueden estar vaciados de correspondencia.
“Un soneto no es un poema, sino una forma literaria, excepto cuando ese
mecanismo retórico ha sido tocado por la poesía. Hay máquinas de rimar, pero no
de poetizar. Por otra parte, hay poesía sin poemas; paisajes, personas y hechos
suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas”.
Lo claro es que cuando el azar es lo que desencadena
por otros medios la poesía estamos frente a lo poético, mientras que “cuando -pasivo
o activo, despierto o sonámbulo- el poeta es el hilo conductor y transformador
de la corriente poética, estamos en presencia de algo totalmente distinto: una
obra. Un poema es una obra”.
Es el poema el puente de encuentro entre la poesía y
el hombre. “Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía
erguida”. Y sin embargo, Paz nos recuerda que las clasificaciones y los géneros
atentan contra la inmensa pluralidad y formas de asir la poesía. “Clasificar no
es entender, y menos aún comprender”.
En este sentido, Paz nos ofrece una visión dual del
origen la poesía y de su diversidad. “Esta diversidad se ofrece, a primera
vista, como hija de la historia. Cada lengua y cada nación engendran la poesía
que el momento y su genio particular les dictan”, pero también aclara que esa
visión histórica del fenómeno poético no es suficiente ya que en cada etapa y
en cada sociedad, reina la misma diversidad, así que concluye: “y esas
diferencias no son el fruto de las variaciones históricas, sino de algo mucho
más sutil e inaprensible: la persona humana”.
Paz complejiza mucho más este aspecto de la producción
poética, aunque afirma que al final “la única nota común a todos los poemas
consiste en que son obras, productos humanos, como los cuadros de pintores y
las sillas de los carpinteros”, aunque allí también hay diferencias, porque la
llamada técnica poética no es transmitible, “porque no está hecha de recetas
sino de invenciones que solo sirven a su creador”.
El mundo
del sentido
Al final, todas las obras desembocan en la
significación, para Paz el mundo es lenguaje, todo es lenguaje. De esta forma,
toda operación creadora viene teñida ya de una intencionalidad. “El mundo del
hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la
locura o el embrollo, no la carencia de sentido”.
El silencio mismo está poblado de signos en la obra de
Paz, todas las superficies, edificios, colores, texturas son parte de sentidos
compartidos, códigos, y son producto de determinados momentos y entornos que
desembocan en lo que llamamos estilo, es decir correspondencia de forma con un
determinado momento histórico y cultural, y es, al mismo tiempo, al interior
del estilo donde puede habitar la poesía, el elemento sustancial y único que
puede resolver la diferencia justamente entre creación y estilo, entre obra de
arte y utensilio.
Al final, El arco
y la lira, editado en 1955, es uno de los primeros intentos de Octavio Paz
para tratar de responder a las siguientes preguntas: ¿hay un decir poético irreductible
a todo otro decir?; ¿qué dicen los poemas?; ¿cómo se comunica el decir poético?
A partir de allí, el pensamiento de Paz en torno a
este tema se completa con Los hijos del
limo y con La otra voz. Fuera de
toda discusión, la obra ensayística del poeta y escritor mexicano es uno de los
esfuerzos intelectuales más serios, coherentes y sostenidos que haya realizado
ningún escritor por tratar de darle densidad y coherencia al techo de la
crítica y el pensamiento latinoamericano.
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