Sobre la expulsión de los poetas
y la vigilancia del Estado
Una reflexión sobre el siempre en deuda rol estatal con la cultura y el arte.
Omar Rocha Velasco
Platón expulsó a los poetas de su República por dos razones
fundamentales:
1) El poeta es doblemente mentiroso, está a una distancia doble de la
Idea, de inicio todos los seres humanos (los esclavos, sumidos en la oscuridad
de la caverna) están engañados porque solo ven sombras o, en otras palabras,
todo lo que los sentidos perciben es engañoso. Pues bien, el poeta al imitar
esa doble realidad engaña dos veces.
2) La segunda razón es menos evidente, en el fondo del problema el poema
es incapaz de pensamiento. “El recurso contra el poema es la medida, el número
y el peso”, dice Alain Badiou en su Pequeño
manual de inestética. A la impotencia
del poema se opone la potencia del matema.
En definitiva Platón desconfía en el poema, éste es para los sofistas y
la matemática para los filósofos; el matema otorga conocimiento y el poema
engaño. Sin embargo, y a pesar de lo señalado, Platón acepta en la República a
la música militar y al canto patriótico.
Me parece que algo parecido sucede con las políticas del Estado en lo
referente a las artes en general y específicamente a la literatura. Una
constante vigilancia, una desconfianza que en extremos groseros llega a reducir
la labor del Ministerio de Culturas al armado de tarimas o la organización de
espectáculos para distraer a las personas que asisten a concentraciones
masivas.
Un ejemplo: En 2010 el entonces viceministro de Descolonización, Félix
Cárdenas, hizo una declaración polémica, dijo: “Tras la
aprobación de la Ley 045 Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, el
Gobierno apunta ahora a hacer cambios en el sistema educativo y aprobar una
nueva malla curricular en la que no existan contenidos considerados racistas,
como los libros de dos paceños: Raza de
bronce (1919), de Alcides Arguedas, y La
niña de sus ojos (1948), de Antonio Díaz Villamil, en un paso más para
lograr la descolonización del Estado”.
Más
allá del desliz, esto debe leerse como la irrupción de la proscripción o
prohibición para visualizar cambios -obviamente varias personas ligadas al
Gobierno, incluido el propio ministro de Educación, salieron a “matizar” las
declaraciones excesivas del viceministro-.
El
problema es que nunca se llegó al meollo del asunto y las discusiones quedaron
en la superficie de la utilización política: El Ministerio de Educación se
impuso la tarea inmensa de cambiar las currículas de primaria y secundaria, en
el intento funcionó más la prohibición y la incorporación de canciones cívico
patrióticas.
La
oportunidad de incorporar y leer esas obras críticamente y desde otra
perspectiva fue perdida. El desafío era no quedarse en las lecturas tradicionales
de esos textos, son textos que pueden aportar mucho a los debates actuales y a
los cambios que se quisieron emprender.
Estas
novelas, que responden a los preceptos más duros del realismo social,
evidentemente presentan “escenas” de discriminación, explotación, servilismo y
corrupción, ¿cómo leerlas desde el presente? Responder a esa pregunta hubiera
sido importante. Lamentablemente las currículas aprobadas, que fueron producto
de la desconfianza y la vigilancia sobre el arte, dieron como resultado una
oscilación entre Arjona y el civismo forzado (no se trata de una exageración,
cualquiera puede acceder a esos documentos y corroborar los contenidos).
La
nueva currícula es muy fuerte en sus principios: educación descolonizadora,
comunitaria, productiva, etc.; pero el momento concreto de los materiales y la
lectura que se hace de ellos deja mucho que desear.
Anudando
lo dicho entonces: la actitud de desconfianza y vigilancia hacia las artes
(viejo asunto que nos remite al mismísimo Platón) deriva en acciones públicas
sustentadas en la marginación de aquellas expresiones que no condicen con las
marchas militares y cantos patrióticos, léase: armado de tarimas;
folklorización colonizada (por ejemplo, llevar actores de Hollywood a ver el
Carnaval de Oruro); Los Kjarkas en concierto; los premios Eduardo Abaroa y un
montón de ejemplos que no vale la pena mencionar.
En
definitiva, es más fácil desfilar el 23 de marzo que ciento volando.
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