Mejor arder antes que consumirse lentamente
Maximiliano Barrientos brilla con luz propia en la nueva camada de escritores latinoamericanos. Una casa en llamas, volumen de cuentos, potente e ígneo, así lo demuestra.
Nicolás
G. Recoaro
El asunto es bien conocido. La producción de las distintas literaturas nacionales
de América Latina por lo general tiene serias dificultades para atravesar las
fronteras internas de la región, salvo por obra y gracia de su “consagración” en
editoriales ibéricas o por antologías temáticas o nacionales.
La mayoría de las veces, los autores que escriben en Paraguay, Bolivia,
Chile o Perú tienen muy pocas oportunidades de ser leídos en Argentina. Sin políticas
estatales coordinadas, solo la labor de entusiastas o didácticas editoriales
independientes ha combatido esta problemática no sin aciertos, pero también no
sin dificultades de distribución y recepción.
Es así que el boliviano Maximiliano Barrientos ya era conocido en el
Cono Sur por antologías de narrativa contemporánea como la gaucha De la tricolor a la wiphala (Santiago
Arcos, 2013). Pero con Una casa en llamas
conoce su primera publicación argentina.
Este volumen de cuentos es una coedición entre la editorial porteña Eterna
Cadencia y la paceña El Cuervo. Una y otra casa cuenta con originales fondos
editoriales, una y otra traza puentes binacionales. Libros de Federico Falco y
Juan Terranova circulan en tierras
bolivianas, así como una novela de Bruno Morales y la colección de Barrientos
lo hacen en Argentina.
Barrientos es nacido y criado en Santa Cruz de la Sierra, la mayor ciudad
del tórrido oriente boliviano, cada vez más rica, opulenta y empresarial. Narrador
y cronista, Barrientos ha publicado Los
daños (2006), Hoteles (2007), Diario (2009, Premio Nacional de
Literatura de Santa Cruz), Fotos tuyas
cuando empiezas a envejecer (2011), cuentos; La desaparición del paisaje (2015), novela.
Los seis relatos que integran Una
casa en llamas se sumergen en densas profundidades. Sus personajes viven y
perviven atravesados por el alcohol, la errancia, la soledad, las pesadas
herencias familiares, la locura, el desamor, y aun por la redención.
Son hombres y mujeres, casi todos jóvenes, que antes de consumirse
lentamente, prefieren arder. Un luchador de catch curtido y casi cuarentón
enfrenta el ocaso de su carrera; una mujer busca vengarse del hombre que en un
pasado imposible de recordar -e imposible de olvidar- la entregó a un grupo de
secuestradores; un hombre abatido que le cuenta a una prostituta algunas
historias que vivió con su padre pirómano; un joven investiga unas imágenes de familia
que sin embargo parecen fotogramas de una película snuff. Personajes que
derivan por los anillos, hoteles, bares y otros canales de la “Miami sin mar”
que es Santa Cruz de la Sierra.
Barrientos emplea un tono frío, calculado, algo seco, pero que en sus
cuentos -que también tienen algo de cinematográficos- es efectivo. La
influencia norteamericana es una de las mayores en la “Miami sin mar”. Si Bruno
Morales había escrito a contrapelo de Las
confesiones de Nat Turner, Maximiliano Barrientos elige para el título de su
libro el de una novela del mismo William Styron, Una casa en llamas. Con esto, construye historias que retratan un
mundo hostil e inexplicable, donde se impone el drama de lo no dicho.
Lejos del costumbrismo, hay una filiación que hace dialogar a estos seis
relatos con la tradición literaria más norteamericana: Carver, Cheever, DeLillo
y McCarthy. Barrientos fue beneficiario de la beca para escritores residentes
de la Universidad de Iowa, y conoció el gran país del Norte. Con Una casa en llamas, Barrientos confirma
la potencia de una prosa que consigue derribar fronteras, porque descree de
todas ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario