Victoria boliviana: 2015 en el cine
Un artículo valorativo, una evaluación y mapeo de escenarios futuros -antes que recuento simple y llano- de los caminos del cine y el audiovisual en Bolivia durante el año recién pasado.
Diego Mondaca
Mirando un poco a la distancia, el 2015 para el cine
boliviano fue de mucho movimiento interno y proyección internacional que se
consolida. Encuentros, apariciones, causalidades y maduraciones dan evidencia del
azar de este arte, pero un azar que aparece, como bien se sabe, mientras se
sigue trabajando. No es magia, pero es bonito pensarlo así, momentos mágicos
que nos impulsan y unen.
Seguimos generando grandes filmes, muy pausadamente
algunos dirán, pero esto se debe festejar siempre porque evidencia la
existencia de un buen cine boliviano, en
el que todo un grupo de artesanos, en conjunto y desde hace ya buen
tiempo, va marcando posibilidades diferentes de entender y plantear el cine,
tanto por sus maneras de producción como de difusión y distribución. Métodos
propios.
Con certeza es fruto de todo
un aprendizaje, del saber hacernos cargo de lo que podría llamarse una tradición del cine
boliviano, y al mismo tiempo encontrando nuevas formas de interpretar y
reflejar nuestro espacio, nuestra gente y costumbres. Ese es el aprendizaje,
está ahí, y se dio y se seguirá dando en el camino.
Los
grandes logros de un 2015 lo ratifican: Nueva
vida (Kiro Russo), Primavera
(Joaquín Tapia), Amazonas (Carlos Piñeiro).
Constatan la noble práctica del oficio, alcanzando opciones estéticas nuevas,
alejadas de la megalomanía o de la bisutería, y generando así un buen cine, con
curiosidad y cautela. Sin pausa.
Titulares:
“Victoria boliviana”, fueron anunciados en más de un festival internacional.
Desde Locarno hasta Mar del Plata. Es lindo escuchar y leer este tipo de noticias,
percibiendo la alegría y el interés cada vez mayor por el trabajo que hacemos
desde acá.
Ya no es uno
o dos que caminan solos, somos un grupo de autores dando a conocer historias,
nuestras formas de ver y de relacionarnos con la vida. De alguna manera pienso también que se está
revisando críticamente lo que debiera significar un cine boliviano, con
principios y estéticas propias, tan vitales como las que nos heredaron Jorge
Ruíz, el Grupo Ukamau y Jorge Sanjinés.
Aun así
son al menos curiosas, por decir poco, las preguntas que aparecen en algunos, y
que aluden a esa necesidad provinciana de reducir al vecino: “¿Pero son cortos
nomás, no?” “¿Y cuándo van a hacer una película pues?”. Preocuparse si es
corto, largo o medio, resulta siendo tan bizantino e inútil como buscar y
debatir las diferencias entre documental y ficción, por ejemplo.
Las
películas no vienen solas ni se hacen a solas. Pareciera una obviedad decir
esto, pero es bueno que entendamos todos que el cine posee una cualidad hermosa,
es un oficio colectivo. Por esto su impacto, y por esto el movimiento
importante que genera.
Y ahí
entra el Festival de Cine RADICAL, que en 2015 celebró su segunda versión. Un
espacio pequeño, con tres salas (en la primera se proyecta sobre un ecran
hechizo, en la segunda sobre una sábana, y en la tercera sobre la pared).
RADICAL se gestiona de manera colaborativa, guerrillera digamos, y tiene como
premisa mostrar lo radical en modos de producción, de pensamiento y de posición
política que confluye en una obra de arte que sería la película. Es como un
surco en la tierra, donde van a caer semillas que van a crecer y dar sus
frutos.
Y es precisamente
ahí, en el nuevo surco del cine boliviano, donde llegaron, por ejemplo, Raymond
Depardon y Claudine Nougaret a presentar una retrospectiva de su trabajo y,
pocas semanas después, llegó también Lisandro Alonso a presentar Los muertos (2004). Compartiendo y
sumándose a nuestro afán de avanzar haciendo cine. Seguro llegarán más
visitantes. Es ahí también que muchas de las películas bolivianas galardonadas
en 2015 encontraron su primer público, en el Festival de Cine Radical, como es
el caso de El corral y el viento
(Miguel Hilari), Primavera (Joaquín
Tapia), Nueva vida (Mauricio
Quiroga), Procrastinación (Sergio Pinedo)
o Boliwood (Sergio Bastani).
En 2015, el hombre de las
montañas, Werner Herzog, vino a Bolivia. Antes de iniciar el rodaje de su
película Sal y fuego, Herzog dio dos
charlas magistrales, la primera en el auditorio de la Escuela Nacional de
Teatro, en el Plan 3000 de Santa Cruz de la Sierra, y la segunda, dos días
después, en La Paz, en el Cine 6 de Agosto. Ambas con un lleno total y marcadas
por el criterio de masivo, abierto y gratuito.
La alegría es que esto perdura y
no hay vuelta atrás. Prueba de ello fueron posteriores charlas de Lisandro
Alonso y Santiago Mitre (argentinos), Everardo González (mexicano) y Ciro
Guerra (colombiano) que, en el marco del primer Taller Ibermedia “El Camino del
Héroe Andino” llegaron a nuestro país dándonos la posibilidad, a todos, de participar
y aprender en diálogos abiertos.
No se puede dejar de mencionar a
la crítica cinematográfica, de la que también se aprende. El cinéfilo boliviano
sin duda se nutrió de todo esto. Se generaron elementos de contraste y
opiniones que, ciertamente, ayudan en la generación y formación de públicos. También
ayudan a los realizadores, a los autores, en la medida que sepan orientarse en
esa crítica, valorarla. Está también el periodismo cultural, más atento a la
producción cinematográfica nacional, posibilitando una mayor repercusión de
nuestras propuestas.
Es así que, en 2015, se generó un
importante movimiento en torno al cine boliviano. No es cuantificable, ni
medible en listas. Tampoco es una explosión. La percepción es otra. La
sensación de lo valioso que se está logrando, desde el volver a creer en
nuestro cine, que en realidad es creer en nosotros mismos, hasta avanzar sin
miedo, valiéndonos de las posibilidades que tenemos, que son infinitas, y así
disfrutar de valiosos resultados que alienten a todos. Con esto es suficiente, con
esto podemos encarar un 2016 con actitud.
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