Roberto Echazú, el héroe del silencio
De un poeta a otro. Hace algunos meses Julio Barriga aceptó compartir su flash memory en una noche de tertulia y aceptó, además, ceder este texto para publicarlo en una ocasión especial, como esta.
Julio Barriga
Roberto era un tipo desconcertante y genial,
con una particularidad que lo distinguía del resto: podía decir cosas bellas y
profundas sin perder el aire apacible de quien dice cualquier minucia.
Por muchos años fue, sin dudas, uno de los más
importantes poetas vivos de Bolivia cuando los grandes -Cerruto, Suárez, Ávila
Jiménez, Saenz, Camargo, Bedregal…y un corto etc.- ya habían muerto.
Por muchos años, también, él y Jesús Urzagasti
-su viejo compañero de aventuras y el otro escritor señero producido por la
región y desaparecido un poco después que Roberto-, fueron de los pocos
bolivianos incluidos en antologías latinoamericanas, como la del poeta
argentino Aldo Pellegrini en los 60, y aun en la del prestigioso crítico
peruano Julio Ortega, alrededor del año 80 del siglo pasado.
Fue también con Urzagasti que en una etapa
cordobesa de sus trashumancias pergeñaron la legendaria y hoy imposible de
conseguir revista de literatura Sísifo,
que contó con la colaboración de una de las más altas voces de la poesía en
español: Alejandra Pizarnik.
La poesía de
Roberto es como la fuerza de la gravedad, poderosa pero sutil. Atraviesa todas
las cosas y las orienta hacia un secreto núcleo o eje cenital, con lo que
quiero nombrar a una poesía central como el amor, que es ese evidente y oculto
centro al que tiende la poesía en particular y toda actividad humana en
general. Recuerdo que J. Barnes dice que parte del amor es prepararse para la
muerte, algo que Roberto podría suscribir en cualquier instante.
La de Roberto es
una poesía que se inscribe en el dolor, en la soledad y el silencio como las
únicas instancias de ser felices que tenemos en la fugacidad de la existencia, lo
que muy pocos querrán reconocer por cristianos que se pretendan. Roberto es ese
autor de tour de force de arquitecto
que trabaja con escasísimos elementos erigiendo una catedral de silencio. En
Roberto encuentro la perseverancia de los sombríos signos de la pena en un
contrapunto silente de melancolías luminosas y oscuros júbilos.
Roberto escuchaba
lo que decían el mundo y las cosas, pero podía abstraerse del sonido y la
furia, de los gritos y los susurros para oír aquello que el mundo y las cosas
callan, lo que las cosas humildes y las gentes humildes y cotidianas, anónimas
e irrepetibles silencian en su fuero interno, pero que es lo que más pesa y
vale; la fuente y origen de lo que en verdad es uno y en verdad son las cosas,
privilegiando el silencio como una forma de comunicación más profunda y
verdadera.
Y redundaré
recordando aquello que dice Cernuda en el Soliloquio
del farero: “Por ti, mi soledad, odié a los hombres / en ti, mi soledad,
los amo ahora”.
Poesía minimalista
y ajustada como una ejecución, él mismo decía risueñamente: “yo no escribo:
corrijo”. Su procedimiento me parece similar a zarandear cinco camionadas de
arena para extraer un gramo de oro. Sencillez y franqueza esenciales en el
hombre a través de quien han pasado dos mil litros de vino tinto, produciendo
música incomparable.
Y también la poesía
puede hacer esto: alzar del suelo una cosa cualquiera y levantarla hasta las
estrellas. Poesía que ocurre cuando se produce una pequeña victoria de la
belleza y/o inteligencia sobre la fealdad y/o la tontería del mundo. Roberto
era una especie de vara de San José, pues a su admiración y amistad concurrían
tanto los viejos cuanto los jóvenes poetas. Y había en él aquello que aun
hablando del precio de las papas, se refería a la poesía. En cambio otros
poetas tarijeños, aunque hablasen de Shangri La o Xanadú, parecía que hablaran
del precio de las papas. Tenía una voz que escarbaba hondo como una pala en el
ripio y la arena de la condición humana.
Él es, opino muy
personalmente, el mejor ejemplo que conozco de asimilación de influencias y
realización de estas con un máximo provecho (mutuo). No puedo dejar de oír en
sus mejores momentos la mejor voz de Saint Jhon Perse o Cerruto o Rulfo.
Irradiaba por fuera
una rotunda alegría de existir, pero si avanzabas hacia su interior podías
precipitarte en un abismo negro y hondo. Construyó trabajosamente su muerte con
los materiales de su vida y así logró expresar la profundidad y la altura
del sentimiento con muy pocos elementos.
Para entender esta
poesía haré una analogía: hacen falta un entrenamiento y una disposición
especial como en el caso de los dibujos 3D que estuvieron de moda hace algunos
años, cuyo entrelazamiento de diseños repetidos logra al fondo en una
tridimensionalidad (aparente) un diseño mucho más grande. Es un poeta en quien
cabe festejar tanto los dones de la palabra cuanto los del silencio, alguien
que fue dueño de su vida y su muerte y tuvo el valor y la capacidad de ir hasta
el fondo de sí mismo y mirar cara a cara su fin, caminar por el borde de su
abismo sin esperanza y sin desesperación y con la fascinación y la seguridad
del vértigo.
La última época de
su existencia mortal, tuve el extraño y aun no bien digerido privilegio de
compartir sus laconismos y recibir un alto e ignoto magisterio consistente en
una actitud ante la vida y frente a la muerte. Energías secretas despiertan
frente a la muerte. Él escaló la cumbre de su muerte el año 2007 y me hizo
trepar a mí también al carro de sus célebres ascesis y ascensión.
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