lunes, 25 de enero de 2016

Etc.

En este lugar florecen dalias



Poética del exilio, del dolor y la memoria. Exiliados de ayer escriben sobre exilios de hoy.


Carlos Decker-Molina

La guerra “inspira a los tiranos a decir largos discursos, a condecorar generales, a desarrollar la industria de la protesta, pero la guerra inspira también a los poetas”.
Con las palabras de Dunya Mikhail, una escritora iraquí,  comienzo esta nota que será una recopilación de fragmentos poéticos sobre el exilio.
El exilio es el fruto del árbol podrido de la dictadura o de la guerra. La Bolivia de los dictadores mandó decenas de miles al exilio. Hoy es una palabra ajena al vocabulario político, pero no está mal recordar la historia, la de los huidos y perseguidos, quizá el hecho tonifique el corazón de la democracia.   
Esta vez los refugiados, los exiliados, los huidos son fruto de una guerra fragmentadora no solo de territorios sino de almas y de cuerpos. No solo son musulmanes, hay cristianos y ateos. Tampoco son solo árabes, asirios, baluches o kurdos. Son también iraquíes, sirios, libios, afganos y de no-se-dónde.
Algunos llegaron solo con sus pies porque sus corazones quedaron sepultados en la tumba de sus padres. Ataúdes vacíos en los que enterraron una hipótesis.
Los más recalaron en Alemania y Suecia. Algunos países se taparon los ojos, los oídos y la boca para no recibir extraños. Son países de políticos con corazón de alambre y cara de muros de cemento. Arañas que tejen su propia trampa.
Primero la huida, después el exilio, luego “un rio seco, ¿acaso tendrá alguna orilla?” (Abei’er).
Han pasado 40 años de mi última huida, la mía, la personal. Y, aún no olvido la voz del primer borracho de libertad al que escuché cantar unas coplas en el bar de un puerto de donde siempre se partía: “Soy gajo de árbol caído / que no sé dónde cayó. / ¿Dónde estarán mis raíces?/ ¿De qué árbol soy rama yo?”.

“El árabe es un idioma que gusta de largas frases, de largas guerras, de largos cánticos, de largas noches, lágrimas caídas por el tiempo perdido que pretenden vida eterna, en la muerte eterna” (Dunya Mikhail)

“La huida me transformó en un extraño, creo que es un regalo de la vida” (Masoud Vatankhah)

“Hay relatos que te pueden matar” (Chris Abani)

“Justo el momento en que el TNT se transforma en gas puedo escuchar con nitidez mí propio silencio, es una mezcla de lluvia y recuerdos” (Ghayath Almadhoun)

Cuando repaso estos textos escritos hace un par de meses, guardados no sé para qué, surge el problema de mi propia letra, a veces no puedo descifrarla, entonces convoco a mis amigos árabes para volver a la fuente y traducir al sueco y luego al español. Es un proceso de palabras.  Taleb y Heba me dicen: “las palabras son nuestro único bien”.

“Estamos en un sitio en el que no poseemos nada, no somos dueños ni siquiera de nosotros mismos”. (Dima  Wannous)

Pasó la navidad, comenzó el año nuevo. El viento invernal sigue levantando uno que otro papel de regalo arrancado de algún basurero público. 

“Tiene una barba tan larga como la guerra / un traje rojo igual a la historia. / Me pide un deseo con la promesa de la realidad/ Porque eres una chica buena, me dice / te mereces un juguete. / Cuando advierte mi duda, susurra: / No te inquietes mi niña / soy el viejecito que regala cosas bellas a los niños buenos/ ¿No me has visto antes? / Le respondo: el viejecito que conozco estaba vestido con uniforme militar / Regalaba a cada niño huérfano/ sables ensangrentados/prótesis / y retratos de sus padres muertos/”.  (Dunya Mikhail)

La niña refugiada va a la escuela, es su primer día, la acompañan sus padres y un traductor. La maestra sale al patio a recibirla, la abraza y la da la bienvenida en un idioma extraño, pero Yazmin sigue risueña, está feliz de asistir a la escuela, no importa que aún no entienda el sueco, hace un año y medio que no va a la escuela.
La reciben curiosos sus compañeros de aula, ella levanta la cabeza y dice algo. Todos quedan en silencio, nadie entiende nada, hasta que el traductor, lentamente busca las palabras adecuadas y pregunta: “¿En este lugar florecen las dalias?”.


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