Memoria e identidad. Sopocachi
en la literatura y el arte
El proyecto Tras la memoria de Sopocachi que corona en estos días su esfuerzo con la exposición fotográfica: “Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980”, abierta en el Espacio Simón I. Patiño, da pie para rescatar y reivindicar la faceta artística y literaria del barrio de Julio de la Vega, la Segunda Gesta Bárbara y tantos otros artistas e intelectuales.
Todas las fotos de estas notas sobre Sopocachi fueron cedidas por el proyecto Tras memoria de Sopocachi. |
Martín Zelaya Sánchez
“Ya no te tocó el refugio dominguero”, le dice Julio de la
Vega a Huáscar Cajías de la Vega. De un sopocacheño a otro, de tío a sobrino,
ambos -para seguir con don Néstor Portocarrero- con mil y un “sueños juveniles”[1]
vividos en los derredores del Montículo.
“¡Sopocachi!
Escribiendo / en serenata para ser cantada / con voces de silencio / y para ser
tocadas por cuerdas esparcidas / de respuestas que separan / en ruidos de
bocinas / y llantas distendidas / de arenas estancadas / y de ruedas frenadas.
/ No lo viste o no querías verlo / porque exclamaba ¡Sopocachi!”[2].
Dice el mito urbano que La Paz, en la literatura, es ladera,
Cementerio, Chijini o Periférica. Que de una bodega en la zona norte, al cementerio
de elefantes; que de los prostíbulos de Villa Fátima o Churubamba, a los
recovecos de la Buenas Aires... Romanticismo puro, ficción. Imágenes
preconcebidas.
En los alrededores de la peatonal Florida, en Buenos Aires;
en La Habana Vieja de la capital cubana, o en la inconfundible Coyoacán
mexicana. Borges, Lezama Lima o Frida Kahlo. Sí hay zonas inevitablemente
ligadas a sus personalidades. ¿Y en La Paz? ¿Qué barrio puede identificarse más
con el arte, la literatura, la bohemia? El Sopocachi de Cecilio Guzmán de
Rojas, claro. De Flavio Machicado, o María Esther Ballivián. De Marina Núñez
del Prado, Gilberto Rojas, Walter Solón Romero, Guillermo Viscarra Fabré,
Enrique Arnal…
“Este es el más paceño de los parques, con ocultos
vericuetos, con misteriosos senderos que suben y bajan, y con una plazoleta circular,
abierta a las montañas del sur, donde se ofrece el más imponente panorama que
imaginarse pueda”[3]. Así describe Jaime Saenz
al Montículo por el que Julio de la Vega fue y vino infinitas veces durante más
de medio siglo, tropezándose quizás al salir y entrar de su casa con Huaqui y sus nueve hermanos Cajías
-escritores, antropólogos, fotógrafos, historiadores, textileros…- que
correteaban por la vieja plazuela, quién sabe -tal vez los mayores- entre los apurados
pasos de Gustavo Medinaceli, Armando Soriano Badani y otros cultores de la
Segunda Gesta Bárbara, crucial episodio de las letras bolivianas en buena parte
gestado en las empinadas y empedradas calles de Sopocachi.
Y más abajo, en la hoy celebérrima calle Goitia, doña
Yolanda Bedregal, también por aquellos días, en la medianía del siglo pasado,
no dejaba -me imagino- de escribir poemas y prosas, sin por ello escatimar su
tiempo para apuntalar la vida artística y cultural paceña… a veces en el atelier
de Gil Imaná e Inés Córdova en la calle Aspiazu, a veces, tal vez, en la imponente
casa-taller de Alfredo La Placa o, de pronto, en alguno de los cafetines que
recreaban los reputados locales parisinos y españoles.
¿No se habrán cruzado por ahí, alguna vez doña Yolanda, su
amiga Marina Núñez, o incluso el maestro Juan Rimsa que frecuentaba la Escuela
de Bellas Artes en la Rosendo Gutiérrez? ¿Habrán coincidido, tal vez, con el
“Toqui” Borda que vivió un tiempo en la Belisario Salinas, donde hoy está
instalado un boliche con motivos rockeros? Y hablando de rock, y por ende,
renovación, también la posterior tertulia literaria paceña se mantuvo en
Sopocachi como campo de acción en los 60, 70 y 80. Pregúntenle a Humberto Quino
o Julio Barriga, por un lado. O a Jaime Nisttahuz, Edgar Arandia y Adolfo
Cárdenas, por otro. Antes del Bocaisapo o los boliches “marginales”, la noche
de la bohemia paceña giraba en torno a las plazas Abaroa y España. Y claro, la
Carrera de Literatura en los límites mismos del barrio, a pasos del Monoblock,
también aportó a consolidar este carisma.
Entre una y otra de estas generaciones y etapas, quién sabe,
éstos y otros personajes -Jesús Urzagasti, yendo y viniendo del periódico a su
morada en un pasaje a trasmano; Oscar Cerruto, corriendo de su casa a
Cancillería; o las orureñas asentadas en La Paz, Hilda Mundy y Alcira Cardona-
tuvieron que esquivar más de una vez a Manuel Monroy, el “Papirri”, que nunca
dejó de meter goles en los imaginarios arcos del fútbol callejero a un costado
del muro del Cine 6 de Agosto, en aquel pasaje en el corazón del barrio donde
poco después empezó a puntear la guitarra y apuntar letras y acordes que no
tardarían en consolidarlo como el trovador paceño per se de las postrimerías del siglo XX e inicios del siguiente.
El viejo Cine 6 de Agosto… -¿art decó?, ¿art nouveau?- que se salvó con las justas de convertirse
en templo, primero, o en edificio después, como no ocurrió, tristemente, con la
mayoría de las bellas casonas que alguna vez fueron obra de arte forjada
durante décadas en la agreste hoyada.
“(…) bajando la 6 de Agosto y doblando hacia la calle
Aspiazu, uno sabe, sin lugar a dudas, que está entrando en una zona muy
especial en la cual, pese a los megadesastres de los últimos tiempos, se
respira una intimidad, una armonía, una coherencia urbana que difícilmente
pueden ser encontradas en ninguna otra parte de la ciudad”[4].
Así refleja, mejor que nadie, el maestro Juan Carlos Calderón, el devastador
panorama arquitectónico, ¿acaso la amenaza mayor al patrimonio cultural de
Sopocachi? Tal parece. Y ya lo advertía Saenz hace 40 años:
“Esta zona residencial de La Paz
tiene un extraordinario encanto, con extensas y bien cuidadas avenidas, con
árboles ornamentales y con amplios y acogedores parques, en cuya intimidad, en
espacios umbríos, se puede respirar aire puro -y este encanto precisamente, si
aún conserva su lozanía, es porque el desmedido impulso del progreso todavía no
se ha manifestado en su verdadera magnitud, aunque sus estragos hanse puesto ya
de manifiesto en la forma de altísimos edificios, los cuales vienen a romper la
armonía y a deteriorar la atmósfera y el paisaje de la ciudad toda, y no solo
ya de Sopocachi…”[5].
Encuentro esta cita de Miguel Sánchez-Ostiz:
“…me acuerdo ahora mismo de la
arquitectura interior y exterior del edificio de la CAF, en la avenida Arce, de
sus patios de luces, visitado en compañía de su arquitecto Juan Carlos
Calderón, un apasionado de Frank Lloyd Wright, cuyas obras marcan el centro paceño.
Pienso en la ciudad caótica vista al atardecer desde su alto estudio de la
plaza Isabel la Católica donde reina un orden meticuloso, el de quien sigue
dibujando a mano su ciudad vivida y soñada… Pienso también en otro de sus
edificios, el de la Alianza Francesa, en Sopocachi, en La Comédie, un
restaurante del pasaje Medinaceli, donde almorzamos con una amiga de Julio
Cortázar que había vivido en Nueva York; pienso en esa otra La Paz tan poco
indígena originaria, la de raíces criollas, y pienso en la maravillosa casa en
Sopocachi, de Alfredo La Placa, maestro de la abstracción boliviana…”[6].
Sopocachi cosmopolita.
Sopocachi del Gastón Ugalde y su universo de sal. Del Mario
Conde -siempre de paso y solo por los boliches-. Del Juan Conitzer, correteando
de niño y rumiando arte y literatura, de mayor. Sopocachi de presentaciones,
inauguraciones, lanzamientos, conversatorios y encuentros. De la plaza Abaroa
antes de que se proscriban las guitarras. Del Equinoccio, del Socavón y del
Thelonious -otro mártir de los rascacielos. “Sopochaki”, de las salteñas,
chorizos y cebiches. Sopocachi preembarque al centro –preludio y remanso ante
el caos-. Sopocachi, puerta de entrada a La Paz.
--
Memoria y vida
La Fundación Flavio Machicado, la Organización Cultural
Sopocachi y el Espacio Simón I. Patiño, -con las gestiones de sus respectivas
cabezas, Cristina Machicado, Carlos Martínez y Michella Pentimalli-, junto a
otras instituciones a las que se suman vecinos y profesionales sopocacheños
exsopocacheños, amantes de este barrio… trabajan desde hace ya algún tiempo con
el objetivo de recuperar, concienciar y promover el patrimonio tangible e
intangible del barrio. Y es en ese marco que hace algunos días pusieron en
marcha el colofón de un anhelado proyecto. “Sopocachi: memorias de un espacio
singular 1900-1980”, una muestra que hasta inicios de junio abrirá en la sala
del Espacio Patiño. Cientos de imágenes familiares, cotidianas -las más
valiosas- de la zona acaso más querida de la La Paz de la modernidad, están al
alcance de los visitantes, gracias a un esfuerzo conjunto propiciado desde el
portal www.sopocachi.org/proyecto-memoria/
Las citadas instituciones aportaron fotografías de sus
repositorios, y decenas de vecinos se sumaron, entendiendo todos el propósito
mayor: mantener viva la memoria de Sopocachi, para reactivar su presente y
garantizar su futuro. Las fotografías que ilustran estas páginas y la portada
de LetraSiete, provienen de este valioso portal.
[1]
Néstor Portocarrero (La Paz, 1905-1948), compuso el tango Illimani que en una
de sus estrofas dice: “Sopocachi de mis sueños juveniles, / 15 abriles quién
volviera hoy a tener, / Miraflores mi refugio dominguero / solo espero a tu
regazo volver…”.
[2]
De la Vega, Julio. “Para Huáscar Cajías de la Vega”, en Poesía completa. Gente Común. La Paz, 2008. Pág. 372.
[3]
Saenz, Jaime. “El Montículo”, en Imágenes
paceñas. Plural, Segunda edición. La Paz, 2012. Pág. 69.
[4]
Fragmento de un texto de Juan Carlos Calderón que forma parte de la exposición
“Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980”.
[5]
Saenz, Jaime. “Sopocachi”, en Ob. Cit. Pág. 67.
[6]
Sánchez-Ostiz, Miguel. Chuquiago.
Libro inédito de próxima publicación.
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