La fascinación de lo extraño
Reseña de Una felicidad repulsiva, libro de cuentos con el que argentino Guillermo Martínez ganó en 2014 el mismo galardón logrado el año pasado por la boliviana Magela Baudoin
Guillemo Ruiz
Como ya todos hemos celebrado, La composición de la sal de Magela Baudoin obtuvo el Premio Hispanoamericano
de Cuento Gabriel García Márquez. Habiendo leído y releído, con placer y
asombro, el libro galardonado en la primera versión del premio, Una felicidad repulsiva de Guillermo
Martínez-, me alegré doblemente con la noticia.
Por razones que no vienen a cuento, no he leído aún a
Baudoin. A la espera impaciente de su libro, creo que la ocasión es propicia
para reseñar Una felicidad repulsiva, libro
que me encantó por diversos motivos y especialmente por la maestría en el
manejo del cuento extraño.
De Guillermo Martínez (1962) había leído dos novelas -Acerca de Roderer (1993) y Crímenes imperceptibles (2003)- así como
un libro de cuentos: Infierno grande (1989).
Ya conocía, pues, la calidad literaria del escritor y matemático argentino y, con
todo, Una felicidad repulsiva es ahora
mi libro preferido suyo. También es uno de los mejores volúmenes de relatos que
he tenido la suerte de leer en los últimos años.
Se inscribe en la línea de la mejor tradición argentina:
la del cuento extraño, en la estela de Bioy y Cortázar, asimilando esas
influencias de modo fértil. Además, Martínez es matemático y, tanto en sus
cuentos como en sus novelas, suele explotar las teorías matemáticas de forma
sorprendente, lo cual le da un toque original a casi todo lo que escribe. Estamos
ante un narrador diestro, con una prosa fluyente, desprovista de adornos o de
hallazgos innecesarios, pues todo está puesto al servicio de la historia.
Compuesto por 11 relatos, Una felicidad repulsiva no tiene desperdicio. El primer párrafo ya es
una muestra de síntesis y tensión narrativa: “Leo a Flaubert. Tres condiciones se requieren para ser
feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. De acuerdo; pero
aun así, y como cada vez que alguien afirma, como un axioma, ‘la dicha perfecta
no existe’, no puedo evitar recordar la felicidad serena, extendida,
imperturbable, verdaderamente repulsiva, de la familia M.”.
La familia M. tiene tanto éxito social como deportivo y encarnan
el inconfesable ideal de toda tribu. Una pregunta trabaja al narrador, para
cuya familia la vida es mucho menos fácil y glamorosa: ¿son realmente tan felices
como aparentan? Conforme pasan los años y en su familia van llegando los
problemas y enfermedades, se da cuenta de que los M. no solo parecen dichosos
sino inmunes al tiempo. Los M. desaparecen y con ellos, al menos temporalmente,
el enigma. Pero el final nos reserva un último encuentro vertiginoso. Es un cuento
fantástico descendiente directo de Borges y Bioy.
El I Ching y
el hombre de los papeles escenifica a una
pareja en vilo por la salud incierta de su hijo. Ya han perdido a una hija, así
que la posibilidad de su fallecimiento es tabú y esperan una recuperación improbable.
Él es catedrático de matemáticas y ella aficionada al I Ching. Tener fe en el
libro oracular chino o dejarse llevar por la razón hacia la desesperanza, he
ahí el dilema.
Este cuento conmovedor se centra en el padre cuya
soberbia racional se ve progresivamente minada desde el interior. El final es
de una elegancia ejemplar.
Lo que toda
niña debe ver se inscribe en la línea de lo extraño: no hay ningún
elemento sobrenatural ni siquiera por alusión y, sin embargo, logra descolocar
al lector. La escena humorística y erótica con la que empieza se va tiñendo de
una extrañeza cada vez más inquietante.
A altas horas de la noche, después de una farra, el
narrador se adentra en un callejón para orinar y entonces se abre una puerta.
Aparece una mujer treintañera y atractiva, sonriente “como si hubiera tenido un
golpe imprevisto de suerte (…) antes de que pudiera responderle nada, extendió
una mano para desabrocharme el pantalón, la rodeó con tres dedos para extraerla
por completo del calzoncillo y la contempló complacida por un momento bajo la
luz (…) –Es muy bonita –me dijo alzando los ojos–. Es… representativa. Es absolutamente perfecta”.
Ruptura de expectativas: no es lo que está pensando usted,
malicioso lector, es algo mucho más inteligente y desconcertante: ella invita
al hombre para mostrarle “el pito en reposo” a su hija de casi dos años. Según un
manual de educación de la cual la mujer parece fanática, a esa edad la niña “debe
ver un pito”. La mujer no parece estable ni confiable, pero el narrador está
medio borracho: como el lector, solo tiene una cosa en mente pero, a diferencia
del lector -y he aquí donde surge la tensión-, no huele el peligro que va
emergiendo entre líneas.
Doy un salto hasta otro cuento extraño: Help me! es una de esas historias que se
te quedan dando vueltas en la cabeza varios días después de leídas. Podría
resumirse en dos o tres escenas que chocan e intrigan a la vez, creando la
necesidad de resolver la historia a
posteriori. Sin embargo, es imposible resolver lo que, para el narrador y
el lector, adquiere con el tiempo los visos de una pesadilla.
En Bratislava, nada más salir de su hotel, al narrador turista
se le aparece una mujer que parece muy desgastada por quién sabe qué
experiencias. Esta comienza a decirle con un tono cada vez más lastimero y
ansioso: “Help me!, Help me!” Poco a poco, esas dos palabras
inglesas van llenándose de un sentido insospechado; “ese balido atroz” lleva al
narrador a la habitación de la misteriosa mujer y a entrever, de forma erótica
y perturbadora, una realidad fascinante, es decir, repulsiva e hipnótica a un
tiempo.
Fascinantes, tal vez ése sea el adjetivo que mejor defina
a los relatos extraños de este libro. Asentados en un realismo cotidiano,
corroen lo normal hasta rozar situaciones límite. Salvo el primero, ninguno
juega con lo sobrenatural; las historias parecen escarbar en una realidad minimalista
y descarnada en busca de situaciones asombrosas que revelen con fuerza la
naturaleza humana: nuestras inconfesables tendencias y el sustrato irracional
de nuestros actos.
Así es el último cuento, para mí el más logrado -Una madre protectora-, en el que por una
vez el narrador argentino se toma su tiempo. Dividido en diez capítulos y un
epílogo, es un cuento tan extenso como intenso. A mi ver, un buen ejemplo de
por qué el cuento extraño es el futuro del relato fantástico.
El objetivo de lo fantástico es inquietar y en el mejor
de los casos descolocar al lector para dejarle entrever el fulgor de lo real debajo
de las telarañas de la costumbre. Esto puede lograrse sin acudir a lo
sobrenatural: el juego con las fronteras de lo cotidiano y lo normal, cuanto
más realista y sutil, no puede sino resultar más potente. Lo sobrenatural ya no
causa la repulsa ni el efecto hipnótico de antes; en general, pasa por un juego
literario.
No es anodino que Borges haya titulado “artefactos” y
“ficciones” a sus cuentos fantásticos. Lo extraño, en cambio, tiene a un tiempo
la fuerza de lo verosímil y la frescura de lo inaudito. No hay necesidad de ir
a buscar elementos exteriores a lo natural: es desde el interior mismo de los
personajes, de su naturaleza profunda y sus actos, que surgen los elementos capaces
de corroer nuestra visión normalizada del mundo. Este es, en todo caso, el
camino que parecen seguir con fortuna ciertos narradores de nuestra lengua y en
el cual se inscribiría Una felicidad
repulsiva junto a otros volúmenes de cuentos recomendables como Pájaros en la boca (2009) de Samanta
Schweblin, El final del amor (2011) de
Marcos Giralt Torrent o El matrimonio de
los peces rojos (2013) de Guadalupe Nettel.
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