En efecto, La vida es un cuento
Alejandro Jodorowsky ha ampliado, duplicándolo, su El tesoro de las sombras, desde la libertad, el atrevimiento y la fascinación.
Ricard Bellveser
“Marpa,
el cruel instructor del santo tibetano Milarepa, enseñaba el desprendimiento
afirmando que todo era ilusión. Un día murió su hijo. Marpa comenzó a lanzar
sollozos desgarradores. Sus discípulos, asombrados, le dijeron: ‘Pero, maestro,
¿por qué llora usted, si todo es una ilusión?’. El gurú respondió: ‘¡Es que mi
hijo era la más bella de las ilusiones!’”.
Esta historia, a modo de cita, es lo primero
que leemos al abrir La vida es un cuento
(Serie Primeros Tiempos, editorial Siruela, Madrid, 2015) de Alejandro
Jodorowsky (Chile, 1929), en un guiño autobiográfico, pues él mismo tuvo esa
experiencia: su hijo murió de sobredosis a los 24 años, y esa sobrecogedora
experiencia le hizo cambiar el modo de ver la vida, de entender el mundo, de estar
en él.
Ya no quería, como prioridad, ser famoso, ser
conocido, “fue un golpe, me desperté. Pensé: nunca más seré un artista
ególatra, narcisista. Yo quiero dar para despertar la belleza en el otro, no
que me admiren (...) La labor del arte es abrir nuevas fronteras y
posibilidades”.
Este es un libro de cuentos, de relatos, de
pequeñas grandes historias, que viene a ampliar, duplicándolo, aquel El tesoro de las sombras que publicó en
2005, y que le dejó la insatisfacción de sospechar que era un libro inconcluso,
por lo que se hacía necesario volver sobre él y terminarlo, si es que un libro
de cuentos, de fábulas, de meditaciones, de historias febriles, puede tener
fin.
No sé bien si hablamos de cuentos o de
epigramas, de relatos o de aforismos, de historietas o epítomes, es un volumen
de cuentos de muy distinto tamaño, con predominio de los cortos o muy cortos, a
veces solo estallidos. Tal vez un ejemplo aclare mejor lo que estoy diciendo:
Ilusión.- Un pedazo de vidrio en la
basura, porque reflejó un rayo de sol, creyó ser el sol.
La fuerza de la historia, bebe de la brevedad,
claro está. Otro ejemplo:
Castigo.-
A cambio de la
pobreza, le vendió su alma a un ángel. Fue condenado a la felicidad eterna.
Estamos ante un ejercicio de los que tanto
gustaba practicar al escritor francés-español-mexicano Max Aub, o al hondureño
Augusto Monterroso.
Jodorowsky aclara sus intenciones en una nota
liminar que titula “Modo de empleo” y en la que expone una teoría que luego ha
repetido en numerosas ocasiones y en actos públicos hasta convertirlo en un
tópico referido a él, y es que el impuso de escribir este libro de relatos se
lo dio la observación de un bonsái que le regalaron y al que “de vez en cuando –escribe-
tenía que cortarle ciertos brotes para que no creciera y guardara su forma
enana. Lo vi tan lleno de energía que decidí liberarlo: lo dejé expandirse. Fue
un estallido de ramas y hojas, estirándose con avidez hacia la luz, hasta
acariciar el techo de mi salón. Verlo así tan frondoso me llena de alegría”.
Jodorowsky quiso trasladar eso mismo a su
trabajo, no limitarlo, no podarlo, quería escribir y publicar cuentos que
tendieran a la anarquía, de ahí que este libro, hijo de esta libertad, sea al
mismo tiempo literatura y un catálogo de géneros, de asuntos, de intenciones,
de propósitos, de energías, es un libro el que hay cuentos policíacos,
eróticos, autobiográficos, pornográficos, mágicos, históricos, amorosos,
surrealistas, metafísicos, escritos con estilos muy diferentes, como si cada
uno de ellos perteneciera no solo a un genero distinto sino a una estética, cada
rama del bonsái crece hacia donde quiere formalizando de este modo una manera
de entender la existencia, pues en la vida todo es cuento, desde la mitología a
la ciencia, de la religión a la épica, no somos más que ilusión, esto es, somos
fábula.
En esta misma nota, el autor se compara a un
teléfono celular que no sirve solo para hacer y recibir llamadas telefónicas,
sino también para hacer fotos, para enviar mensajes, para guiarnos en el plano,
para consultar un periódico… proponiéndonos con esta metáfora, que seamos
plurales como lo es él, que es un escritor, director de cine y de teatro,
filósofo, narrador, psicomago, escultor, pintor, actor, cómico, terapeuta y
cuantas más cosas queramos añadirle, todo ello con el propósito de ayudar a los
demás con su propia búsqueda.
“– Maestro, -escribe en otro
de estos cuentos- usted que ayuda a todos
¿por qué tiene el cuerpo lleno de cicatrices?
– Porque los que sufren, muerden”.
Con todo esto, probablemente la parte más atractiva
del libro sea lo que paradójicamente llamamos el “prólogo final” en el que se
transcribe una entrevista mantenida con el periodistas francés Marc de Swedt y
en la que podemos encontrar a un Jodorowsky menos cínico, más directo, más
abierto, más pedagógico, más persona corriente como el resto de los seres
terrenales, y en la que se explica con mayor llaneza. Tras leerla me pregunto
por qué todos los libros no se cierran con una entrevista de este tipo que nos
acerque al autor que acabamos de leer.
Caballero
solitario.- Durante
años se creyó solo, para al fin darse cuenta de que por huir tan rápido nadie
lo había alcanzado.
Es este un espléndido libro, como lo fue Cuentos mágicos y de intramundo, la obra
de un lector de cuentos, la obra de un ilusionista.
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