lunes, 10 de abril de 2017

Ensayo

Clarice Lispector, la escritura
de la música y el vértigo

Fragmento de un libro que la autora presentará este año. Un análisis a profundidad de los diversos cauces de la narrativa de la autora brasileña.



Alejandra Canedo 

Hace unos meses, se conmemoró 40 años de la muerte de Clarice Lispector y, con tal pretexto, me gustaría recordar la celebración de la vida que representan todos sus personajes, sobre todo cuando entran en contacto con la música. 
La apasionada narradora de Agua viva (1973), por ejemplo, le cuenta a su interlocutor la particular manera en la que escucha música: poniendo levemente la mano sobre el fonógrafo para sentir en el cuerpo las vibraciones, de modo que “la electricidad de la vibración, sustrato último en el dominio de la realidad, y el mundo tiemblan en [sus] manos”. Y es que la escritura de Clarice Lispector busca experimentar ese “sustrato último” o nudo vital en todo lo que nos rodea, incluso en el lenguaje mismo, lo cual le da a sus obras el tono de la pasión. En casi todos sus textos, la música es el recurso proteico para dicha experiencia. Como se sabe, la música y las pasiones soslayan el pensamiento y probablemente por esa razón la primera vez que llora otro de sus personajes, Macabea, no sabe por qué lo hace, pero sí sabe que es la música lo que causa ese desconsuelo; así se lo cuenta a su novio, Olímpico:

- En la radio dijeron que hay que tener alegría de vivir. Así que yo la tengo. También oí una música bonita. Hasta me hizo llorar.
- ¿Era una samba?
- Me parece que sí. La cantaba un hombre que se llama Caruso (...).
                                                                                                                             
La voz era tan suave que daba pena oírla. La música se llamaba Una furtiva lacrima”.  Una furtiva lacrima había sido la única cosa bellísima de su vida. Enjugando sus propias lágrimas trató de cantar lo que había oído (…). Al oírse, empezó a llorar (...). No lloraba por la vida que le había tocado: como no había conocido otras formas de vivir, aceptaba que para ella era “así” (...). Sabía muchas cosas que no sabía entender. ¿”Aristocracia” significaría, acaso, una gracia concedida? Probablemente. Si es así, que así sea. El sumergirse en la vastedad del mundo musical que no necesitaba ser entendido. Su corazón se había desbocado (…).
- Me parece que hasta sé cantar esa música. La-la-la.
- Pareces muda cantando. Tienes voz de caña rajada.

Esta, La hora de la estrella (1977), es una de las últimas novelas escritas por Lispector; extrañamente, como si estuviera ante el vértigo de su muerte, escribe un texto sobre lo mismo: el vértigo de la sangre, el vértigo de lo otro. Así, su narrador, Rodrigo S.M., se propone crear un personaje también altérico, Macabea, una inmigrante del noreste de Brasil, cuya carencia no solo es material, sino también cultural, por ponerlo así. La carencia le da a la norestina una percepción de la realidad más animal, ya dada o, quizás, anterior a todo contagio del “sistema humano”.
En ese sentido, al terminar la novela, Rodrigo S.M. afirma que, finalmente, comprende la historia que contó, y lo consigue al sentir el “casi-casi” doblar de las campanas; es decir, la comprensión sucede en un momento anterior al hecho, por lo que esta novela vendría a ser el vértigo de dicha comprensión, y la música (la de Caruso, en el caso de Macabea) comunicaría este secreto. El narrador, por su parte, no escucha a Caruso, pero señala que su relato va acompañado por un violín.
¿Y qué pasa con la música que ya es Macabea misma? Cuando ella muere, Rodrigo S.M. nos dice que la música que emite la norestina es silenciosa, como si ya no se tratara solo de la comunicación del secreto (aquello que produce el vértigo de la novela), sino de ser dicho secreto: por eso, al morir, sus campanas doblan sin que se oigan los bronces. Y antes de ello, o sea en vida, Macabea canta también en silencio (Olímpico le dice que canta como una muda), y es que, según señala otro de los personajes de Lispector, “es en silencio que la vida se hace”.
La música, por otro lado, está ligada a las emociones y en el fragmento citado, se ve que la alegría y la tristeza se yuxtaponen; hablando de lo que oye en la radio, Macabea dice que tiene alegría de vivir y, a la vez, dice que le da pena la voz de Caruso. Asimismo, la confusión de la samba con la romanza denota la interrelación de ambos estados en el texto para el lector. Ocurre que, como señala el propio Rodrigo S.M., la tristeza es una alegría frustrada, es decir, la alegría es una anterioridad, ya está dada, mientras que la tristeza puede ser interpretada como su nostalgia. Recordemos una vez más que, antes de hablar de su tristeza, Macabea dice que tiene alegría de vivir, ¿por qué?, pues porque sí, así está dada ella, con anterioridad a todo. Y, por otro lado, el narrador dice que la norestina no llora por la vida que tiene, pero quizás sí porque adivina otras formas de sentir, es decir, su tristeza es la adivinación nostálgica de la alegría. Y esta alegría lujosa (gracia concedida a la aristocracia, dice) se comunica con Macabea, pues, aunque ella no tenga una posición en el mundo que le permita el lujo de derrochar, sí tiene el lujo de derrocharse a sí misma, y por eso “su corazón se había desbocado” con Una furtiva lacrima.
La protagonista de La pasión según G.H. (1964), por otro lado, sí vive lujosamente y sin carencias económicas. Sin embargo, redefine el lujo burgués como fuente de posible derroche. En otras palabras, este personaje también celebra la vida y, en ese camino, se yuxtaponen, igualmente, la alegría y la tristeza. Al ser interpelada por la otredad que representan su empleada y una cucaracha, decide salir de la vida garantizada y segura que lleva para entregarse a lo más básico, al nudo vital. Para ayudarse a entrar a ese mundo azaroso, G.H. inventa una mano que la acompañe, a la que, paradójicamente, le dice: “Desamparada, te entrego todo, para que hagas de ello algo alegre”: su entrega va en pos de una anterioridad: la alegría que, como se vio con Macabea, es la vida.
Y nada más riguroso para dar fe de la vida/alegría que la sangre. G.H. señala que la risa está en la sangre y no se la oye, con lo cual, una vez más, entendemos por qué las campanas de Macabea no se oyen cuando ella está sangrando, muerta en la acera.

Esta yuxtaposición de emociones también la encontramos en Agua viva, cuando, por ejemplo, la narradora ve a un hombre hermoso y se siente adolorida, porque hay dolor en la felicidad, más aún, aquí, “el dolor es la vida exacerbada”. Es decir, en este caso, ya no se trata de la nostalgia de la alegría, sino de la fuerza de su presencia. Fuerza que, por lo demás, circula en toda la obra de Clarice Lispector.             

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