La locura en el Quijote
La gran debilidad fortaleza del incomparable personaje de Miguel de Cervantes
Omar Rocha Velasco
A continuación planteo ciertas notas, que utilicé para
una clase, sobre la locura de este inmenso personaje de la literatura
universal. En ningún caso se trata de resolver el enigma o de poner un punto
final a las interrogantes; en todo caso, es el ensanchamiento de una pregunta que
no tiene respuesta certera y que ha sido hecha muchas veces y en distintos
momentos: ¿qué sentido tiene la locura en Don
Quijote?
Es menester detenerse ya en el título: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha. ¿Qué es esto de ingenioso? El investigador Ciriaco Morón Arroyo
hizo un rastreo de las concepciones antropológicas de la época; hacia 1600 en
España predominaba la siguiente concepción: el hombre se componía de cuerpo y
alma, el alma operaba a través de tres potencialidades: superiores, sentidos
interiores y sentidos exteriores. Las potencialidades superiores actuaban
independientes de la materia, los sentidos exteriores dependían totalmente de
ella y los sentidos interiores eran lo que ahora llamamos “espontaneidad”.
El entendimiento era una de las potencias superiores y
tenía que ver con dos aspectos centrales: el ingenio y el juicio. El ingenio era
la capacidad de inventar, fantasear y crear. El juicio tenía que ver con la
razón, con la capacidad de seleccionar y es, justamente, la capacidad que don
Quijote perdió gracias a los libros de caballería. Esto de “ingenioso” muestra,
entonces, que la afección de don Quijote era la pérdida del juicio y la
conservación del ingenio, dejando como resultado un personaje “avellanado y
lleno de pensamientos varios”.
Es menester ahora remitirse al famoso fragmento en el
que se da a conocer el tipo de afección que sufre el ingenioso hidalgo: “En
resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches
leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, el poco
dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el
juicio”.
La concepción dominante acerca de la enfermedad y
salud en ese siglo XVI español era la de los humores, que eran líquidos que
circulaban por los organismos vivos. El cuerpo humano tenía cuatro humores
básicos que estaban relacionados con los cuatro elementos (aire, fuego, agua,
tierra).
La teoría humoral fue el punto de
vista más común del funcionamiento del cuerpo humano desde Hipócrates (406 a.c.), hasta el surgimiento de la medicina
moderna en el siglo XIX. La idea básica era que estos humores estaban en constante
intercambio y si su mezcla derivaba en una persona de buen trato se decía que
ésta era o estaba de “buen humor”, si, por el contrario, daba como resultado
una persona hosca y poco tratable, se decía que era o estaba de “mal humor”.
La clínica o tratamiento que derivó de la teoría de
los humores, tuvo como fundamento la restitución del equilibrio, es decir, la
intervención en el exceso o la carencia de “humor”. Al Quijote se le seca el
cerebro, padece una carencia de humor, la lectura hizo que se rompiera el
equilibrio entre sequedad y humedad.
El episodio de la Cueva de Montecinos es uno de los
más hermosos ejemplos de las consecuencias de esta sequedad ingeniosa. Uno de
los “síntomas” es la confusión entre sueño y realidad (falencia del juicio,
imposibilidad de discernimiento y selección). Esa experiencia en la cueva es
difícil de explicar para el propio Quijote, es el único que desciende, conversa
con seres enigmáticos y vive situaciones que luego lo hacen dudar, aunque está
seguro de haber vivido la experiencia. La duda, por lo demás, se mantiene
durante todo el resto de la obra. De acuerdo a lo narrado por el Quijote, él
estuvo allí tres días con sus noches, de acuerdo a Sancho solo pasó media hora.
Otra de las imposibilidades, esta vez referida al tiempo, ¿cuánto estuvo
realmente el Quijote dentro de la cueva?
Hacia el final de la obra el Quijote vuelve a la
cordura, “recupera el juicio”, Cervantes ha logrado el cometido anunciado en el
prólogo: “escribir el libro más hermoso, discreto y gallardo posible”. Escribir
desde el ingenio solamente apuntaba a una “locura”, es decir, a un libro de
caballería. ¿Cómo añadir un toque juicioso para no otorgar a los desocupados
lectores solo una hechura del ingenio sino del entendimiento?, escribiendo una
parodia, racionalizando la fantasía pretendiendo equilibrar los humores.
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