lunes, 17 de abril de 2017

Cine

La música para cine de Cergio Prudencio


No puede pasarse por alto, dice el autor, la calidad y trascendencia de la banda sonora a la hora de valorar integralmente las películas. Y es así que repasa la obra del compositor boliviano.



Bernardo Prieto

En 2012 Vértigo, la sensual y obsesiva película de Alfred Hitchcock, fue seleccionada por la revista británica Sight and Sound como la mejor película de todos los tiempos. Despojando así a The Citizen Kane (El ciudadano Kane) de un reinado de más de 50 años. Sin embargo -en el primer puesto-  algo no cambió: Bernard Herrmann compuso la música de ambos filmes.
En 2014 se publicó la selección de las 12 películas fundamentales del cine boliviano, en la que Jorge Sanjinés es el único director que tres largometrajes seleccionados; no obstante, Cergio Prudencio fue la constante más importante de la selección: como compositor de la música de cuatro de las 12 películas elegidas
La relación entre música y cine es antigua, y antecede con mucho a la relación del cine con la palabra y el diálogo. Antes de que el mundo, en 1928, se sorprendiera con The Jazz Singer (El Cantante de Jazz) -la primera película sonora. Pianistas, orquestas o agrupaciones de músicos acompañaban las imágenes proyectadas. Asimismo, muchos de los mejores compositores del siglo XX realizaron trabajos originales para el cine; por ejemplo, Shostakovich y Prokofiev escribieron ambos para el cine ruso; Copland y Thomson para el cine estadounidense; así como Alberto Villalpando y Cergio Prudencio para el cine boliviano.
La situación de Bolivia excede lo extraordinario ya que nuestros más grandes compositores contemporáneos -Villalpando y Prudencio- son parte vital de nuestro cine. Y sin embargo, no existen acercamientos críticos más o menos serios sobre su influencia e importancia. En la antología que forma parte de la investigación y selección de “Las 12 películas fundamentales de Bolivia” ninguna apreciación crítica (entre las varias monografías) discurre aunque sea sutilmente sobre la importancia de la música en el cine. Y los textos históricos y críticos más generales solo hacen una mención brevísima.
El problema teórico (e histórico) es que se percibe al cine como una forma de arte muy próxima a la literatura, y por lo tanto simplemente narrativa, reduciendo así también la idea de literatura, en la que la música solo tiene un simple efecto psicológico o manipulador -que es justamente lo que denunció Adorno. De manera más general: la importancia de la música es constantemente subestimada dentro del mundo académico o crítico nacional especializado en cine. La lectura de partituras, por ejemplo, es vista como una cuestión sumamente técnica y el conocimiento de la tradición (desde las primeras manifestaciones de música litúrgica -canto llano- pasando por Bach hasta Boulez) simplemente para especialistas.
¿Cómo hablar sobre música y cine? La mejor forma de comprender y apreciar una obra de arte es situarla en relación a otras obras: escuchar a través de la tradición. Prudencio no solo ha sabido beber de la tradición occidental -y especialmente de la vanguardia creativa de Schoenberg, Stockhausen, Varese y Nono (este último fue su maestro) sino, y es aquí donde se encuentra su riqueza creativa, de la música aymara. El estudio y la incorporación de toda la tradición de la música aymara tal como ha procedido Prudencio no es, a diferencia de muchas aproximaciones de la tradición occidental, ansia de exótico color o de extensión tímbrica. La utilización de toda una gran variedad de sikus, pinkillus, pífanos, wankaras, etc. es un importante acontecimiento creativo; no es una “adaptación” sino una “wakit'aña” (concertación de voces) filosófica, técnica y –obviamente- sonora de la tradición aymara y la tradición occidental.
Esto se hace evidente en el tratamiento organológico y el conocimiento profundo de los instrumentos andinos -creando una notación, digitación, ataque y dinámica particular. Pero también en la estructuración formal de sus obras, incorporando tiempos cíclicos y construcciones armónicas y melódicas complejas y diferentes -que se apartan claramente del desarrollo temático tradicional. Las mejoras obras de Prudencio, como Nomis Ravilob, La cuidad, Los cantos crepusculares, poseen una densidad sonora comprable a las grandes orquestaciones de Mahler o Bruckner, y sin embargo guardan una sencillez e imaginación compositiva íntima y evocadora.
La música forma parte de la creación de sentido en el cine. Y no solo es, o constituye una forma a posteriori de complemento dramático. La música compuesta para cine por Prudencio tiene la virtud de ampliar la riqueza del universo que presenta la película, y no ser una simple “acentuación” o un “refuerzo” de la imagen. La maestría técnica de Prudencio se encuentra al servicio de la estética particular del director y por eso mismo cuando se escucha y mira las películas de manera general, es posible notar la variedad de los estilos, las técnicas y las relaciones establecidas con la imagen. La versatilidad de un compositor que puede escribir música mozartiana para algunos cortos de Jesús Pérez o, reconstruir música europea del siglo XV utilizada en Para recibir el canto de los Pájaros, le permite también escribir música sensual y oscura para el El Atraco, de Paolo Agazzi.
Aun así la mejor música compuesta por Prudencio es aquella que se encuentra más próxima a su universo sonoro, y no tanto a la reconstrucción histórica o una partitura más tradicional o lúdica. La vanguardia, que constituye el corazón de su trabajo como compositor, encuentra la forma perfecta en las películas que proponen una estética más arriesgada; en estas películas la música y la imagen se “concertan” y se encuentran sin disolverse una en otra. Entre todas las películas musicalizadas por Prudencio, esto se hace más evidente en La nación clandestina” y Zona Sur. Así, la película de Sanjinés sin el profundo lamento de las sonoridades andinas perdería fuerza, contundencia y poder narrativo. La película de Valdivia sin los largos periodos de sonido electroacústico o, sin el peculiar y repetitivo arpegio de charango y la voz melódica del saxofón, resultaría menos sugerente y emotiva.

Agambem explica que los verdaderos contemporáneos saben mirar, a través de la luz, las tinieblas de su propio tiempo. El cine es el arte que representa perfectamente la visión de Agambem de lo contemporáneo: es luz y sombra a la vez. El cine es el creador de nuestra moderna mitología y brinda sentido a nuestro Mundo. Cergio Prudencio ha ayudado significativamente en esta labor.

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