La senda (poética) abierta de Jesús Urzagasti
A casi tres años de la muerte del escritor chaqueño, sale a la luz Senderos, poemario compuesto por 30 piezas concebidas en un frenético mes de trabajo (y trance). Van dos poemas de muestra, y un intento de explicación de la génesis de esta obra.
Martín Zelaya Sánchez
A propósito de su quehacer poético, escribió Jesús
Urzagasti: “en términos afectivos, los poemas que escribí en el curso de mi
vida, casi siempre con el aire de anotaciones hechas al borde del abismo, están
muy entrelazados”.
“Los que se quedaron inéditos -agrega- no necesitaban
ninguna confirmación; en cambio los otros echaron a andar sin declarar sus
antecedentes, confiados en esa casual y benévola luz que los árboles transmiten
hacia mundos de cuya hermosura nada sabemos. Sé que hacer del árbol un sinónimo
de la poesía es una arbitrariedad, en mi caso inevitable”.
No quedarán inéditos, pero tampoco echaron a andar del todo -al
menos no en vida del autor chaqueño- los versos de Senderos, poemario acabado y bendecido por Urzagasti, pero que no
alcanzó a ver la luz antes de abril de 2013, cuando falleció a los 71 años.
Felizmente este breve e intenso poemario llegará pronto a
los lectores. Se presentará en edición de La Mariposa Mundial el próximo
miércoles 27 de enero a las19:30, en el anexo del Espacio Simón I. Patiño de La
Paz.
“Senderos se escribió durante un súbito de 26
días de indefinible intensidad. Aunque los segundos estén contados para todos,
este detalle, quizás circunstancial, no lo es en absoluto, pues mirando con
destello, 26 días para escribir 30 poemas dan cuenta, por demás, del mundo de
un escritor marcado por los peligros que no se nombran cuando se es llamado a
atravesar un camino”, escribe Rodolfo Ortiz, director de la editorial paceña,
en “Senderos para Jesús Urzagasti”, texto que precede a los poemas.
En estos mismos apuntes introductorios, cita un testimonio Sulma
Montero, también poeta y viuda de Urzagasti; palabras clave para entender el
momento en que el libro fue creado, y por ende, para aprehenderlo de mejor
manera:
“En esa temporada Jesús estaba muy triste y se había recluido en sí
mismo, en su soledad, esa maga que siempre lo acompañó y que para él era
benéfica. Los poemas fueron escritos de un solo saque, y luego se decantó en
los detalles de su expresión. Su tristeza era por el hombre y su alejamiento de
la naturaleza y de su igual, por el Chaco que ya no era el mismo que conoció,
por la pequeñez de su familia frente a los grandes acontecimientos de la vida
misma y por la mezquindad humana frente a los más desamparados, a los que
amaba. Recuerdo que casi no dormía ni comía en la aventura de Senderos.
Coqueaba todo el día y para los detalles bebimos unos warisñaquis de
singani Casa Real etiqueta negra, claro yo lo acompañé con unos cuantos y Jesús
quedó como corresponde. Durante la concepción de Senderos escuchamos a
Gustav Mahler a todo volumen y nos sumergimos en un gran follaje nocturno. […]
Jesús siempre me contaba sobre los libros que escribía. Era parte de nuestra
vida estar involucrados con fantasmas, palabras, sonidos y silencios. Los
personajes aparecían y las imágenes se quedaban en nuestra casa onírica y les
dábamos vida entre charla y charla, entre mate y mate. Luego él se recluía a
hacer cierto el milagro”.
Estro poético
En una
entrevista que me concedió en 2007 o 2008, Jesús me confesó que para escribir
novelas debía prepararse larga y concienzudamente para trabajar, trabajar y
trabajar… mientras que en las temporadas en que le llamaba la poesía, debía -no
sin menor esfuerzo- “encontrar un trance, un estado intermedio, casi de
levitación”… un viento propio que solo los verdaderos poetas tienen-encuentran
(a veces, coca y warisñaquis de por medio, como cuenta Sulma, o simplemente
mediante un aislamiento temporal lindante con el ascetismo).
Sigamos intentando comprender la esencia poética del creador
de El árbol de la tribu. Vamos,
entonces, a su ensayo Los devotos del
viento. “Cada uno es llevado por un viento único, sea en calidad de brisa
matutina o de huracán nocturno (...) A lo mejor el poeta conoce de estas cosas
tanto como el austromante y seguro que tiene un anemómetro invisible para
averiguar la velocidad y la dirección de ese otro viento, que también es
caprichoso y nadie sabe con precisión de dónde viene y a dónde va, al igual que
los que soplan por el planeta entero”.
“Claro está –continúa Jesús en el mismo texto- no todos oyen
silbar el mismo viento y no todos los vientos, ni siquiera los alisios, ululan
de idéntica manera en la ancha geografía de la memoria. Y aquí no hay tu tía: o
vas con el viento a favor o te lanzas con el viento en contra. No queda otra.
Por eso algunos dicen: a nosotros nos separan hasta los vientos que nos soplan”
(…).
“El viento habla con los árboles moviendo sus hojas, y habla
también con los poetas, que lo asocian con voces que de pronto se convierten en
frondas henchidas de insólitos significados, gracias a su energía solar”.
Viento y árboles; muertos y otros mundos. Sin duda estas palabras,
estos estados-fenómenos conforman solas y entre sí gran parte del universo
urzagastiano; no solo de su lírica, pues su narrativa no es ajena a esta
impronta, reconocible ya entre los más sólidos y originales imaginarios e
identidades de la literatura boliviana de fines del siglo XX.
Claudio
Cinti, entrañable amigo de Urzagasti, traductor y gestor de la publicación de
parte de su obra en italiano, define a su poética como “una reelaboración
continua que expresa la variedad de la geografía física, como la variedad
cultural de Bolivia, donde el poeta realiza un andar que no es definitivo,
nunca se para, recorre con la memoria la zona natal del Chaco y la zona en la
que decidió vivir, el altiplano”, y acierta así, creemos, a ubicar la otra gran
veta y trasfondo del legado urzagastiano: la esencia de la Bolivia rural
trocada en urbana.
Para cerrar, rescato parte de una entrevista que le hicieron
en el número 3 (de mayo de 1977) de la legendaria revista Hipótesis dirigida por Luis “Cachín” Antezana y Gustavo Soto.
“Según las circunstancias escribo poesía o me dejo llevar
por la prosa –responde Jesús-. En mi difuso panorama hay, sin embargo, un lunar
que siempre he tomado como símbolo de lo perdurable, un secreto que rige mi
quehacer: ocurrió en 1958, en Salta, tuve un sueño extraño; de esas confusas
imágenes logré rescatar para el mundo diurno las tres cuartas partes de un
poema que alguien me dictaba haciéndose apreciar solo por la voz”.
“Nunca tuve a través de sueños referencias a novelas o
trabajos en prosa. Este fenómeno no es frecuente en la literatura, pero tampoco
es desconocido. Los fragmentos de ese poema y otros trabajos en prosa -como se
dice en Tirinea- fueron introducidos
en una botella, la que tiempo después tuve que enterrar en una quebrada,
dominado por un curioso sentimiento de culpa”.
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Trayectoria
y legado
Jesús Urzagasti nació el 15 de octubre de 1941 en la
provincia Gran Chaco de Tarija y cursó primaria y secundaria en colegios de El
Palmar y Villamontes antes de trasladarse a La Paz donde, tras un breve periodo
en Argentina, se asentó definitivamente.
Además de una vasta obra narrativa y poética, fue un
destacado periodista. Entre 1972 y 1998 trabajó en el diario Presencia, en el
que además de corrector y jefe de redacción fue durante muchos años jefe de la
sección cultural y director del suplemento Presencia Literaria.
Aunque su debut literario fue temprano -publicó Tirinea, para muchos su mejor novela,
cuando tenía 28 años- creó y editó buena parte de su obra ya en la madurez,
entre los años 90 e inicios de la década pasada. Esta obra, que en 1969 fue
publicada por editorial Sudamericana de Argentina, está considerada una de las
15 novelas fundamentales de Bolivia.
A ella su suman, en prosa, En el país del silencio (1987), De
la ventana al parque (1992), Los
tejedores de la noche (1996), Un
verano con Marina Sangabriel (2001), El
último domingo de un caminante (2003) y Un
hazmerreír en aprietos (2005).
Su obra poética abarca Cuaderno
de Lilino (1972), Yerubia (1978),
La colina que da al mar azul (1993) y
Frondas nocturnas (2008). También se
publicó su poesía reunida bajo el título El
árbol de la tribu.
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Un
hombre en la oscuridad
No es nada del otro mundo
imaginar a un hombre perdido en la noche
la cosa es mirarlo en un cementerio a oscuras
con un tacho de agua en la mano izquierda
una pala en la mano derecha
y un machete en la cintura.
En cambio tú has visto reverberar
escenarios más bellos bajo las nubes errantes
un corredor lleno de flores por ejemplo
o sillas de mimbre y persianas oscilando
entre la brisa de enero
y la vida en paños menores.
Sabías que la bienvenida de tus amigos
te anticipaba la canción del adiós.
Mañana retornarás al reino de las obligaciones
—una muchacha se quedará en la provincia
y encontrarás fogosos amores
en ciudades que parecen barcos a la deriva.
Mientras averiguas por tu cuenta
en qué consiste el misterio de todo
las preguntas de doble filo no te conciernen
y en tus ojos de animal en celo
ondula la geografía del paraíso.
Más te vale llevar una valija ligera
te lo digo yo que me quité el sombrero
ante el hombre que desbroza una tumba
mira que de repente pone los brazos en jarras
la luna colorada iluminando el monte
lo ha dejado como un niño asombrado
eso no lo podrías adivinar ni siendo brujo
al igual que tantas cosas
que suceden sin hacer ruido.
Más temprano que tarde
volverás a buscar lo perdido
a descubrir un hombre en la oscuridad
con su atado de coca y su cigarrillo apagado.
Ojalá escupiera sobre los yuyos o aullara
en su idioma sin palabras. Nada de nada.
Le basta con que los sepulcros
sean el eco de un silencio primitivo
donde no entran las penas del mundo.
En el tuyo tampoco caben las desdichas ajenas
sin duda te ayuda la pinta de individuo feliz
que sube de un brinco al último tren nocturno
y desciende por escalinatas de acero.
No te conozco para decirte lo que te digo
del hombre metido en el cementerio en sombras
el suyo es un gesto que sale del fondo de la vida
y se diluye en la hondura de un mundo ausente.
Me hubiera gustado beber cerveza contigo
antes de mirar al hombre trabajando de noche.
Ahora deberás caminar mucho para encontrarme
pernoctar en hoteles como un auténtico solitario
y cruzar miradas cómplices
con mujeres que nunca van solas.
Te hace falta lo que a mí me sobra
por eso no le digo nada al hombre del cementerio
cuestión de tacto y olfato para orillar el abismo
prescindiendo de bagatelas que aún te incumben.
Cierta tristeza ocultas al hablar con tus amigos
porque ni siquiera sabes quién eres
salvo un viajero desenfadado
mejor no te salgas de la ruta convenida
mira que el hombre de las covachas
podría botar pala y machete y sentirse cohibido.
La Paz, noviembre 1 de 2011
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Mi
habitación
Mi habitación es lluviosa como las tierras del sur
y en noches de luna
con sus altos y sombríos árboles
parece una estancia
salida de un sueño anterior al tiempo.
De sus paredes cuelgan bejucos fosforescentes
sombreros llicas espuelas bridas yesqueros
y en sus estanterías libros antiguos
y viejas herramientas
hablan de la precisión de un oficio
que levanta vuelo desde las manos
hacia un inefable idioma desconocido.
Cuando llega el verano
aquí la vida es tan clara
que las palabras reverberan
bajo un sol de fuego
y el mundo aceza como un perro cansado.
Todos han pasado
solos o acompañados
por esta lluviosa habitación
sin saber si quien la ocupa es un caracol
o un animal de estirpe no catalogada
habituado a peligros que no se nombran
y más denso que los ojos del misterio.
La Paz, diciembre 27 de 2011
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