lunes, 4 de enero de 2016

Entrevista

Memorias de un “niño comunista” en La Paz


El escritor peruano Juan Manuel Robles cuenta la génesis de su novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría, que tiene pasajes inspirados en sus vivencias en la Bolivia de los años 80.



María José Ferrel 

El escritor peruano Juan Manuel Robles publicó su primera novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría (Seix Barral, 2015) en la que, a través de la ficción, evoca recuerdos reales sobre La Paz -donde pasó parte de su infancia- y la inteligencia cubana en el país.
Robles comenta que se inició en la literatura a través del periodismo, específicamente con la crónica, mientras estudiaba escritura creativa en Nueva York y a la vez asistía a talleres y cursos especiales con maestros como Rizard Kapuscinski y Tomás Eloy Martínez, entre otros. Por varios años publicó en las revistas Etiqueta Negra y Gatopardo, y finalmente con su primera novela editada en mayo pasado, “que está recibiendo muy buenas críticas”, se decantó, al parecer definitivamente, por la ficción.
“La crónica me permitió entrenar la prosa. Es un género tan completo que se pueden ensayar muchos recursos y estrategias narrativas. En 2008 publiqué Lima freak, un libro de crónicas de personajes que ya no existe y se trafica entre dealers de libros. Paralelamente, siempre he escrito cuentos y relatos. Digamos que la crónica fue un accidente feliz, porque desde siempre mi mayor interés era la ficción”, señala Robles en una breve entrevista aprovechando su visita a La Paz, ciudad fundamental en su formación.
En Nuevos juguetes de la Guerra Fría relata cómo en 1985 fue parte de una escuelita pionera comunista ubicada en el barrio de La Florida, cerca de la plaza Humboldt en la zona Sur paceña, a la cual iban muchos hijos de funcionarios de la Embajada de Cuba en Bolivia.
“La escuela se llamaba El guerrillero heroico, y estuve cuatro años allí, hasta que cayó el muro de Berlín. Fui un pionero comunista en el altiplano: pantalón rojo, camisa blanca, pañoleta azul, boina. Un pionerito que vivía cómodamente en la zona sur, claro. En San Miguel, en Irpavi. Un niño que amaba al Che pero también moría por los GI Joe”, relata Robles quien recuerda que siempre quiso hacer literatura de esa experiencia, pero la ficción “solo echó a andar cuando intervino el tema de la memoria, como esa cualidad maravillosa y frágil de la que no sabemos tanto”.
La historia fue escrita como una forma de “re descubrir” recuerdos del literato a través de la revisión de diferentes documentos desde Nueva York, “porque resulta que los funcionarios de esa embajada (cubana), los papás de mis amigos, eran agentes de inteligencia cubana. ¡Estaban en las listas negras de los documentos desclasificados! Y fui escarbando…”.

- ¿Cómo te iniciaste en la escritura, y cuándo decidiste dedicarte íntegramente a ello?
- Empecé un poco tarde, en la adolescencia, diría que cuando volví de La Paz a Lima; de hecho, diría que la nostalgia por La Paz y por algunas personas me motivó a escribir. ¿Será que nunca me había sentido tan solo?
El otro día me preguntaron por un libro valioso y recordé la Guía de Calles de Lima de 1993; lo asombroso es que cuando recuerdo ese viejo libro de planos, recuerdo también La Paz, bajar en bici la Avenida del Poeta; la Florida inundada. La memoria hace conexiones así, raras, une constelaciones neuronales que, a veces, permanecen unidas así pasen los años.

- ¿Cómo fue tu acercamiento con Seix Barral, una de las editoriales más grandes de Hispanoamérica, para la publicación de este trabajo?
- El libro salió en 2015 por Seix en Perú y Colombia. El 2016 saldrá en España, México y Argentina. Fue una circunstancia afortunada que tuvo que ver con las gestiones de mi agente, Willie Schavelzon, el interés de mi editor peruano hoy en Colombia, Sergio Vilela y la buena impresión que le causó mi novela a Antonio Muñoz Molina quien fue mi maestro en el programa de Escritura Creativa, y tuvo la enorme generosidad de recomendarla (y que, dicho sea de paso, fue quien me insistió en que debía terminarla sí o sí). Hoy ultimo detalles de la edición española.

- ¿Puedes adelantar un poco de qué trata Nuevos juguetes de la Guerra Fría?
- Podría decirse que esta es una novela de aprendizaje que se convierte en una novela de espías. Un hombre quiere sobrevivir en Nueva York para cumplir su sueño de escribir. Tiene una historia atractiva, la de su pasado como pionerito en la escuela de la embajada de Cuba en Bolivia en los años 80, y quiere contar esos años. Pero en el camino se da cuenta de que su verdadera obsesión es la memoria, el registro del tiempo, y que no sabe nada… nada de nada… No sabe ni siquiera quién es su padre.

- ¿Que te dejó el proceso de escritura de este libro?
- Muñoz Molina me dijo alguna vez que lo que uno aprende escribiendo una novela no sirve de nada para la siguiente. Siempre lo recuerdo. Aun así, creo que si hay una sensación que ya conoces, o que aprendes a conocer, la de encerrarte o excavar bajo tierra, o como dice el propio Muñoz Molina, “tejer un capullo”. Esa sensación sí es clara, dolorosamente clara: saber que no hay fórmula mecánica posible sino un pantano enorme con una luz débil al final. Pero claro, en términos de escritura uno no puede dejar de pensar que sí se aprende algo después de 400 páginas.

- ¿En qué proyectos estás en la actualidad?
- Escribo una crónica para un proyecto de Leila Guerriero. Quiero ver cómo está ese corazón cronista. En las últimas crónicas que he escrito, me he dado cuenta de que escribir ficción le hace bien a los textos periodísticos, pero no de la forma más obvia -inventando cosas- sino con ciertas texturas y voces.

La novela me parece un género perfecto para narrar mundos posibles, y a veces en la crónica esa habilidad es necesaria para mirar mejor, con más horizontes. (ANF)  

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