sábado, 30 de enero de 2016

Patio interior

Música, inteligible e inexplicable


Seguimos aquí con la prolongada reflexión, que empezó hace ya varios meses, sobre la poesía. Estábamos, valga recordar, siguiendo las derivaciones musicales del romanticismo literario alemán.



Juan Cristóbal Mac Lean E.

Casi sin querer, vinimos a parar a esta ya prolongada digresión musical, al redoble de excursus sumados a excursus y lo cierto es que tampoco se puede salir fácilmente de ellos, y de hecho no tiene caso rehuir la sucesión de senderos laterales.
Pero es inevitable esperar un desenlace provisorio, como en la música, que constantemente anima en nosotros el sentido de la anticipación, de manera que nos estiramos, nos desenvolvemos enteros, a la espera de la resolución de un drama en notas. En un sentido no del todo diferente, el haber expuesto mínimamente o puesto al frente el hecho musical del romanticismo alemán y haber citado a sus grandes compositores, es algo que a su vez, al haber sido puesta esa música sobre el tapete, llama de una forma casi perentoria, a una consideración sobre la música misma, la música en sí, el milagro y el misterio de su mundo, que tanto es y no es nuestro.
Las páginas que Schopenhauer dedicó a la música se encuentran entre las más bellas jamás escritas sobre ella, y eso que no son pocas (están las de Nietzsche, Proust, Lévy-Strauss, Jankelevitch, Adorno…). Y, si ya queremos de muestra un botón, tengamos por ejemplo éste, en el que la música es algo que “pasa a nuestro lado como un paraíso familiar, aunque eternamente lejano, a la vez perfectamente inteligible y del todo inexplicable, ya que nos revela todos los movimientos más íntimos de nuestro ser, aunque despojados de la realidad que los deforma”. [1]
La tersa belleza de estas palabras ya informa del gran estilo, en general claro, con frecuencia apasionado, con que escribió este filósofo artista o filósofo de artistas que a tantos estremeció y encendió, a quien no olvidaría Borges en su Otro poema de los dones, donde agradece “por Schopenhauer, / que acaso descifró el universo”.
Antes de tareas como las aludidas por Borges, Schopenhauer, de familia económicamente pudiente, hizo estudios, viajes, aprendió varias lenguas, tradujo del español a Baltasar Gracián, se hizo un cosmopolita y conoció de arte, o música, en una medida en que nunca lo hicieron Kant, o Hegel, esas apoteósicas figuras entre las que resultó malamente ensartado y tapado, de tal modo que la fama, el reconocimiento, le llegaron muy tarde, mucho después de que hubiera publicado en 1818, apenas a sus 30 años, ese gran libro, de “trabazón cósmica” (Mann) El mundo como voluntad y representación.
Se cuenta que era tímido e intolerante, encerrado, descreído, famosamente pesimista. Detestaba el ruido excesivo. Es famoso uno de sus dictums más despectivos y según el cual la inteligencia, en un hombre, es inversamente proporcional a su capacidad de tolerar el ruido y el volumen del ruido. ¡Y lo dijo antes de los parlantes, de la electricidad, las radios, los altavoces! Apenas se refería a la bulla de vecinos perros molestosos y cuyos dueños no los hacían callar. ¿Qué diría ahora de nuestras ciudades y sus habitantes?
Otra cosa que actualmente puede seducirnos de la figura de Schopenhauer, es que fue uno de los primeros grandes filósofos en inquietarse por la suerte de los animales. En renegar, explícitamente, por la suerte que les reservan las religiones semíticas al privilegiar el dominio del hombre sobre todos los seres -a diferencia de las religiones hindúes, de las que llegó a enterarse mucho, leyendo los Vedas en traducciones al latín.
¿Y hasta qué punto es una mera coincidencia que se haya interesado tanto por la música y por los animales? Es quizá porque, en el sistema schopenhaueriano y como lo dice Mann, “lo más hondo que hay en nosotros ha de formar parte del fondo del mundo y tener en él sus raíces”.
En todo caso, trátese de animales o de música, estos se definen o despliegan de todas formas en relación con lo que Schopenhauer habría de llamar voluntad.
Del mismo término, de hecho, debemos cuidarnos en cuanto lo lastra lo que solemos entender por voluntad -demasiado humana y personal. La de Schopenhauer es general, absoluta, abarca toda la realidad, es impulso, esencial ventolera primigenia, apetito, vector, deseo o fuerza ciega, que abarca y envuelve, produce “el universo” para emplear la expresión borgeana.
De hecho, el título de su gran libro, ya de por sí, lo dice todo, en tres palabras exponiendo el único y grandioso tema que Schopenhauer, como un joyero, se dedicaría a pulir el resto de su vida, tallando y precisando sus facetas.
El mundo como voluntad y representación fue casi un fracaso editorial y se compraron, según el estándar de la época, muy pocos ejemplares (solo 500 en muchos años). Volviendo a la voluntad, dice Mann de ella que “era el fondo primordial último e irreductible del ser, era la fuente de todos los fenómenos, era el engedrador y productor de todo el mundo visible y toda vida (…) pues era la voluntad de vivir”.
La representación, en cambio, es todo lo que tenemos en la cabeza, son los fenómenos en tanto los vemos, tal como los percibimos. La voluntad, por su parte, es heredera de las ideas platónicas y la cosa-en-sí kantiana. Y apurando las cosas, Mann sostiene que entre sus metamorfosis apareció como el inconsciente o el ello freudiano. Y las cosas tampoco son fáciles, pues, dice en El mundo… que “el hombre necesita a los animales para mantenerse, estos a su vez se necesitan gradualmente unos a otros y a las plantas, las cuales a su vez necesitan la tierra, el agua, los elementos químicos y sus mezclas, el planeta, el sol, la rotación y traslación en torno a este, la oblicuidad de la eclíptica, etc. En el fondo, todo esto se debe a que la voluntad tiene que devorarse a sí misma porque fuera de ella nada existe y es una voluntad hambrienta. De ahí la caza, el miedo y el sufrimiento”.
Es en este contexto, entonces, que hay que acercarse a la música, donde “el compositor revela la esencia íntima del mundo y expresa la más honda sabiduría en un lenguaje que su razón no comprende”. La música tiene una relación única con la voluntad, absolutamente particular, por encima de cualquier otro arte. Aún si el universo desapareciera, para Schopenhauer, la música no lo haría. Hay que reconocer en ella “un significado más serio y más profundo en relación con la esencia del mundo y nuestra propia esencia”, pues la música “no expresa el fenómeno sino la esencia íntima, el en sí de todo fenómeno, la voluntad misma”, y mientras las demás artes “no expresan más que sombras, la música habla de la realidad”. ¿Se excede Schopenhauer? Ya veremos que no.






[1] Las citas de Schopenhauer provienen del Libro III §52 (La música en la jerarquía de las artes) de El mundo como voluntad y representación El Ateneo, Bs. As., 1950. Hay otra versión en PDF disponible en Internet. Otros libros empleados y que serán citados ya sin más referencias de página, son el ensayo Schopenhauer de Thomas Mann, recogido en Schopenhauer, Nietzsche, Freud de Alianza, Madrid 2000 y L’estetique de Shopenhauer de Clement Rosset, PUF, Paris 2002.

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