Ellipsism, la descomposición tras lo perceptible
Comentario sobre el más reciente trabajo de la banda musical boliviana Enfant.
Alex Aillón Valverde
Nada puede ser tomado de manera
literal en Ellipsism, el disco que
hace algunas semanas Enfant liberó al cibercosmos para todos los usuarios de la
red.
Si algo caracteriza a este trabajo
es lo que se sugiere y no lo que salta a primera vista. Es por esto que las
ilustraciones de Rosemary Mamani, desde la portada, nos convocan a buscar lo
que pueda esconderse tras la propuesta musical de Enfant: lo que llama a ser explorado, lo que se descompone tras lo
perceptible.
Y es que Ellipsism no es para nada un disco complaciente -y en esto coincide
con el resto de la producción del colectivo “El otro baile”. Ellipsism es un cuerpo lleno de
precipitaciones rítmicas, de ataques violentos que sacuden, que penetran, que
rompen y que luego dan paso a una extraña paz que tiene que ver más con luces
opacas, presencias como fantasmas, sombras cibernéticas, apariciones,
destellos, soledades, invisibilidades.
Enfant ha logrado así -aunque suene
a cliché- un extraño artefacto sonoro que a pesar de haber sido armado en
diferentes escenarios, desde diversas sensibilidades, consigue unidad y trabaja
muy bien con los vacíos, con los silencios, que son los que al final componen
una obra de arte y hacen visible el determinado espíritu de una época. Un
espíritu que yo creo advertir en esta generación de
artistas/exploradores/viajeros.
En este trabajo vemos cómo las
diferentes preocupaciones que han llevado adelante estos jóvenes músicos, en
los últimos años, penetran el material sonoro de Ellipsism: su acercamiento a la música experimental, al rock (como
matriz), a la música nativa boliviana y a lo popular entendido como lo que se
extrae de las sensibilidades erigidas por el mercado común musical, al que
lamentablemente ya nos tiene acostumbrados la mayoría de artistas de la escena
nacional.
Es la violencia en soledad (en lo
que pudo haber sido) lo que nos plantea Ellipsism;
pero es en esa violencia angustiosa, esa violencia encarnada en una imagen de
mujer, con nombres de mujer, donde se condensan todos los sentimientos que
hacen que el arte sea arte. No existe ninguna forma de complacencia en el
disco; todo lo contrario, se da una exploración descarnada, visceral de nuestra
naturaleza, una aplicación de todos los recursos disponibles para poner en el
escenario de la vida todas nuestras miserias, temores y fortalezas.
Nos adentramos, entonces, en un
paisaje musical que de a ratos parece difuminarse (como los cuadros de Mamani)
en sonidos caóticos, en ruidos que se entrecruzan y que incluso impiden
claridad: la apuesta no es por la luz, sino por la búsqueda en la oscuridad,
donde todo se desvanece y es parte del gran silencio universal, allá donde
nacen todas las preguntas, no las certezas, no los lugares convenientes para
sensibilidades cómodas.
Así, el nuevo proyecto de Enfant propone
una otra música que se impone por
sobre las estructuras convencionales. La banda apuesta (aunque al mismo
tiempo se juegue y exponga) a generar formas musicales transgresoras y hasta
obscenas (no olvidemos que etimológicamente lo obsceno es lo que está tras el
escenario, lo que no se ve, lo que se intuye como aparataje de la
representación artística). Y en este sentido, Ellipsism arriesga a presentarse -desde lo conceptual- como un
disco que desentraña los procesos mismos de creación como parte sustancial de
la vida, con sus ruidos, arritmias, silencios; pero también con su poética y
lirismo descarnados.
Ellipsism, así, repercute en
un devenir sonoro al interior del cual, las variaciones y cortes se dan por las
tensiones entre los sonidos, entre las texturas sonoras; o también en la
conjunción de tiempos que conforman una cosmética (como búsqueda del orden
estructural) del caos de la vida en la música, o de la música para la vida.
Y es que la confluencia de sonidos y ritmos disímiles no hace sino
generar preguntas constantes en el escucha. Los tiempos, identidades y espacios
trabajados por Enfant -en y desde los sonidos-, reflejan eso que desde lo
“normal” tratamos de esconder, que desde la música convencional hemos
naturalizado, y que en el fondo no es sino la confrontación vital de los cuerpos
sonoros.
La apuesta de Enfant se torna desde esta perspectiva política: un
manifiesto musical, un disco que incomoda porque así tiene que ser, porque así
ha sido concebido. Y eso es
lo que en verdad pretende Ellipsism,
tratar de llevarnos tras el escenario, donde las cosas son otra cosa, donde la
vida se descompone, donde el arte erige su imperio. Es un alto riesgo, es
cierto, pero alguien tenía que asumirlo.
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