martes, 25 de abril de 2017

Crónica

Memoria e identidad. Sopocachi
en la literatura y el arte

El proyecto Tras la memoria de Sopocachi que corona en estos días su esfuerzo con la exposición fotográfica: “Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980”, abierta en el Espacio Simón I. Patiño, da pie para rescatar y reivindicar la faceta artística y literaria del barrio de Julio de la Vega, la Segunda Gesta Bárbara y tantos otros artistas e intelectuales.

 
Todas las fotos de estas notas sobre Sopocachi fueron
cedidas por el proyecto Tras memoria de Sopocachi.
Martín Zelaya Sánchez

“Ya no te tocó el refugio dominguero”, le dice Julio de la Vega a Huáscar Cajías de la Vega. De un sopocacheño a otro, de tío a sobrino, ambos -para seguir con don Néstor Portocarrero- con mil y un “sueños juveniles”[1] vividos en los derredores del Montículo. 

“¡Sopocachi! Escribiendo / en serenata para ser cantada / con voces de silencio / y para ser tocadas por cuerdas esparcidas / de respuestas que separan / en ruidos de bocinas / y llantas distendidas / de arenas estancadas / y de ruedas frenadas. / No lo viste o no querías verlo / porque exclamaba ¡Sopocachi!”[2].

Dice el mito urbano que La Paz, en la literatura, es ladera, Cementerio, Chijini o Periférica. Que de una bodega en la zona norte, al cementerio de elefantes; que de los prostíbulos de Villa Fátima o Churubamba, a los recovecos de la Buenas Aires... Romanticismo puro, ficción. Imágenes preconcebidas.
En los alrededores de la peatonal Florida, en Buenos Aires; en La Habana Vieja de la capital cubana, o en la inconfundible Coyoacán mexicana. Borges, Lezama Lima o Frida Kahlo. Sí hay zonas inevitablemente ligadas a sus personalidades. ¿Y en La Paz? ¿Qué barrio puede identificarse más con el arte, la literatura, la bohemia? El Sopocachi de Cecilio Guzmán de Rojas, claro. De Flavio Machicado, o María Esther Ballivián. De Marina Núñez del Prado, Gilberto Rojas, Walter Solón Romero, Guillermo Viscarra Fabré, Enrique Arnal… 

“Este es el más paceño de los parques, con ocultos vericuetos, con misteriosos senderos que suben y bajan, y con una plazoleta circular, abierta a las montañas del sur, donde se ofrece el más imponente panorama que imaginarse pueda”[3]. Así describe Jaime Saenz al Montículo por el que Julio de la Vega fue y vino infinitas veces durante más de medio siglo, tropezándose quizás al salir y entrar de su casa con Huaqui y sus nueve hermanos Cajías -escritores, antropólogos, fotógrafos, historiadores, textileros…- que correteaban por la vieja plazuela, quién sabe -tal vez los mayores- entre los apurados pasos de Gustavo Medinaceli, Armando Soriano Badani y otros cultores de la Segunda Gesta Bárbara, crucial episodio de las letras bolivianas en buena parte gestado en las empinadas y empedradas calles de Sopocachi.
Y más abajo, en la hoy celebérrima calle Goitia, doña Yolanda Bedregal, también por aquellos días, en la medianía del siglo pasado, no dejaba -me imagino- de escribir poemas y prosas, sin por ello escatimar su tiempo para apuntalar la vida artística y cultural paceña… a veces en el atelier de Gil Imaná e Inés Córdova en la calle Aspiazu, a veces, tal vez, en la imponente casa-taller de Alfredo La Placa o, de pronto, en alguno de los cafetines que recreaban los reputados locales parisinos y españoles.
¿No se habrán cruzado por ahí, alguna vez doña Yolanda, su amiga Marina Núñez, o incluso el maestro Juan Rimsa que frecuentaba la Escuela de Bellas Artes en la Rosendo Gutiérrez? ¿Habrán coincidido, tal vez, con el “Toqui” Borda que vivió un tiempo en la Belisario Salinas, donde hoy está instalado un boliche con motivos rockeros? Y hablando de rock, y por ende, renovación, también la posterior tertulia literaria paceña se mantuvo en Sopocachi como campo de acción en los 60, 70 y 80. Pregúntenle a Humberto Quino o Julio Barriga, por un lado. O a Jaime Nisttahuz, Edgar Arandia y Adolfo Cárdenas, por otro. Antes del Bocaisapo o los boliches “marginales”, la noche de la bohemia paceña giraba en torno a las plazas Abaroa y España. Y claro, la Carrera de Literatura en los límites mismos del barrio, a pasos del Monoblock, también aportó a consolidar este carisma.
Entre una y otra de estas generaciones y etapas, quién sabe, éstos y otros personajes -Jesús Urzagasti, yendo y viniendo del periódico a su morada en un pasaje a trasmano; Oscar Cerruto, corriendo de su casa a Cancillería; o las orureñas asentadas en La Paz, Hilda Mundy y Alcira Cardona- tuvieron que esquivar más de una vez a Manuel Monroy, el “Papirri”, que nunca dejó de meter goles en los imaginarios arcos del fútbol callejero a un costado del muro del Cine 6 de Agosto, en aquel pasaje en el corazón del barrio donde poco después empezó a puntear la guitarra y apuntar letras y acordes que no tardarían en consolidarlo como el trovador paceño per se de las postrimerías del siglo XX e inicios del siguiente.
El viejo Cine 6 de Agosto… -¿art decó?, ¿art nouveau?- que se salvó con las justas de convertirse en templo, primero, o en edificio después, como no ocurrió, tristemente, con la mayoría de las bellas casonas que alguna vez fueron obra de arte forjada durante décadas en la agreste hoyada.
“(…) bajando la 6 de Agosto y doblando hacia la calle Aspiazu, uno sabe, sin lugar a dudas, que está entrando en una zona muy especial en la cual, pese a los megadesastres de los últimos tiempos, se respira una intimidad, una armonía, una coherencia urbana que difícilmente pueden ser encontradas en ninguna otra parte de la ciudad”[4]. Así refleja, mejor que nadie, el maestro Juan Carlos Calderón, el devastador panorama arquitectónico, ¿acaso la amenaza mayor al patrimonio cultural de Sopocachi? Tal parece. Y ya lo advertía Saenz hace 40 años:

“Esta zona residencial de La Paz tiene un extraordinario encanto, con extensas y bien cuidadas avenidas, con árboles ornamentales y con amplios y acogedores parques, en cuya intimidad, en espacios umbríos, se puede respirar aire puro -y este encanto precisamente, si aún conserva su lozanía, es porque el desmedido impulso del progreso todavía no se ha manifestado en su verdadera magnitud, aunque sus estragos hanse puesto ya de manifiesto en la forma de altísimos edificios, los cuales vienen a romper la armonía y a deteriorar la atmósfera y el paisaje de la ciudad toda, y no solo ya de Sopocachi…”[5].

Encuentro esta cita de Miguel Sánchez-Ostiz:

“…me acuerdo ahora mismo de la arquitectura interior y exterior del edificio de la CAF, en la avenida Arce, de sus patios de luces, visitado en compañía de su arquitecto Juan Carlos Calderón, un apasionado de Frank Lloyd Wright, cuyas obras marcan el centro paceño. Pienso en la ciudad caótica vista al atardecer desde su alto estudio de la plaza Isabel la Católica donde reina un orden meticuloso, el de quien sigue dibujando a mano su ciudad vivida y soñada… Pienso también en otro de sus edificios, el de la Alianza Francesa, en Sopocachi, en La Comédie, un restaurante del pasaje Medinaceli, donde almorzamos con una amiga de Julio Cortázar que había vivido en Nueva York; pienso en esa otra La Paz tan poco indígena originaria, la de raíces criollas, y pienso en la maravillosa casa en Sopocachi, de Alfredo La Placa, maestro de la abstracción boliviana…”[6]. Sopocachi cosmopolita.

Sopocachi del Gastón Ugalde y su universo de sal. Del Mario Conde -siempre de paso y solo por los boliches-. Del Juan Conitzer, correteando de niño y rumiando arte y literatura, de mayor. Sopocachi de presentaciones, inauguraciones, lanzamientos, conversatorios y encuentros. De la plaza Abaroa antes de que se proscriban las guitarras. Del Equinoccio, del Socavón y del Thelonious -otro mártir de los rascacielos. “Sopochaki”, de las salteñas, chorizos y cebiches. Sopocachi preembarque al centro –preludio y remanso ante el caos-. Sopocachi, puerta de entrada a La Paz.
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Memoria y vida

La Fundación Flavio Machicado, la Organización Cultural Sopocachi y el Espacio Simón I. Patiño, -con las gestiones de sus respectivas cabezas, Cristina Machicado, Carlos Martínez y Michella Pentimalli-, junto a otras instituciones a las que se suman vecinos y profesionales sopocacheños exsopocacheños, amantes de este barrio… trabajan desde hace ya algún tiempo con el objetivo de recuperar, concienciar y promover el patrimonio tangible e intangible del barrio. Y es en ese marco que hace algunos días pusieron en marcha el colofón de un anhelado proyecto. “Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980”, una muestra que hasta inicios de junio abrirá en la sala del Espacio Patiño. Cientos de imágenes familiares, cotidianas -las más valiosas- de la zona acaso más querida de la La Paz de la modernidad, están al alcance de los visitantes, gracias a un esfuerzo conjunto propiciado desde el portal www.sopocachi.org/proyecto-memoria/
Las citadas instituciones aportaron fotografías de sus repositorios, y decenas de vecinos se sumaron, entendiendo todos el propósito mayor: mantener viva la memoria de Sopocachi, para reactivar su presente y garantizar su futuro. Las fotografías que ilustran estas páginas y la portada de LetraSiete, provienen de este valioso portal.




[1] Néstor Portocarrero (La Paz, 1905-1948), compuso el tango Illimani que en una de sus estrofas dice: “Sopocachi de mis sueños juveniles, / 15 abriles quién volviera hoy a tener, / Miraflores mi refugio dominguero / solo espero a tu regazo volver…”.
[2] De la Vega, Julio. “Para Huáscar Cajías de la Vega”, en Poesía completa. Gente Común. La Paz, 2008. Pág. 372.
[3] Saenz, Jaime. “El Montículo”, en Imágenes paceñas. Plural, Segunda edición. La Paz, 2012. Pág. 69.
[4] Fragmento de un texto de Juan Carlos Calderón que forma parte de la exposición “Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980”.
[5] Saenz, Jaime. “Sopocachi”, en Ob. Cit. Pág. 67.
[6] Sánchez-Ostiz, Miguel. Chuquiago. Libro inédito de próxima publicación.

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