Medio siglo de Tres tristes tigres
Sobre la obra cumbre de Guillermo Cabrera Infante, un autor prohibido por Batista por obsceno, por Castro por contrarrevolucionario, y por Franco por marxista.
Ricard
Bellveser
A
veces la vida imita a la literatura, y viceversa. Una se monta sobre la otra
para producir nuevas obras. Las más de las veces, la vida quiere ser literaria
y solo de vez en cuando lo consigue.
Este
año se cumple el 50 aniversario de la publicación de Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929 - Inglaterra, 2005) novela que la editorial
Seix Barral acaba de reeditar en una edición razonablemente pulcra, si se tiene
en cuenta el trasiego que estas páginas han sufrido, y la entretenida
intrahistoria que las acompaña.
Cabrera la escribió, “en cubano” según explicó en numerosas
ocasiones, no sin ironía, en referencia a que tomó calcado el habla de la
calle, la puso testimonialmente en boca de los tres protagonistas, amigos de
las aventuras, que viven inmersos en la atmósfera de la Cuba de Batista, su
desplome y el triunfo, en 1959, de los barbudos cubanos de Fidel, revolución
con la que el autor simpatizó, aunque como otros tantos, pasado no demasiado
tiempo, se sintió atrapado por el desencanto.
Inicialmente la llamó Vista
del amanecer en el trópico, título que luego cambió por el de Ella cantaba boleros, hasta llegar
finalmente a TTT, como le gustaba
llamar por acrónimo a Tres tristes tigres;
pero los anteriores títulos le gustaban tanto que los aprovechó para otras
historias.
En TTT describe La Habana anterior a la revolución, su vida
cotidiana, sus prostitutas, la decadencia, la noche, la golfería, la lucha
armada que terminó por cambiar las cosas y el gobierno. En 1964 envió la obra a
Barcelona, al prestigioso Premio Biblioteca Breve que convocaba la editorial
Seix Barral, que ya lo habían ganado Luis Goytisolo, Caballero Bonald, Mario
Vargas Llosa y García Hortelano y que servía de apoyo al boom latinoamericano que comenzaba a hervir. Hay dos boom en el sentido temporal de la
etiqueta. El primero lo conformaron la edición en 1939 de El pozo de Juan Carlos Onetti, Señor
Presidente de Miguel Ángel Asturias de 1946 y El túnel de Ernesto Sábato que conoció la imprenta dos años
después, en 1948. El segundo boom vino
marcado por libros tan contundentes como Hijo
de hombre de Roa Bastos (1959), La
ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa (1962) y el sublime Rayuela de Cortázar (1963). En esta
atmósfera hay que entender la novela de Cabrera Infante que se publicó en 1967
el mismo año que Cien años de soledad
de García Márquez.
Tres tristes
Tigres
ganó el premio, pero no superó las pruebas de la censura. Se editó en 1967, reescrita…
más bien amputada, con páginas prohibidas y escenas suprimidas que no se
repusieron en el libro hasta una fecha tan tardía como 1990, aunque esta es
otra historia que habrá que contar en otro momento.
Ahora
tiene interés la “novela” que conformó el trajinar de TTT que por imitación de
la vida a la literatura, fue la novela de la vida. A los censores cubanos no les
pareció lo suficientemente revolucionaria, e incluso al revés, vieron en ella
elementos contrarrevolucionarios, por tanto la prohibieron. La censura española
del gobierno del general Franco, la consideró demasiado marxista, y por ello la
prohibió.
No
dejemos pasar este aspecto: el censor español, en su informe del 10 de abril de
1965, dijo textualmente: “se trata de una serie de narraciones entrecortadas
por alusiones a la lucha castrista, victoriosa, y alabada, contra Batista. Lo
entrecortado de la narración se explica por una mala imitación de la escuela
francesa del nouveau roman. Ahora
bien, el contenido de todas esas narraciones es pornográfico a veces,
irrespetuoso otras, procaz siempre. Dada la manera como está concebida la
narración, no admite tachaduras y habida cuenta de la tendencia marxista
esencial en la intención del autor NO DEBE AUTORIZARSE”. Las mayúsculas son
suyas.
Ya
bastante antes, el gobierno de Batista prohibió a Cabrera Infante la publicación
de un cuento por “obsceno”, y por la misma razón, como hemos leído, se persiguió
en España.
Cabrera,
cuando empezó a tensar sus relaciones con el gobierno de Fidel Castro, marchó a
Bruselas a un cargo peri diplomático. A la muerte de su madre, regreso a La
Habana. Una vez allí, le prohibieron salir de la isla y le tuvieron retenido más
de cuatro meses. Cuando se pudo zafar fue a Madrid y a Barcelona y al no hallar
acomodo suficiente, marchó a Londres donde continuó el resto de su vida, hasta
incluso obtener la nacionalidad británica. En España se le concedió el Premio Cervantes
en 1997 y La Habana puso su nombre a una institución pública, cosa a la que Cabrera
se negó, porque nunca quiso regresar allí donde se sentía un infante difunto.
Chocante
recorrido, prohibido por todos, los unos y los otros, en un extremo y en el
otro, por marxista y por contrarrevolucionario, por obsceno, por excesivamente
laico y decididamente antimilitarista como si, en opinión de los censores, no
hubiera sitio en la tierra ni en los libros para él.
Publicado en Letra Siete, suplemento literario del diario Pagina Siete de La Paz, Bolivia
ResponderEliminar