lunes, 18 de enero de 2016

Libros

Mejor arder antes que consumirse lentamente

Maximiliano Barrientos brilla con luz propia en la nueva camada de escritores latinoamericanos. Una casa en llamas, volumen de cuentos, potente e ígneo, así lo demuestra.



Nicolás G. Recoaro 

El asunto es bien conocido. La producción de las distintas literaturas nacionales de América Latina por lo general tiene serias dificultades para atravesar las fronteras internas de la región, salvo por obra y gracia de su “consagración” en editoriales ibéricas o por antologías temáticas o nacionales.
La mayoría de las veces, los autores que escriben en Paraguay, Bolivia, Chile o Perú tienen muy pocas oportunidades de ser leídos en Argentina. Sin políticas estatales coordinadas, solo la labor de entusiastas o didácticas editoriales independientes ha combatido esta problemática no sin aciertos, pero también no sin dificultades de distribución y recepción.
Es así que el boliviano Maximiliano Barrientos ya era conocido en el Cono Sur por antologías de narrativa contemporánea como la gaucha De la tricolor a la wiphala (Santiago Arcos, 2013). Pero con Una casa en llamas conoce su primera publicación argentina.
Este volumen de cuentos es una coedición entre la editorial porteña Eterna Cadencia y la paceña El Cuervo. Una y otra casa cuenta con originales fondos editoriales, una y otra traza puentes binacionales. Libros de Federico Falco y Juan Terranova  circulan en tierras bolivianas, así como una novela de Bruno Morales y la colección de Barrientos lo hacen en Argentina.
Barrientos es nacido y criado en Santa Cruz de la Sierra, la mayor ciudad del tórrido oriente boliviano, cada vez más rica, opulenta y empresarial. Narrador y cronista, Barrientos ha publicado Los daños (2006), Hoteles (2007), Diario (2009, Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz), Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer (2011), cuentos; La desaparición del paisaje (2015), novela.
Los seis relatos que integran Una casa en llamas se sumergen en densas profundidades. Sus personajes viven y perviven atravesados por el alcohol, la errancia, la soledad, las pesadas herencias familiares, la locura, el desamor, y aun por la redención.
Son hombres y mujeres, casi todos jóvenes, que antes de consumirse lentamente, prefieren arder. Un luchador de catch curtido y casi cuarentón enfrenta el ocaso de su carrera; una mujer busca vengarse del hombre que en un pasado imposible de recordar -e imposible de olvidar- la entregó a un grupo de secuestradores; un hombre abatido que le cuenta a una prostituta algunas historias que vivió con su padre pirómano; un joven investiga unas imágenes de familia que sin embargo parecen fotogramas de una película snuff. Personajes que derivan por los anillos, hoteles, bares y otros canales de la “Miami sin mar” que es Santa Cruz de la Sierra.
Barrientos emplea un tono frío, calculado, algo seco, pero que en sus cuentos -que también tienen algo de cinematográficos- es efectivo. La influencia norteamericana es una de las mayores en la “Miami sin mar”. Si Bruno Morales había escrito a contrapelo de Las confesiones de Nat Turner, Maximiliano Barrientos elige para el título de su libro el de una novela del mismo William Styron, Una casa en llamas. Con esto, construye historias que retratan un mundo hostil e inexplicable, donde se impone el drama de lo no dicho.

Lejos del costumbrismo, hay una filiación que hace dialogar a estos seis relatos con la tradición literaria más norteamericana: Carver, Cheever, DeLillo y McCarthy. Barrientos fue beneficiario de la beca para escritores residentes de la Universidad de Iowa, y conoció el gran país del Norte. Con Una casa en llamas, Barrientos confirma la potencia de una prosa que consigue derribar fronteras, porque descree de todas ellas. 

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