sábado, 23 de abril de 2016

La pelusa que cae del ombligo

La locura en el Quijote


La gran debilidad fortaleza del incomparable personaje de Miguel de Cervantes



Omar Rocha Velasco

A continuación planteo ciertas notas, que utilicé para una clase, sobre la locura de este inmenso personaje de la literatura universal. En ningún caso se trata de resolver el enigma o de poner un punto final a las interrogantes; en todo caso, es el ensanchamiento de una pregunta que no tiene respuesta certera y que ha sido hecha muchas veces y en distintos momentos: ¿qué sentido tiene la locura en Don Quijote
Es menester detenerse ya en el título: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. ¿Qué es esto de ingenioso? El investigador Ciriaco Morón Arroyo hizo un rastreo de las concepciones antropológicas de la época; hacia 1600 en España predominaba la siguiente concepción: el hombre se componía de cuerpo y alma, el alma operaba a través de tres potencialidades: superiores, sentidos interiores y sentidos exteriores. Las potencialidades superiores actuaban independientes de la materia, los sentidos exteriores dependían totalmente de ella y los sentidos interiores eran lo que ahora llamamos “espontaneidad”.
El entendimiento era una de las potencias superiores y tenía que ver con dos aspectos centrales: el ingenio y el juicio. El ingenio era la capacidad de inventar, fantasear y crear. El juicio tenía que ver con la razón, con la capacidad de seleccionar y es, justamente, la capacidad que don Quijote perdió gracias a los libros de caballería. Esto de “ingenioso” muestra, entonces, que la afección de don Quijote era la pérdida del juicio y la conservación del ingenio, dejando como resultado un personaje “avellanado y lleno de pensamientos varios”.
Es menester ahora remitirse al famoso fragmento en el que se da a conocer el tipo de afección que sufre el ingenioso hidalgo: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, el poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
La concepción dominante acerca de la enfermedad y salud en ese siglo XVI español era la de los humores, que eran líquidos que circulaban por los organismos vivos. El cuerpo humano tenía cuatro humores básicos que estaban relacionados con los cuatro elementos (aire, fuego, agua, tierra).
La teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo humano desde Hipócrates (406 a.c.), hasta el surgimiento de la medicina moderna en el siglo XIX. La idea básica era que estos humores estaban en constante intercambio y si su mezcla derivaba en una persona de buen trato se decía que ésta era o estaba de “buen humor”, si, por el contrario, daba como resultado una persona hosca y poco tratable, se decía que era o estaba de “mal humor”.
La clínica o tratamiento que derivó de la teoría de los humores, tuvo como fundamento la restitución del equilibrio, es decir, la intervención en el exceso o la carencia de “humor”. Al Quijote se le seca el cerebro, padece una carencia de humor, la lectura hizo que se rompiera el equilibrio entre sequedad y humedad.
El episodio de la Cueva de Montecinos es uno de los más hermosos ejemplos de las consecuencias de esta sequedad ingeniosa. Uno de los “síntomas” es la confusión entre sueño y realidad (falencia del juicio, imposibilidad de discernimiento y selección). Esa experiencia en la cueva es difícil de explicar para el propio Quijote, es el único que desciende, conversa con seres enigmáticos y vive situaciones que luego lo hacen dudar, aunque está seguro de haber vivido la experiencia. La duda, por lo demás, se mantiene durante todo el resto de la obra. De acuerdo a lo narrado por el Quijote, él estuvo allí tres días con sus noches, de acuerdo a Sancho solo pasó media hora. Otra de las imposibilidades, esta vez referida al tiempo, ¿cuánto estuvo realmente el Quijote dentro de la cueva?

Hacia el final de la obra el Quijote vuelve a la cordura, “recupera el juicio”, Cervantes ha logrado el cometido anunciado en el prólogo: “escribir el libro más hermoso, discreto y gallardo posible”. Escribir desde el ingenio solamente apuntaba a una “locura”, es decir, a un libro de caballería. ¿Cómo añadir un toque juicioso para no otorgar a los desocupados lectores solo una hechura del ingenio sino del entendimiento?, escribiendo una parodia, racionalizando la fantasía pretendiendo equilibrar los humores. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario