sábado, 30 de enero de 2016

Reseña

En efecto, La vida es un cuento

Alejandro Jodorowsky ha ampliado, duplicándolo, su El tesoro de las sombras, desde la libertad, el atrevimiento y la fascinación.



Ricard Bellveser 

“Marpa, el cruel instructor del santo tibetano Milarepa, enseñaba el desprendimiento afirmando que todo era ilusión. Un día murió su hijo. Marpa comenzó a lanzar sollozos desgarradores. Sus discípulos, asombrados, le dijeron: ‘Pero, maestro, ¿por qué llora usted, si todo es una ilusión?’. El gurú respondió: ‘¡Es que mi hijo era la más bella de las ilusiones!’”.
Esta historia, a modo de cita, es lo primero que leemos al abrir La vida es un cuento (Serie Primeros Tiempos, editorial Siruela, Madrid, 2015) de Alejandro Jodorowsky (Chile, 1929), en un guiño autobiográfico, pues él mismo tuvo esa experiencia: su hijo murió de sobredosis a los 24 años, y esa sobrecogedora experiencia le hizo cambiar el modo de ver la vida, de entender el mundo, de estar en él.
Ya no quería, como prioridad, ser famoso, ser conocido, “fue un golpe, me desperté. Pensé: nunca más seré un artista ególatra, narcisista. Yo quiero dar para despertar la belleza en el otro, no que me admiren (...) La labor del arte es abrir nuevas fronteras y posibilidades”.
Este es un libro de cuentos, de relatos, de pequeñas grandes historias, que viene a ampliar, duplicándolo, aquel El tesoro de las sombras que publicó en 2005, y que le dejó la insatisfacción de sospechar que era un libro inconcluso, por lo que se hacía necesario volver sobre él y terminarlo, si es que un libro de cuentos, de fábulas, de meditaciones, de historias febriles, puede tener fin.
No sé bien si hablamos de cuentos o de epigramas, de relatos o de aforismos, de historietas o epítomes, es un volumen de cuentos de muy distinto tamaño, con predominio de los cortos o muy cortos, a veces solo estallidos. Tal vez un ejemplo aclare mejor lo que estoy diciendo:

Ilusión.- Un pedazo de vidrio en la basura, porque reflejó un rayo de sol, creyó ser el sol.

La fuerza de la historia, bebe de la brevedad, claro está. Otro ejemplo:

Castigo.- A cambio de la pobreza, le vendió su alma a un ángel. Fue condenado a la felicidad eterna.

Estamos ante un ejercicio de los que tanto gustaba practicar al escritor francés-español-mexicano Max Aub, o al hondureño Augusto Monterroso.
Jodorowsky aclara sus intenciones en una nota liminar que titula “Modo de empleo” y en la que expone una teoría que luego ha repetido en numerosas ocasiones y en actos públicos hasta convertirlo en un tópico referido a él, y es que el impuso de escribir este libro de relatos se lo dio la observación de un bonsái que le regalaron y al que “de vez en cuando –escribe- tenía que cortarle ciertos brotes para que no creciera y guardara su forma enana. Lo vi tan lleno de energía que decidí liberarlo: lo dejé expandirse. Fue un estallido de ramas y hojas, estirándose con avidez hacia la luz, hasta acariciar el techo de mi salón. Verlo así tan frondoso me llena de alegría”.
Jodorowsky quiso trasladar eso mismo a su trabajo, no limitarlo, no podarlo, quería escribir y publicar cuentos que tendieran a la anarquía, de ahí que este libro, hijo de esta libertad, sea al mismo tiempo literatura y un catálogo de géneros, de asuntos, de intenciones, de propósitos, de energías, es un libro el que hay cuentos policíacos, eróticos, autobiográficos, pornográficos, mágicos, históricos, amorosos, surrealistas, metafísicos, escritos con estilos muy diferentes, como si cada uno de ellos perteneciera no solo a un genero distinto sino a una estética, cada rama del bonsái crece hacia donde quiere formalizando de este modo una manera de entender la existencia, pues en la vida todo es cuento, desde la mitología a la ciencia, de la religión a la épica, no somos más que ilusión, esto es, somos fábula.
En esta misma nota, el autor se compara a un teléfono celular que no sirve solo para hacer y recibir llamadas telefónicas, sino también para hacer fotos, para enviar mensajes, para guiarnos en el plano, para consultar un periódico… proponiéndonos con esta metáfora, que seamos plurales como lo es él, que es un escritor, director de cine y de teatro, filósofo, narrador, psicomago, escultor, pintor, actor, cómico, terapeuta y cuantas más cosas queramos añadirle, todo ello con el propósito de ayudar a los demás con su propia búsqueda. 
“– Maestro, -escribe en otro de estos cuentos- usted que ayuda a todos ¿por qué tiene el cuerpo lleno de cicatrices? 
– Porque los que sufren, muerden”. 
Con todo esto, probablemente la parte más atractiva del libro sea lo que paradójicamente llamamos el “prólogo final” en el que se transcribe una entrevista mantenida con el periodistas francés Marc de Swedt y en la que podemos encontrar a un Jodorowsky menos cínico, más directo, más abierto, más pedagógico, más persona corriente como el resto de los seres terrenales, y en la que se explica con mayor llaneza. Tras leerla me pregunto por qué todos los libros no se cierran con una entrevista de este tipo que nos acerque al autor que acabamos de leer.

Caballero solitario.- Durante años se creyó solo, para al fin darse cuenta de que por huir tan rápido nadie lo había alcanzado.

Es este un espléndido libro, como lo fue Cuentos mágicos y de intramundo, la obra de un lector de cuentos, la obra de un ilusionista.


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