lunes, 4 de enero de 2016

Artículo

Victoria boliviana: 2015 en el cine

Un artículo valorativo, una evaluación y mapeo de escenarios futuros -antes que recuento simple y llano- de los caminos del cine y el audiovisual en Bolivia durante el año recién pasado.



Diego Mondaca

Mirando un poco a la distancia, el 2015 para el cine boliviano fue de mucho movimiento interno y proyección internacional que se consolida. Encuentros, apariciones, causalidades y maduraciones dan evidencia del azar de este arte, pero un azar que aparece, como bien se sabe, mientras se sigue trabajando. No es magia, pero es bonito pensarlo así, momentos mágicos que nos impulsan y unen.
Seguimos generando grandes filmes, muy pausadamente algunos dirán, pero esto se debe festejar siempre porque evidencia la existencia de un buen cine boliviano, en el que todo un grupo de artesanos, en conjunto y desde hace ya buen tiempo, va marcando posibilidades diferentes de entender y plantear el cine, tanto por sus maneras de producción como de difusión y distribución. Métodos propios.
Con certeza es fruto de todo un aprendizaje, del saber hacernos cargo de lo que podría llamarse una tradición del cine boliviano, y al mismo tiempo encontrando nuevas formas de interpretar y reflejar nuestro espacio, nuestra gente y costumbres. Ese es el aprendizaje, está ahí, y se dio y se seguirá dando en el camino.
Los grandes logros de un 2015 lo ratifican: Nueva vida (Kiro Russo), Primavera (Joaquín Tapia), Amazonas (Carlos Piñeiro). Constatan la noble práctica del oficio, alcanzando opciones estéticas nuevas, alejadas de la megalomanía o de la bisutería, y generando así un buen cine, con curiosidad y cautela. Sin pausa.
Titulares: “Victoria boliviana”, fueron anunciados en más de un festival internacional. Desde Locarno hasta Mar del Plata. Es lindo escuchar y leer este tipo de noticias, percibiendo la alegría y el interés cada vez mayor por el trabajo que hacemos desde acá.
Ya no es uno o dos que caminan solos, somos un grupo de autores dando a conocer historias, nuestras formas de ver y de relacionarnos con la vida. De alguna manera pienso también que se está revisando críticamente lo que debiera significar un cine boliviano, con principios y estéticas propias, tan vitales como las que nos heredaron Jorge Ruíz, el Grupo Ukamau y Jorge Sanjinés. 
Aun así son al menos curiosas, por decir poco, las preguntas que aparecen en algunos, y que aluden a esa necesidad provinciana de reducir al vecino: “¿Pero son cortos nomás, no?” “¿Y cuándo van a hacer una película pues?”. Preocuparse si es corto, largo o medio, resulta siendo tan bizantino e inútil como buscar y debatir las diferencias entre documental y ficción, por ejemplo.
Las películas no vienen solas ni se hacen a solas. Pareciera una obviedad decir esto, pero es bueno que entendamos todos que el cine posee una cualidad hermosa, es un oficio colectivo. Por esto su impacto, y por esto el movimiento importante que genera.
Y ahí entra el Festival de Cine RADICAL, que en 2015 celebró su segunda versión. Un espacio pequeño, con tres salas (en la primera se proyecta sobre un ecran hechizo, en la segunda sobre una sábana, y en la tercera sobre la pared). RADICAL se gestiona de manera colaborativa, guerrillera digamos, y tiene como premisa mostrar lo radical en modos de producción, de pensamiento y de posición política que confluye en una obra de arte que sería la película. Es como un surco en la tierra, donde van a caer semillas que van a crecer y dar sus frutos.
Y es precisamente ahí, en el nuevo surco del cine boliviano, donde llegaron, por ejemplo, Raymond Depardon y Claudine Nougaret a presentar una retrospectiva de su trabajo y, pocas semanas después, llegó también Lisandro Alonso a presentar Los muertos (2004). Compartiendo y sumándose a nuestro afán de avanzar haciendo cine. Seguro llegarán más visitantes. Es ahí también que muchas de las películas bolivianas galardonadas en 2015 encontraron su primer público, en el Festival de Cine Radical, como es el caso de El corral y el viento (Miguel Hilari), Primavera (Joaquín Tapia), Nueva vida (Mauricio Quiroga), Procrastinación (Sergio Pinedo) o Boliwood (Sergio Bastani).
En 2015, el hombre de las montañas, Werner Herzog, vino a Bolivia. Antes de iniciar el rodaje de su película Sal y fuego, Herzog dio dos charlas magistrales, la primera en el auditorio de la Escuela Nacional de Teatro, en el Plan 3000 de Santa Cruz de la Sierra, y la segunda, dos días después, en La Paz, en el Cine 6 de Agosto. Ambas con un lleno total y marcadas por el criterio de masivo, abierto y gratuito.
La alegría es que esto perdura y no hay vuelta atrás. Prueba de ello fueron posteriores charlas de Lisandro Alonso y Santiago Mitre (argentinos), Everardo González (mexicano) y Ciro Guerra (colombiano) que, en el marco del primer Taller Ibermedia “El Camino del Héroe Andino” llegaron a nuestro país dándonos la posibilidad, a todos, de participar y aprender en diálogos abiertos.
No se puede dejar de mencionar a la crítica cinematográfica, de la que también se aprende. El cinéfilo boliviano sin duda se nutrió de todo esto. Se generaron elementos de contraste y opiniones que, ciertamente, ayudan en la generación y formación de públicos. También ayudan a los realizadores, a los autores, en la medida que sepan orientarse en esa crítica, valorarla. Está también el periodismo cultural, más atento a la producción cinematográfica nacional, posibilitando una mayor repercusión de nuestras propuestas.

Es así que, en 2015, se generó un importante movimiento en torno al cine boliviano. No es cuantificable, ni medible en listas. Tampoco es una explosión. La percepción es otra. La sensación de lo valioso que se está logrando, desde el volver a creer en nuestro cine, que en realidad es creer en nosotros mismos, hasta avanzar sin miedo, valiéndonos de las posibilidades que tenemos, que son infinitas, y así disfrutar de valiosos resultados que alienten a todos. Con esto es suficiente, con esto podemos encarar un 2016 con actitud. 

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