lunes, 11 de enero de 2016

Artículo

[Nota fría sobre Saenz]

El autor comparte algunos apuntes a propósito de la reciente edición de Poesía reunida de Jaime Saenz.



Rodolfo Ortiz 

Hace diez años Plural Editores publica la obra de Jaime Saenz; reediciones como la novela Felipe Delgado el 2007, Los papeles de Narciso Lima-Achá el 2008 o Imágenes paceñas el 2012, así como ediciones de obras póstumas como la Obra drámatica el 2005 o Tocnolencias el 2010, entre otras. Hace unos días, al filo del 2015 que ya fue, salió la Poesía reunida de este “inimitable” escritor, al decir de su amigo Urzagasti. Se trata de una publicación que se desdobla de la Obra poética de 1975, aunque corregida y aumentada. Corregida, pues se incluyen tres o cuatro enmiendas que al parecer Saenz había realizado en su ejemplar del sesquicentenario y una que otra errata que logró escurrirse de sus cuidadosísimas manos de autoeditor. Aumentada, pues por primera vez se incluye la versión publicada del libro Al pasar un cometa (esto no sucedió en 1975, tampoco en la Obra poética I que salió en Madrid el 2002, menos en la lejana publicación de Intemperie que aunó solo tres libros de los doce que Saenz dejó completamente acabados), también del libro Cuatro poemas para mi madre que Saenz publicó en 1957 con tiraje de dos ejemplares y de sus tres últimos poemas extensos Bruckner, Las tinieblas, publicados en 1978, y La noche, concluido dos años antes de morir; aumentada a su vez, pues esta edición reúne además de once libros, nueve poemas sueltos que Saenz publicó en las revistas Vertical, entre 1965 y 1972, Nuevo Mundo, en 1970, y Eco, en 1983 (aunque se olvidan los once poemas del policopiado publicado por Humberto Salas Linares en 1944).
Si leer, desde su raíz latina legere y aun más heracliteana, es también un ir a buscar y juntar, el lector habrá recalado ya en que esta magnífica publicación decide buscar y juntar solamente la poesía publicada en vida del autor y, según se infiere en la breve nota de edición, la poesía que el autor habría decidido publicar. Tal un criterio que recorta y despliega o si se quiere hace en sucinta un sentido del ir hacia una obra. El resultado, una edición cabal y sucinta, otra vez, cuidadosa en lo que re-une.
En una carta que Saenz le escribe a Stefan Baciu en 1970, y que éste último reproduce en facsímil en la revista-cuaderno Mele, agrega al final y a mano una especie de posdata donde interroga a Baciu y al mismo tiempo responde: “¿Qué le pareció Muerte por el tacto? -es un poema al que yo le asigno importancia”. Se entiende que esta actitud metacrítica de “lectura que escribe” conoce de su horizonte y objeto, pues regresa sobre sus propios residuos para retomar el dilema que implica leer lo reunido en lo escrito, y claro, “asignar importancia”. Pero sabemos también que un editor no siempre funciona en espejo a los criterios conscientes, a veces demasiado conscientes, de un escritor.
Hasta aquí con este apunte.

*

En poesía, nos recuerda Pavese, interesa la eficacia del descubridor de una tierra desconocida. Jaime Saenz alegaría que la poesía es un camino de conocimiento que no existe, pues aquel que no conduce a ninguna parte es el verdadero camino.
Sincrónicamente, tal eficacia puede asírsela a través de la lectura. Es cierto que la fuente de la poesía fue imaginada como un misterio, una imagen oculta, una profundidad, pero tal constatación jamás se queda allí; sería muy ocioso dedicarse al cultivo de la poesía, en todo caso, si por profundidad pensáramos que solamente se trata de algo inalcanzable, sin imagen y sin materialidad. De ahí que Saenz haya insistido siempre en la poesía como una poiesis sin tutías. Si pensáramos que una errata, por ejemplo, es un equívoco en la reconquista de lo perdido, se trataría, entonces, de iniciar un trabajo que logre “separar la llama de la materia ardiente”, como diría Pavese, o bien, en separar ese rostro o esa imagen “que nos da el impulso para hacer todas las cosas”, como hubiera querido siempre Saenz.
Saenz sabe que no es posible pensar la iluminación aislada de las palabras (esto ya fue escrito alguna vez). Él mismo nos dice que la revelación es el terror mayor, donde escribir es, a su vez, la aventura de tal revelación. Pero, ¿de qué revelación se trata? En primer lugar, de la revelación de un aprendizaje, y en segundo, de la constatación de que tal aprendizaje nos impulsa a un proceso de conocimiento que solamente hace nudo.
Decía Lacan en el seminario Ou Pire del 10 de mayo de 1972, que “un texto (…) no puede tejerse sino haciendo nudos”. En ese y este contexto nudos son y serán siempre nudos de palabras; habrán nudos ciegos, nudos marineros, nudos borromeos, pero a la postre nudos para desanudar y anudar cabos ciertamente sueltos, o por qué no fuertemente anudados.

Pues se trata de aterrizar en cada palabra haciendo mancha cuando las meditaciones agonizan en su forma de relámpago nocturno.

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