La música para cine de Cergio Prudencio
No puede pasarse por alto, dice el autor, la calidad y trascendencia de la banda sonora a la hora de valorar integralmente las películas. Y es así que repasa la obra del compositor boliviano.
Bernardo
Prieto
En
2012 Vértigo, la sensual y obsesiva
película de Alfred Hitchcock, fue seleccionada por la revista británica Sight and Sound como la mejor película
de todos los tiempos. Despojando así a The
Citizen Kane (El ciudadano Kane)
de un reinado de más de 50 años. Sin embargo -en el primer puesto- algo no cambió: Bernard Herrmann compuso la
música de ambos filmes.
En
2014 se publicó la selección de las 12 películas fundamentales del cine
boliviano, en la que Jorge Sanjinés es el único director que tres largometrajes
seleccionados; no obstante, Cergio Prudencio fue la constante más importante de
la selección: como compositor de la música de cuatro de las 12 películas
elegidas
La
relación entre música y cine es antigua, y antecede con mucho a la relación del
cine con la palabra y el diálogo. Antes de que el mundo, en 1928, se
sorprendiera con The Jazz Singer (El
Cantante de Jazz) -la primera película sonora. Pianistas, orquestas o
agrupaciones de músicos acompañaban las imágenes proyectadas. Asimismo, muchos
de los mejores compositores del siglo XX realizaron trabajos originales para el
cine; por ejemplo, Shostakovich y Prokofiev escribieron ambos para el cine
ruso; Copland y Thomson para el cine estadounidense; así como Alberto Villalpando
y Cergio Prudencio para el cine boliviano.
La
situación de Bolivia excede lo extraordinario ya que nuestros más grandes compositores
contemporáneos -Villalpando y Prudencio- son parte vital de nuestro cine. Y sin
embargo, no existen acercamientos críticos más o menos serios sobre su
influencia e importancia. En la antología que forma parte de la investigación y
selección de “Las 12 películas fundamentales de Bolivia” ninguna apreciación
crítica (entre las varias monografías) discurre aunque sea sutilmente sobre la
importancia de la música en el cine. Y los textos históricos y críticos más
generales solo hacen una mención brevísima.
El
problema teórico (e histórico) es que se percibe al cine como una forma de arte
muy próxima a la literatura, y por lo tanto simplemente narrativa, reduciendo
así también la idea de literatura, en la que la música solo tiene un simple efecto
psicológico o manipulador -que es justamente lo que denunció Adorno. De manera
más general: la importancia de la música es constantemente subestimada dentro del
mundo académico o crítico nacional especializado en cine. La lectura de
partituras, por ejemplo, es vista como una cuestión sumamente técnica y el
conocimiento de la tradición (desde las primeras manifestaciones de música
litúrgica -canto llano- pasando por Bach hasta Boulez) simplemente para
especialistas.
¿Cómo
hablar sobre música y cine? La mejor forma de comprender y apreciar una obra de
arte es situarla en relación a otras obras: escuchar a través de la tradición.
Prudencio no solo ha sabido beber de la tradición occidental -y especialmente
de la vanguardia creativa de Schoenberg, Stockhausen, Varese y Nono (este
último fue su maestro) sino, y es aquí donde se encuentra su riqueza creativa,
de la música aymara. El estudio y la incorporación de toda la tradición de la
música aymara tal como ha procedido Prudencio no es, a diferencia de muchas
aproximaciones de la tradición occidental, ansia de exótico color o de
extensión tímbrica. La utilización de toda una gran variedad de sikus,
pinkillus, pífanos, wankaras, etc. es un importante acontecimiento creativo; no
es una “adaptación” sino una “wakit'aña” (concertación de voces) filosófica,
técnica y –obviamente- sonora de la tradición aymara y la tradición occidental.
Esto
se hace evidente en el tratamiento organológico y el conocimiento profundo de
los instrumentos andinos -creando una notación, digitación, ataque y dinámica
particular. Pero también en la estructuración formal de sus obras, incorporando
tiempos cíclicos y construcciones armónicas y melódicas complejas y diferentes
-que se apartan claramente del desarrollo temático tradicional. Las mejoras
obras de Prudencio, como Nomis Ravilob,
La cuidad, Los cantos crepusculares, poseen una densidad sonora comprable a
las grandes orquestaciones de Mahler o Bruckner, y sin embargo guardan una
sencillez e imaginación compositiva íntima y evocadora.
La
música forma parte de la creación de sentido en el cine. Y no solo es, o
constituye una forma a posteriori de complemento dramático. La música compuesta
para cine por Prudencio tiene la virtud de ampliar la riqueza del universo que
presenta la película, y no ser una simple “acentuación” o un “refuerzo” de la imagen.
La maestría técnica de Prudencio se encuentra al servicio de la estética
particular del director y por eso mismo cuando se escucha y mira las películas
de manera general, es posible notar la variedad de los estilos, las técnicas y
las relaciones establecidas con la imagen. La versatilidad de un compositor que
puede escribir música mozartiana para algunos cortos de Jesús Pérez o,
reconstruir música europea del siglo XV utilizada en Para recibir el canto de los Pájaros, le permite también escribir música
sensual y oscura para el El Atraco,
de Paolo Agazzi.
Aun
así la mejor música compuesta por Prudencio es aquella que se encuentra más
próxima a su universo sonoro, y no tanto a la reconstrucción histórica o una
partitura más tradicional o lúdica. La vanguardia, que constituye el corazón de
su trabajo como compositor, encuentra la forma perfecta en las películas que
proponen una estética más arriesgada; en estas películas la música y la imagen
se “concertan” y se encuentran sin disolverse una en otra. Entre todas las
películas musicalizadas por Prudencio, esto se hace más evidente en La nación clandestina” y Zona Sur. Así, la película de Sanjinés
sin el profundo lamento de las sonoridades andinas perdería fuerza,
contundencia y poder narrativo. La película de Valdivia sin los largos periodos
de sonido electroacústico o, sin el peculiar y repetitivo arpegio de charango y
la voz melódica del saxofón, resultaría menos sugerente y emotiva.
Agambem
explica que los verdaderos contemporáneos saben mirar, a través de la luz, las
tinieblas de su propio tiempo. El cine es el arte que representa perfectamente la
visión de Agambem de lo contemporáneo: es luz y sombra a la vez. El cine es el
creador de nuestra moderna mitología y brinda sentido a nuestro Mundo. Cergio
Prudencio ha ayudado significativamente en esta labor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario