[Nota fría sobre Saenz]
El autor comparte algunos apuntes a propósito de la reciente edición de Poesía reunida de Jaime Saenz.
Rodolfo Ortiz
Hace diez años Plural Editores publica la obra de
Jaime Saenz; reediciones como la novela Felipe
Delgado el 2007, Los papeles de
Narciso Lima-Achá el 2008 o Imágenes
paceñas el 2012, así como ediciones de obras póstumas como la Obra drámatica el 2005 o Tocnolencias el 2010, entre otras. Hace
unos días, al filo del 2015 que ya fue, salió la Poesía reunida de este “inimitable” escritor, al decir de su amigo
Urzagasti. Se trata de una publicación que se desdobla de la Obra poética de 1975, aunque corregida y
aumentada. Corregida, pues se incluyen tres o cuatro enmiendas que al parecer
Saenz había realizado en su ejemplar
del sesquicentenario y una que otra errata que logró escurrirse de sus
cuidadosísimas manos de autoeditor. Aumentada, pues por primera vez se incluye
la versión publicada del libro Al pasar
un cometa (esto no sucedió en 1975, tampoco en la Obra poética I que salió en Madrid el 2002, menos en la lejana publicación
de Intemperie que aunó solo tres libros de los doce que Saenz dejó
completamente acabados), también del libro Cuatro
poemas para mi madre que Saenz publicó en 1957 con tiraje de dos ejemplares
y de sus tres últimos poemas extensos Bruckner,
Las tinieblas, publicados en 1978, y La noche, concluido dos años antes de
morir; aumentada a su vez, pues esta edición reúne además de once libros, nueve
poemas sueltos que Saenz publicó en las revistas Vertical, entre 1965 y 1972, Nuevo
Mundo, en 1970, y Eco, en 1983 (aunque
se olvidan los once poemas del policopiado publicado por Humberto Salas Linares
en 1944).
Si leer, desde su raíz latina legere y aun más heracliteana, es también un ir a buscar y juntar, el
lector habrá recalado ya en que esta magnífica publicación decide buscar y
juntar solamente la poesía publicada en vida del autor y, según se infiere en
la breve nota de edición, la poesía que el autor habría decidido publicar. Tal
un criterio que recorta y despliega o si se quiere hace en sucinta un sentido
del ir hacia una obra. El resultado, una edición cabal y sucinta, otra vez, cuidadosa
en lo que re-une.
En una carta que Saenz le escribe a Stefan Baciu en
1970, y que éste último reproduce en facsímil en la revista-cuaderno Mele, agrega al final y a mano una
especie de posdata donde interroga a Baciu y al mismo tiempo responde: “¿Qué le
pareció Muerte por el tacto? -es un
poema al que yo le asigno importancia”. Se entiende que esta actitud
metacrítica de “lectura que escribe” conoce de su horizonte y objeto, pues
regresa sobre sus propios residuos para retomar el dilema que implica leer lo
reunido en lo escrito, y claro, “asignar importancia”. Pero sabemos también que
un editor no siempre funciona en espejo a los criterios conscientes, a veces
demasiado conscientes, de un escritor.
Hasta aquí con este apunte.
*
En
poesía, nos recuerda Pavese, interesa la eficacia del descubridor de una tierra
desconocida. Jaime Saenz alegaría que la poesía es un camino de conocimiento
que no existe, pues aquel que no conduce a ninguna parte es el verdadero camino.
Sincrónicamente,
tal eficacia puede asírsela a través de la lectura. Es cierto que la fuente de
la poesía fue imaginada como un misterio, una imagen oculta, una profundidad,
pero tal constatación jamás se queda allí; sería muy ocioso dedicarse al
cultivo de la poesía, en todo caso, si por profundidad pensáramos que solamente
se trata de algo inalcanzable, sin imagen y sin materialidad. De ahí que Saenz
haya insistido siempre en la poesía como una poiesis sin tutías. Si pensáramos que una errata, por ejemplo, es
un equívoco en la reconquista de lo perdido, se trataría, entonces, de iniciar
un trabajo que logre “separar la llama de la materia ardiente”, como diría
Pavese, o bien, en separar ese rostro o esa imagen “que nos da el impulso para
hacer todas las cosas”, como hubiera querido siempre Saenz.
Saenz
sabe que no es posible pensar la iluminación aislada de las palabras (esto ya
fue escrito alguna vez). Él mismo nos dice que la revelación es el terror
mayor, donde escribir es, a su vez, la aventura de tal revelación. Pero, ¿de
qué revelación se trata? En primer lugar, de la revelación de un aprendizaje, y
en segundo, de la constatación de que tal aprendizaje nos impulsa a un proceso
de conocimiento que solamente hace nudo.
Decía Lacan en el seminario Ou Pire del 10 de mayo de 1972, que “un
texto (…) no puede tejerse sino haciendo nudos”. En ese y este contexto nudos
son y serán siempre nudos de palabras; habrán nudos ciegos, nudos marineros,
nudos borromeos, pero a la postre nudos para desanudar y anudar cabos
ciertamente sueltos, o por qué no fuertemente anudados.
Pues se trata de aterrizar en cada palabra haciendo
mancha cuando las meditaciones agonizan en su forma de relámpago nocturno.
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