sábado, 30 de enero de 2016

Discurso

Nos quedamos sin Marcelo, como
también sin San Martín y sin Sucre

Discurso leído por el escritor Juan Rulfo en el acto de homenaje a Marcelo Quiroga Santa Cruz, organizado por el Partido Socialista 1 (PS1), en el Auditorio Justo Sierra de la UNAM, el 17 de noviembre de 1980.


Juan Rulfo 

De los asistentes al último Encuentro de Escritores Latinoamericanos efectuado en Viña del Mar, y en la Universidad de Valparaíso, Chile, en 1970, me impresionó gratamente la persona de Marcelo Quiroga Santa Cruz, tanto por la solidez de sus intervenciones en dicho coloquio, así como la seriedad y certeza con que participaba en los Foros de Valparaíso, no solo frente a estudiantes, sino ante los obreros y los campesinos más pobres de Chile.
Era quizá también entre los participantes, uno de los más ecuánimes. Por eso no me extrañó que poco después, al subir al poder el general Torres, lo nombrara ministro de Hidrocarburos y fuera quien expropiara el petróleo de Bolivia.
Yo lo sabía político, además de escritor; pues tuve la oportunidad de conversar con él en numerosas ocasiones; ya a la hora del almuerzo, o simplemente charlando mientras tomábamos un café en la terraza del Hotel O´Higgins y posteriormente en Santiago.
Del grupo boliviano, como antes decía, me pareció el más consistente. Además el conocimiento geográfico e histórico que tenía de su país era asombroso, y sus conversaciones casi siempre iban orientadas no a cuestiones literarias, las cuales aparentaba eludirlas; en cambio, su interés era completo cuando se trataba de asuntos sociales, sobre todo en los referente a las Reforma Agraria que al igual que la de México y quizá por seguir los mismos patrones, había fracasado.
En fin, fueron muchos los momentos y las oportunidades que tuve para llegar a tener una relación bastante cercana. Desde entonces no dejé de enterarme de su ascenso en el gobierno del general Torres; de su posterior destierro en la Argentina y, más tarde, de su llegada a México.
Por cierto, solo como anécdota, en cierta ocasión quiso inquirir cuál sería la solución para evitar tantos golpes de Estado en su patria, y qué medidas había tomado México para, desde hace más de medio siglo, hubiera logrado ya una estabilidad política. A esta pregunta le di una respuesta lógica: la única medida, le dije, es matar a todos los generales, y a quienes sobrevivan enriqueciéndolos o corrompiéndolos.
Desde la época del general Obregón, cuando se inició el descabezadero, él formuló una frase famosa: “No hay general que se resista a un cañonazo de 50 mil pesos”. Claro que ahora se los dan por millones; pero los tienen quietos mediante la corrupción. De otros modo, en este país, proliferarían los generales, ya que después de la Revolución llegó a haber más generales que soldados. Así, se les dio a escoger: el poder o la riqueza. Quien quería ambas cosas lo asesinaban, hasta convencerlos de que era mejor vivir tranquilos y ricos a enfrentar los difíciles problemas de un gobernante.
A eso hemos llegado. A eso debió llegar Bolivia desde hace tiempo o Chile o Paraguay, Argentina, Uruguay y tantos otros países de nuestra América. Actualmente con la protección imperialista será menos que imposible solucionar o destruir el poder de los oligarcas.
Pero creo que no he venido aquí a hablar de la triste situación que vive América Latina. Mi presencia se debe a la honrosa invitación de Cristina y a la cual concurro con toda mi congoja y mi tristeza, para decir unas cuantas palabras de homenaje en honor de ese gran compañero y hermano que fue para mí Marcelo Quiroga Santa Cruz, martirizado y muerto por la oscura camarilla que asaltó el poder en Bolivia en julio de este año, otra fecha aniquiladora de las ya tan siniestras etapas que vive aquel martirizado país.
Él fue desde el exilio político, al menos seguro, a Bolivia en busca de una esperanza, por el gran cariño que le tenía a su patria, por encontrarle un mejor y más permanente porvenir; pero los bastardos lo exterminaron. Y lo exterminaron porque su vitalidad y su rectitud intelectual eran peligrosas para los que veían en él al certero líder de un sistema progresista.
Tenía que ser él, el joven entusiasta de una causa justa la víctima de la injusticia que se ha apoderado, esperamos que momentáneamente, de esta esa tierra a quien Bolívar dio su nombre.
Nos hemos quedado sin Santa Cruz como también sin San Martín, sin Sucre y sin tantos otros que murieron sacrificándose por esta pobre América.
Solo me resta dar mi más sentido péame a doña Cristina Quiroga y a todos los buenos bolivianos que como yo sienten hondamente su muerte.


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