LoveLoveLove
El Chicuelo, su mamá, su papá. Una historia de amor, una historia de Sopocachi y los otros barrios paceños… una historia de vida.
Vamos a suponer que era una casa recién terminada, la
primera a la que fuimos a vivir con tu mamá apenas nos casamos, Chicuelo, allá
por 1969, el 16 de julio para ser más exactos: el día en que el hombre pisó la
luna.
Un departamento pequeño cerca de la estación central, te
decía, postrado entre ecos y espacios vacíos y repleto de humedad y olor a pintura
nueva. Y estaba también el baño, hijo, con sus paredes cubiertas de cal y pintadas
de azul y también la tina, interrumpe mi papá desde ultratumba, tan inútil ahí
en medio, pero bonita, negrita, con esas patitas que parecían garras.
Las casas que habitaron tus papás. O la casa donde se
conocieron por primera vez. No: en mi caso mis papás se conocieron en un bus. Tantos
años detrás de ese dato sin poder hallarlo, pues siempre me contaban este
episodio a media voz o lo que es peor: con un sí o un no como respuesta. Pero ahí
están los dos. A, mi papá de ultratumba y B, mi mamá de la memoria escueta. La
pareja que viaja sola en el bus de la línea 2, el cual recorre las infames
calles de Sopocachi.
¿Cómo y cuándo la habrás visto por primera vez, papá de
ultratumba? ¿Qué te causó en el corazón? ¿Le tuviste miedo o quizá ternura?
Cero. Silencio. Como estás muerto vos te aprovechas. Así que recurro al malintencionado
chisme de las tías, esas señoronas de Sopocachi, ellas, las mironas, las criticonas,
las racistas (aunque voten por Evo), con esa moralina más allá del bien y del mal.
El vivo de tu papá habló primero con tu abuelo y se hizo
invitar a la casa. ¿Y cómo lo conoció? No saben. O ese dato ya no existe. Ahí
se les acaban sus destrezas literarias y afilan un cuchillo menos productivo:
el chisme. Y como mi papá es ya un fiambre mejor invento yo, el Chicuelo, que
para eso me dedico a esto de la literatura: te daba miedo mirarla, pa, creías
que era una mala persona y que a lo mejor te haría algo, un chiste, una majadería
efectiva contra un pobre, una mataperrada en contra del recién llegado de Uyuni.
Y por eso bajaba la vista cuando tu mamá aparecía en el bus de la línea 2, me
daba vergüenza ser como yo era, es decir, un nadie, y mi mamá diciendo a mí me
daba pena, la verdad. ¿No le irían a robar en esta ciudad tan mañuda? Qué le
iban a robar, si mi papá escabeche era más vivo que todos los de Sopocachi juntos.
La cosa es que un día, observen, mi mamá en medio del
patio de su casa, y vaya uno a saber por qué apareció mi abuelito por ahí a esa
hora y detrás de él, de la figura alta y escueta, bajando esas pendejas gradas de
la casa que se empecinan en seguir habitando, aparecí yo, hijo, nervioso y diciéndome
¿y si me bota de su casa ahora que me reconozca? Entonces nos presentó y luego
el vacío.
Hasta acá el chisme de las tías malintencionadas y más allá
solo las conjeturas, las invenciones mías, tuyas, Chicuelito, por intentar
comprender cómo estás acá y a estas alturas de la vida empiezo a ver uno de
esos encuentros que te cambian la vida: estremecidos y curiosos a la vez se
habrán saludado en el patio, mi papá fiambre le habrá dicho buenas u hola y mi
mamá, ya sabes como soy, hijo, un poco distante, quizá habrás emitido un seco hummm
y nada más. Y de ahí, de esos gestos, o a partir de esos gestos, estábamos por
nacer mis hermanos y yo, condenados a nacer en esas circunstancias.
Por esa época papá escabeche vivía, cómo no hacerlo, en
una pensión de mala muerte. Llegado recién de Uyuni, lo primero que hizo fue
participar del asalto a la casa de Claudio San Román y robarse unos discos de
vinil y luego (un amigo de la magia laboral uyunense) le consiguió un puestecito
de mensajero en el Ministerio de Gobierno.
Tenías que llevar, pa, mensajes por acá y por allá, tocar
puertas, cerrarlas, comprar cigarrillos y cocas friecitas para los burócratas
de esos años: patilludos, anteojazos, bigotes negros, camisas de cuello de
tortuga. ¿Y luego? ¿Cuándo habrás visto a mi mamá por segunda vez? Dime, por
fa, cómo fue que te armaste de valor para hacerlo. Y mi mamá: para regresar a
la casa de Sopocachi y tocar el timbre y esperar y preguntar por mí. ¿No habrá
salido ese día una de tus hermanas a poner cara de muerto? Conociéndolas todo es
posible. ¿No te acuerdas vos? Yo ya estoy muerto, negrita, solo me acuerdo de
cosas bonitas (y tus hermanas no están en la lista). Entonces que el Chicuelo
se invente, ¿no se las da de escritor el muy idiota?: saldrías, ma, y lo mirarías
y dirías ¿y ahora qué quiere este? Y como yo era un fregado frente a los demás
pero ante las chicas me hacía invisible (tu herencia, pa) solo balbuceo un
perdón, estoy buscando a…
¿Qué cosa quiere?
Ahí se me acaba la imaginación, ma, ¿qué más digo?, ¿no
me puedes ayudar un poquito?
Que al fin habló, que al fin dijo algo que se podía
comprender y que ella, tu mamá, que mi papá no está, que mejor no vuelva, esta
es una casa decente para que lo sepa. Y eso ya se veía venir: el portazo en las
narices de mí papá cadáver.
No quiero imaginar los días chillando en tu cuarto de
empleadillo público, pa, escuchando los discos de Los gatos salvajes: “…viento
dile a la lluvia, que quiero volar y volar…”. A lo mejor puteando por primera
vez por tu pobreza, por tus ropas y maneras provincianas, por ser de Uyuni y
estar en esta ciudad que mi hijo odiará profundamente: ahí surgió el coraje, tu
coraje, la resolución que a mí me hace falta, pa, la resolución que no heredé.
No, estás equivocado una vez más, Chicuelo: fue un golpe
de suerte más bien, pues alguien me dijo hay un trabajito, que si no quieres
ganarte unos pesos extras el sábado. Nada del otro mundo, solo construir un
murito en una casa en Sopocachi.
Y una vez más el milagro. LoveLoveLove. Mi abuelito con
mi mamá en el mismo lugar de la anterior oportunidad y se habrán saludado como
si nada y yo enojadísima ¿quién se habrá creído este para…? Y cuando bajaba las
estúpidas gradas de Sopocachi se cayó rechistoso, de espaldas, rodando hasta abajo.
¡Ya se mató! Todos corrimos, y como yo estudiaba ya enfermería lo primero que
le pregunté fue: ¿se siente bien? Hay que tomarle el pulso, controlar la
presión, ¿y si lo llevamos al Obrero de emergencia?
De pronto el contacto de mis dedos con los de ella,
Chicuelo. El par de ojos auscultándome. No me duele nada, estoy bien, siempre
bajo así, digo, siempre me caigo así, y luego mi sonrisa, hijo: esa señora sería
tu mamá, ya estaba dicho. Y ahí se hicieron amigos. Usted es un bruto, ¿no le
enseñaron a caminar de chiquito? Y mi papá yo soy de Uyuni, así que corro con
los trenes desde que nací, camino desde que tengo uno, y mi mamá ¿y le parece chistoso?,
si se daba en la cabeza no la contaba: sí, tu mamacita, Chicuelo. Aunque ahí también
la moral se me iba por el piso, hijo, primero preocupada por uno y después eres
invisible, no te conozco, ¿por qué las mujeres siempre nos tratan así, ah? Yo
me pregunto lo mismo, padre fiambre, me pregunto lo mismo.
Eran cosas solo para calentarte la cabeza, para que no la
perdieras de vista, y mi mamá diciendo nosotras sabemos con quién queremos con
solo mirarlo, y yo sabía que tu papá iba a caer tarde o temprano. Ah, y no le
digas padre escabeche, padre fiambre, padre difunto. ¿No tienes respeto por los
muerto, vos?
La verdad… no.
Según las “desinteresadas” crónicas familiares de mis tías
empezó el escándalo mayúsculo. ¿Cómo iba B estar enamorando con semejante
cholito? Drama de telenovela mexicana. ¿Qué se cree ese enano de A para venir a
verla a cada rato? Drama gamonal boliviano. ¿Tendrá una profesión por lo menos?
Trauma de clase media en decadencia.
Sin embargo, ocurrió algo. LoveLoveLove. El amor que
estas generaciones comprenden de otra manera (o lo desdeñan porque se creyeron
esas mentiras de la modernidad), ese amor se hizo insuperable, impaciente: quería
que venga a la casa todos los días, hijo, para que me pregunte cosas sobre las
que estaba estudiando. ¿Y no le da miedo cuando pincha a alguien? ¿Y se le ha
muerto alguna persona en brazos? ¿Y cuánta sangre ha visto en toda su vida? Y
yo le decía no sea tonto, ¿cómo hace semejantes preguntas? Usted parece un
imbécil, ¿cómo cree que puedo pensar en esas cosas?
Te enojabas. No le hablabas. Todo era una apariencia: ya
lo querías, burra, no te hagas, ya estabas enamorada de él. Y mi papá escabeche
felicísimo porque además del amor me iban a subir de puesto y eso significaba
callarles la boca a tus tías dizque decentes. Ah, Chicuelo, ¿por qué dicen que
la humanidad está cambiando si seguimos haciendo lo mismo?
Y pasó el tiempo, las tías lo seguían viendo mal aunque
aparentando (me perdonaron el ser cholito solo el día en que me morí, no se
hagan a las inocentonas): lo malo de los de Sopocachi es que por más que voten
por Evo siguen siendo igual de racistas.
La cosa es que al fin se hicieron novios. ¿Con qué
palabras? ¿Cómo venciste la timidez que me heredaste, pa? Vaya uno a saber, Chicuelo,
eso es un misterio. Lo cierto es que fueron los días más felices de mi vida. Paseando
con tu mamá por esta ciudad que tanto me gustaba (no como vos, cangrejo, que la
odias sin razón alguna), conociéndola a la perfección, y eso me gustaba un
montón de tu papá, hijo, me encantaba que me dijeras los nombres de las calles
y los tramos que hacían los buses de esas calles que yo por sopocacheña desconocía.
Y yo felicísimo que tu mamá me preguntara esos detalles, que qué es eso, que cómo
se hace eso, que por qué ese tu amigo te dice Chato, que por qué ese señor que
nos saludó es tan feo.
Y ahora mi mamá pierde la memoria, mírenla, olvida las cosas
de manera irremediable o recuerda pasajes de hace décadas y uno debe seguirle
la corriente y reír con ella. Mentira. Lo que no se olvida es esta frase, hijo,
léela, esta detrás de esta fotografía mía que yo le regalé a tu papá en una Navidad.
Léela y aprende, cabezón, a ver si alguien te hace caso: ¿qué mejor evidencia
de que me amó?, dice mi papá fiambre, ¿alguien te escribirá alguna vez algo
semejante, Chicuelín?
La frase de marras está escrita detrás de una foto de mi mamá
de jovencita, cuando todavía tenía la memoria transparente como la cerveza Sol:
“Ángel: para ti con todo corazón de la mujer que te quiere. Bertha Zárate. La
Paz, 24 XII-68”.
Y todo lo demás, imagino, tendrá que ser tan solo silencio.
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