martes, 25 de abril de 2017

Entrevista

 “La poesía, como resistencia,
nos ayuda a recordar y a ser” 



Fragmento de una entrevista al poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola recientemente publicada por la revista colombiana Claroscuro.


Sergio Chiappe Riaño

- ¿Qué buscamos en la poesía; qué busca el poeta, qué el lector, el escucha, el transeúnte?
- Tal vez hacer silencio, viajar al interior de nosotros mismos, crecer hacia adentro.

- ¿Qué es lo que la poesía ofrece?
- La posibilidad de rozar lo trascendente desde lo cotidiano (pero también viceversa).

- La poesía debe comprometerse con la realidad. ¿Qué tanto ese mundo real, ese mundo que nos duele y a veces nos da esperanzas se apodera del territorio de la poesía?
- El poeta debe estar comprometido, ante todo, consigo mismo, pero eso no quiere decir que se desentienda de la realidad circundante. Al contrario, lo más real que tiene cada hombre es su propia existencia. Si un ser humano muere, muere la realidad (al menos esta) para él. Estar comprometido con uno mismo es estarlo con la humanidad y con el cosmos. Creo que la poesía dignifica al ser humano en la medida en que acerca, en un viaje de ida y vuelta, las realidades visibles a las realidades invisibles (esas de las que hablaba Saint-Exupéry en El pequeño príncipe, las que son esenciales).     
En lo personal, escribo desde lo real y muchas veces con deliberado realismo. Aunque eso no signifique que renuncie a la porción irreal y surreal, simbólica y onírica de toda poesía. 

- ¿Puede considerarse a la poesía como un camino hacia la purificación?
- O hacia el abismo. La poesía es un camino circular, imagino. Lleva hacia nosotros mismos pero nunca se repite. Y dentro nuestro están la purificación y el abismo. Son vecinos cercanos. En las noches se escuchan una al otro. También hay puertas que comunican sus estancias. Hay poetas que llegan al abismo por la vía de la purificación y otros que llegan a la purificación por el abismo.

- Cuéntame de Bolivia, de tu gente, de su manera de vivir la poesía, de la manera cómo la poesía los permea.
- Bolivia es un país poético cuya gente guarda una secreta poesía inscrita en el rostro. Somos un país muy generoso en humanidad: aquí todavía gozamos de cierta calidez de vida, de una vida más natural y familiar que en otros lugares se ha perdido.
Somos un país de mestizajes, de hibridaciones de sabores, de lenguas, de historias. Es un país ensimismado y curioso, laborioso y dionisiaco, plural y singular.  (…) En Bolivia coexisten muchas culturas, no siempre juntas pero sí revueltas: todas las que vinieron con la sangre española y las culturas originarias, más las que hemos recibido por la educación y por la exposición a la tecnología.  Eso nos ha enriquecido y debería haber ampliado nuestros horizontes.  
He crecido bebiendo de la cultura occidental, me he aproximado con curiosidad y respeto a otras culturas, originarias de América o remotas, y profeso el mismo respeto al pensamiento de un filósofo presocrático que a un poema oral andino y a una buena película contemporánea. (…) Sería, por tanto, difícil que mi poesía no reflejara esos mestizajes, esa melange. Soy un híbrido por nacimiento y además un ecléctico por elección. Esa mistura soy yo, esa confluencia, esos profundos ríos que convergen en mi sangre, en mi ADN, y también lo que yo he abrevado por mi cuenta, leyéndolo, mirándolo, escuchándolo, existiéndolo.

- ¿Qué se ha mantenido constante desde el primer libro hasta el último que has escrito y qué ha cambiado?
- Distingo dos etapas en mi poesía; una temprana, de búsqueda, que abarca mis dos primeros libros, a los que considero de iniciación. La segunda etapa se inicia con la escritura (desde 2006) y publicación (en 2010) de El agua iluminada, cuando tras un año en la Amazonia boliviana encontré mi voz poética. O mejor dicho: ella me encontró, aun sabiendo, como afirmo en un poema, que lo más maravilloso de todo esto / es que debes seguir buscando,  / buscando / porque todas las cosas y los seres / que se encuentran / así como llegan se alejan. // Incluso la poesía, a momentos. / Esa desconocida.
En esta segunda etapa de mi poesía hay algunos elementos que críticos, lectores y otros poetas han encontrado y que son constantes, es decir, aquellos que constituyen mi voz poética: la memoria y la emoción.
Aunque no busco hacer una “poesía de la memoria”, tal vez ella sucede -me sucede- en la medida en que escribo porque hay olvido. Me obsesiona pensar en que si una diminuta vena se rompe en nuestro cerebro y perdemos la memoria, dejamos de ser quienes somos. La memoria nos constituye como personas, nos otorga historia personal, pasado; en suma, identidad. Somos lo que recordamos y, por eso, recordar es ser. Olvidar es una forma de morir, y muchos poderes en el mundo quieren que olvidemos. La poesía, como una forma de resistencia de lo humano, nos ayuda a recordar y, por tanto, a ser. 
En cuanto a la emoción, no persigo crear esta sensación de manera intencional, pero me interesa mucho que la poesía puede tocar a sus lectores y ser relevante para ellos, no un mero juego de palabras, un artificio del lenguaje. No me atrae ese tipo de poesía, ni aquella que es fría, demasiado cerebral e incapaz de conmover. 
En mi criterio, toda obra de arte, todo poema, deben transformar, así sea un poquito, a la persona que los recibe. Hay temas que frecuento porque me parecen relevantes para el ser humano, y no son otros que las viejas cuestiones de siempre que ni la filosofía ni la ciencia han podio resolver: el bien, el mal, el sentido (o falta de sentido) de la existencia, la razón de ser de la felicidad y del dolor, la razón (o sinrazón) de que estemos en el mundo, etc. Eso sí, busco hacerlo de manera coloquial, cotidiana, poniendo a Dios “entre los pucheros”, como decía Teresa de Ávila.



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