Nos quedamos sin Marcelo, como
también sin San Martín y sin
Sucre
Discurso leído por el escritor Juan Rulfo en el acto de homenaje a Marcelo Quiroga Santa Cruz, organizado por el Partido Socialista 1 (PS1), en el Auditorio Justo Sierra de la UNAM, el 17 de noviembre de 1980.
Juan Rulfo
De los asistentes al último Encuentro de Escritores
Latinoamericanos efectuado en Viña del Mar, y en la Universidad de Valparaíso,
Chile, en 1970, me impresionó gratamente la persona de Marcelo Quiroga Santa
Cruz, tanto por la solidez de sus intervenciones en dicho coloquio, así como la
seriedad y certeza con que participaba en los Foros de Valparaíso, no solo
frente a estudiantes, sino ante los obreros y los campesinos más pobres de
Chile.
Era quizá también entre los participantes, uno de los más
ecuánimes. Por eso no me extrañó que poco después, al subir al poder el general
Torres, lo nombrara ministro de Hidrocarburos y fuera quien expropiara el
petróleo de Bolivia.
Yo lo sabía político, además de escritor; pues tuve la
oportunidad de conversar con él en numerosas ocasiones; ya a la hora del
almuerzo, o simplemente charlando mientras tomábamos un café en la terraza del
Hotel O´Higgins y posteriormente en Santiago.
Del grupo boliviano, como antes decía, me pareció el más
consistente. Además el conocimiento geográfico e histórico que tenía de su país
era asombroso, y sus conversaciones casi siempre iban orientadas no a
cuestiones literarias, las cuales aparentaba eludirlas; en cambio, su interés
era completo cuando se trataba de asuntos sociales, sobre todo en los referente
a las Reforma Agraria que al igual que la de México y quizá por seguir los
mismos patrones, había fracasado.
En fin, fueron muchos los momentos y las oportunidades que
tuve para llegar a tener una relación bastante cercana. Desde entonces no dejé
de enterarme de su ascenso en el gobierno del general Torres; de su posterior
destierro en la Argentina y, más tarde, de su llegada a México.
Por cierto, solo como anécdota, en cierta ocasión quiso
inquirir cuál sería la solución para evitar tantos golpes de Estado en su
patria, y qué medidas había tomado México para, desde hace más de medio siglo,
hubiera logrado ya una estabilidad política. A esta pregunta le di una
respuesta lógica: la única medida, le dije, es matar a todos los generales, y a
quienes sobrevivan enriqueciéndolos o corrompiéndolos.
Desde la época del general Obregón, cuando se inició el
descabezadero, él formuló una frase famosa: “No hay general que se resista a un
cañonazo de 50 mil pesos”. Claro que ahora se los dan por millones; pero los
tienen quietos mediante la corrupción. De otros modo, en este país,
proliferarían los generales, ya que después de la Revolución llegó a haber más
generales que soldados. Así, se les dio a escoger: el poder o la riqueza. Quien
quería ambas cosas lo asesinaban, hasta convencerlos de que era mejor vivir
tranquilos y ricos a enfrentar los difíciles problemas de un gobernante.
A eso hemos llegado. A eso debió llegar Bolivia desde hace
tiempo o Chile o Paraguay, Argentina, Uruguay y tantos otros países de nuestra
América. Actualmente con la protección imperialista será menos que imposible
solucionar o destruir el poder de los oligarcas.
Pero creo que no he venido aquí a hablar de la triste
situación que vive América Latina. Mi presencia se debe a la honrosa invitación
de Cristina y a la cual concurro con toda mi congoja y mi tristeza, para decir
unas cuantas palabras de homenaje en honor de ese gran compañero y hermano que
fue para mí Marcelo Quiroga Santa Cruz, martirizado y muerto por la oscura
camarilla que asaltó el poder en Bolivia en julio de este año, otra fecha
aniquiladora de las ya tan siniestras etapas que vive aquel martirizado país.
Él fue desde el exilio político, al menos seguro, a Bolivia
en busca de una esperanza, por el gran cariño que le tenía a su patria, por
encontrarle un mejor y más permanente porvenir; pero los bastardos lo
exterminaron. Y lo exterminaron porque su vitalidad y su rectitud intelectual
eran peligrosas para los que veían en él al certero líder de un sistema
progresista.
Tenía que ser él, el joven entusiasta de una causa justa la
víctima de la injusticia que se ha apoderado, esperamos que momentáneamente, de
esta esa tierra a quien Bolívar dio su nombre.
Nos hemos quedado sin Santa Cruz como también sin San
Martín, sin Sucre y sin tantos otros que murieron sacrificándose por esta pobre
América.
Solo me resta dar mi más sentido péame a doña Cristina
Quiroga y a todos los buenos bolivianos que como yo sienten hondamente su
muerte.
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