Teoría del desencanto
Comentario de dos libros –novela y cuentos- del escritor ecuatoriano Raúl Pérez Torres.
Alfonso
Gumucio Dagron
Hace
un año conocí a Raúl Pérez Torres en Quito, cuando lo visité en su amplia
oficina en la la Casa de la Cultura Ecuatoriana y me obsequió dos libros suyos
cuya lectura he disfrutado. Una edición reciente de su única novela, Teoría del desencanto publicada
inicialmente en 1985, y Usted es la
culpable (2015), donde reúne cuentos de amor, que mereció de Eduardo Galeano
este comentario: “Me gusta tu manera de llamar a los toros de la realidad y
aguantarles la embestida: no les tenés miedo, pero la tensión del estilo
muestra que sabés lo que arriesgás”.
Quiteño,
ha publicado siete libros de cuentos que figuran en varias antologías y por
alguno de los cuales se ha hecho merecedor de premios tan prestigiosos como el
Juan Rulfo, en 1995.
La
novela es un retrato crítico de una época y de una generación joven que perdió
el horizonte político y existencial. A través de una célula de guerrilla urbana
bastante caótica, más bien un grupo de amigos (Manuel, Melba, Laura, Daniela,
Fico, Raúl, Quijano…) Pérez Torres describe el vaivén entre la militancia y el
nihilismo con un lenguaje poético muy rico y sensorial. Es un relato que
corresponde perfectamente a la década de 1970, aunque haya sido publicado más
tarde.
Es
detallado en su manera de situar al lector en el contexto de esos años, con
indicaciones de observación (los letreros en las tiendas o la manera de vestir)
y las referencias a las lecturas de este grupo con veleidades intelectuales y
revolucionarias. Manuel, el protagonista, quiere ser escritor pero sufre de una
parálisis subrayada por el grupo que lo rodea.
En
realidad, todos están de alguna manera paralizados por sus historias
individuales y por su manera de vivir entre alcohol y drogas, que les impide
pensar seriamente en un proyecto (cualquier proyecto: amoroso, político o
cultural).
La
trama construye en paralelo las relaciones en el interior de ese grupo, con
énfasis en las parejas que se hacen y deshacen con mucha facilidad, y un
objetivo político más bien difuso, que atraviesa la novela como un leit motiv sin cuajar jamás en algo
concreto.
Lo
más cerca que están de una acción de guerrilla urbana es la toma de la Embajada
de Bolivia en ocasión del aniversario de la muerte del Che, pero cuando están a
punto de hacerlo, salen todos corriendo despavoridos al ver que se acerca un
carro de la Policía. Es una escena patética que mueve a la risa triste porque
pinta de cuerpo entero a los supuestos guerrilleros urbanos.
El
autor narra el desarraigo de sus personajes sin piedad, sin ninguna simpatía
por ellos, porque los muestra inconstantes, dispersos, falsos en las relaciones
que mantienen entre sí: “…el tiempo empezó a ser una telaraña empolvada y
circular llena de humo de tabaco y cobardía…”. (p 21)
El
espíritu del desarraigo podría parecerse al de los personajes de Rayuela, pero aquellos en París tienen
una actitud más proactiva y viven su nostalgia con ganas de futuro.
Algo
interesante y probablemente autobiográfico a lo largo del libro son las
reflexiones de Manuel, el novel escritor, sobre el hecho de escribir. Una y
otra vez aparecen frases sobre su dificultad para pasar a la acción (de
escribir), al igual que tiene dificultades para definir sus relaciones amorosas
y su participación política: “Necesito un gran escritorio y una silla blanda,
papel blanco que no tenga arrugas, que no tenga manchas… (p. 12). Y más
adelante: “Debo buscar las palabras más precisas. Las perlas del collar bajo el
hilo conductor. No adornarme”. (p. 77)
La
muerte es una obsesión para todos ellos, y son varios los personajes que
fallecen en el relato (Raulito, la madre de Manuel, el hijo de Melba), sin
dejar mucha huella en quienes quedan porque “todos estamos muertos de alguna
manera” (p. 92) y “por ahí se desliza angustiado Caronte, el barquero
infernal”. (p. 210)
Los
cuentos de Usted es la culpable (2015)
son posteriores, por lo que el contexto ha cambiado pero también la madurez de
la mirada, menos nihilista o quizás más cínica, adaptada a los nuevos tiempos.
El humor es indicio de ello, pues marca una distancia con la novela comentada
antes. Aquí se miran los hechos con sorna, a veces con alegría, e incluso la
tristeza no es tan trágica.
Cada
relato lleva como título el verso de algún bolero o canción popular, salvo los
últimos dos. Los 14 monólogos muestran a personajes tan patéticos como los de la
novela, y casi todos describen historias de encuentros y desencuentros de amor,
sexo, frustración y muerte. Enamorados, aprovechadores, mujeriegos, bon-a-rien o mank’a gasto (come de balde) justifican sus vidas bajo la mirada
condescendiente del autor, que no los juzga. Todos son hombres, salvo en Marcorina, cuyo final sorprende aunque
el propio título lo estaba cantando.
La
participación política, más como coartada que como compromiso de vida, sigue
siendo el telón de fondo, pero en los cuentos la frustración de los personajes
no viene de ella, sino de vidas que parecen girar en círculo, como perros
persiguiendo su propia cola. Los personajes son cínicos: “todo lo que dura se
pudre” o “todas las cosas son ajenas”. (p. 59) Inescrupulosos, cuentan sus
hazañas en cartas sin destinatario pero con remitente enajenado. Raúl Pérez los
hace hablar como autor-sicoanalista.
Aunque
los personajes son distintos en cada relato, la voz de su creador tiende a
homogenizar el estilo narrativo, privando a ratos de independencia a cada uno
de ellos. Todos comparten un “vacío ecuménico” (p. 93) que los hace atentar
contra sí mismos, frente a cualquier posibilidad de salvación: “ya somos todo
aquello contra lo que luchábamos a los veinte años”. (p. 23)
Raúl
Pérez es un narrador privilegiado no solo porque tiene una amplia cultura
literaria que le permite escribir con un vocabulario y un estilo delicioso,
sino porque maneja muchos otros referentes de la cultura popular y de la
historia de Ecuador y América Latina (no faltan alusiones a Bolivia).
Como
muchos otros escritores de su generación, padece el efecto de la segregación
que existe entre los cuentistas y los novelistas, y que favorece a estos
últimos debido al supuesto editorial de que la novela pertenece a una categoría
mayor. En el cine, sucede lo mismo con el largometraje en relación al
cortometraje, aunque paradójicamente se hayan producido maravillosos
largometrajes basados en cuentos cortos.
“…
ya se sabe que en nuestro país los escritores son invisibles, para la gente,
para el Estado, para el poder, e irremediablemente se mueren de hambre,
entonces se vuelven como las putas, venden su cuerpo y su sangre a una oficina,
a un sueldo, a un gerente de mercadeo, a un mercachifle”. (p. 65)
No hay comentarios:
Publicar un comentario