“La poesía, como resistencia,
nos
ayuda a recordar y a ser”
Fragmento de una entrevista al poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola recientemente publicada por la revista colombiana Claroscuro.
Sergio
Chiappe Riaño
- ¿Qué buscamos en la poesía; qué
busca el poeta, qué el lector, el escucha, el transeúnte?
-
Tal vez hacer silencio, viajar al interior de nosotros mismos, crecer hacia
adentro.
- ¿Qué es lo que la poesía
ofrece?
-
La posibilidad de rozar lo trascendente desde lo cotidiano (pero también
viceversa).
- La poesía debe comprometerse
con la realidad. ¿Qué tanto ese mundo real, ese mundo que nos duele y a veces
nos da esperanzas se apodera del territorio de la poesía?
-
El poeta debe estar comprometido, ante todo, consigo mismo, pero eso no quiere
decir que se desentienda de la realidad circundante. Al contrario, lo más real
que tiene cada hombre es su propia existencia. Si un ser humano muere, muere la
realidad (al menos esta) para él. Estar comprometido con uno mismo es estarlo
con la humanidad y con el cosmos. Creo que la poesía dignifica al ser humano en
la medida en que acerca, en un viaje de ida y vuelta, las realidades visibles a
las realidades invisibles (esas de las que hablaba Saint-Exupéry en El pequeño príncipe, las que son
esenciales).
En
lo personal, escribo desde lo real y muchas veces con deliberado realismo.
Aunque eso no signifique que renuncie a la porción irreal y surreal, simbólica
y onírica de toda poesía.
- ¿Puede considerarse a la poesía
como un camino hacia la purificación?
-
O hacia el abismo. La poesía es un camino circular, imagino. Lleva hacia
nosotros mismos pero nunca se repite. Y dentro nuestro están la purificación y
el abismo. Son vecinos cercanos. En las noches se escuchan una al otro. También
hay puertas que comunican sus estancias. Hay poetas que llegan al abismo por la
vía de la purificación y otros que llegan a la purificación por el abismo.
- Cuéntame de Bolivia, de tu
gente, de su manera de vivir la poesía, de la manera cómo la poesía los permea.
-
Bolivia es un país poético cuya gente guarda una secreta poesía inscrita en el
rostro. Somos un país muy generoso en humanidad: aquí todavía gozamos de cierta
calidez de vida, de una vida más natural y familiar que en otros lugares se ha
perdido.
Somos
un país de mestizajes, de hibridaciones de sabores, de lenguas, de historias. Es
un país ensimismado y curioso, laborioso y dionisiaco, plural y singular. (…) En Bolivia coexisten muchas culturas, no
siempre juntas pero sí revueltas: todas las que vinieron con la sangre española
y las culturas originarias, más las que hemos recibido por la educación y por
la exposición a la tecnología. Eso nos
ha enriquecido y debería haber ampliado nuestros horizontes.
He
crecido bebiendo de la cultura occidental, me he aproximado con curiosidad y
respeto a otras culturas, originarias de América o remotas, y profeso el mismo
respeto al pensamiento de un filósofo presocrático que a un poema oral andino y
a una buena película contemporánea. (…) Sería, por tanto, difícil que mi poesía
no reflejara esos mestizajes, esa melange.
Soy un híbrido por nacimiento y además un ecléctico por elección. Esa mistura
soy yo, esa confluencia, esos profundos ríos que convergen en mi sangre, en mi
ADN, y también lo que yo he abrevado por mi cuenta, leyéndolo, mirándolo,
escuchándolo, existiéndolo.
- ¿Qué se ha mantenido constante
desde el primer libro hasta el último que has escrito y qué ha cambiado?
-
Distingo dos etapas en mi poesía; una temprana, de búsqueda, que abarca mis dos
primeros libros, a los que considero de iniciación. La segunda etapa se inicia
con la escritura (desde 2006) y publicación (en 2010) de El agua iluminada, cuando tras un año en la Amazonia boliviana
encontré mi voz poética. O mejor dicho: ella me encontró, aun sabiendo, como
afirmo en un poema, que lo más
maravilloso de todo esto / es que debes seguir buscando, / buscando / porque todas las cosas y los
seres / que se encuentran / así como llegan se alejan. // Incluso la poesía, a
momentos. / Esa desconocida.
En
esta segunda etapa de mi poesía hay algunos elementos que críticos, lectores y
otros poetas han encontrado y que son constantes, es decir, aquellos que
constituyen mi voz poética: la memoria y la emoción.
Aunque
no busco hacer una “poesía de la memoria”, tal vez ella sucede -me sucede- en
la medida en que escribo porque hay olvido. Me obsesiona pensar en que si una
diminuta vena se rompe en nuestro cerebro y perdemos la memoria, dejamos de ser
quienes somos. La memoria nos constituye como personas, nos otorga historia
personal, pasado; en suma, identidad. Somos lo que recordamos y, por eso,
recordar es ser. Olvidar es una forma de morir, y muchos poderes en el mundo
quieren que olvidemos. La poesía, como una forma de resistencia de lo humano, nos
ayuda a recordar y, por tanto, a ser.
En
cuanto a la emoción, no persigo crear esta sensación de manera intencional,
pero me interesa mucho que la poesía puede tocar a sus lectores y ser relevante
para ellos, no un mero juego de palabras, un artificio del lenguaje. No me
atrae ese tipo de poesía, ni aquella que es fría, demasiado cerebral e incapaz
de conmover.
En
mi criterio, toda obra de arte, todo poema, deben transformar, así sea un
poquito, a la persona que los recibe. Hay temas que frecuento porque me parecen
relevantes para el ser humano, y no son otros que las viejas cuestiones de
siempre que ni la filosofía ni la ciencia han podio resolver: el bien, el mal,
el sentido (o falta de sentido) de la existencia, la razón de ser de la
felicidad y del dolor, la razón (o sinrazón) de que estemos en el mundo, etc.
Eso sí, busco hacerlo de manera coloquial, cotidiana, poniendo a Dios “entre
los pucheros”, como decía Teresa de Ávila.
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